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sábado, 28 de febrero de 2015

Todo se sabe



Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. —Salmo 32:3
Lectura: Salmo 32:1-5
La biblia en un año: Números 20–22Marcos 7:1-13
Un pastor contó esta historia sobre él en un periódico local. Estaba charlando con un hombre mayor a quien acababan de presentarle. Entonces, dijo: «Así que usted trabajaba en una empresa de servicios», y mencionó el nombre de la compañía. «Exacto», respondió el hombre. El pastor señaló que, cuando era chico, los cables de esa empresa pasaban por la propiedad de sus padres. «¿Dónde vivía?», preguntó el hombre. Cuando el pastor le dijo, el anciano respondió: «Recuerdo esa propiedad. Me costó muchísimo mantener colocados en su lugar los carteles de advertencia de los cables. Los niños los sacaban siempre». Cuando la cara del pastor se puso roja de vergüenza, el hombre preguntó: «Usted era uno de ellos, ¿verdad?». Y no se había equivocado.
El pastor tituló la historia de su confesión: Sepan que sus «carteles» los alcanzarán; un inteligente juego de palabras con la frase de Moisés en Números 32:23: «sabed que vuestro pecado os alcanzará».
Los errores del pasado nos alcanzan de alguna manera, y los pecados antiguos que no hemos resuelto pueden generar consecuencias graves. Como se lamenta David en el Salmo 32: «Mientras callé, se envejecieron mis huesos». Sin embargo, confesar nuestros errores restaura la comunión con el Señor: «Mi pecado te declaré, […] y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (v. 5). Mediante la confesión, podemos disfrutar del perdón divino.
Los cristianos pueden borrar de su memoria lo que Dios ha borrado del registro.
Nuestro Pan Diario

Una vida coherente
… [Daniel] se arrodillaba […], y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes. —Daniel 6:10
Lectura: Daniel 6:1-10
La biblia en un año: Números 17–19Marcos 6:30-56
Mientras estudiaba el libro de Daniel, me llamó la atención la facilidad con que él podría haber evitado que los arrojaran al foso de los leones. Los celosos rivales de Daniel, que trabajaban para el gobierno de Babilonia, le tendieron una trampa relacionada con su costumbre de orar diariamente a Dios (Daniel 6:1-9). Daniel era plenamente consciente del complot, y podría haber decidido orar en forma privada durante un mes, hasta que todo se tranquilizara. Pero él no era esa clase de persona.
«Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes» (v. 10). Daniel no tuvo miedo ni negoció con el Señor, sino que continuó «como acostumbraba hacerlo» (v. 10 rvc). La presión de la persecución no lo intimidó.
Aprendí que el poder de la vida de Daniel estaba en su constante devoción al Señor. Su fortaleza venía de Dios, a quien Daniel quería agradar todos los días. Cuando surgía una crisis, no necesitaba cambiar su práctica diaria para superarla, sino que, simplemente, seguía comprometido con su Señor.
Dios nos da el poder para defender su causa cuando nos arrodillamos a orar.
Nuestro Pan Diario
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