Mientras
callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. —Salmo 32:3
Lectura: Salmo 32:1-5
La biblia en
un año: Números 20–22Marcos 7:1-13
Un pastor
contó esta historia sobre él en un periódico local. Estaba charlando con un
hombre mayor a quien acababan de presentarle. Entonces, dijo: «Así que usted
trabajaba en una empresa de servicios», y mencionó el nombre de la compañía.
«Exacto», respondió el hombre. El pastor señaló que, cuando era chico, los
cables de esa empresa pasaban por la propiedad de sus padres. «¿Dónde vivía?»,
preguntó el hombre. Cuando el pastor le dijo, el anciano respondió: «Recuerdo
esa propiedad. Me costó muchísimo mantener colocados en su lugar los carteles
de advertencia de los cables. Los niños los sacaban siempre». Cuando la cara
del pastor se puso roja de vergüenza, el hombre preguntó: «Usted era uno de
ellos, ¿verdad?». Y no se había equivocado.
El pastor
tituló la historia de su confesión: Sepan que sus «carteles» los alcanzarán; un
inteligente juego de palabras con la frase de Moisés en Números 32:23: «sabed
que vuestro pecado os alcanzará».
Los errores
del pasado nos alcanzan de alguna manera, y los pecados antiguos que no hemos
resuelto pueden generar consecuencias graves. Como se lamenta David en el Salmo
32: «Mientras callé, se envejecieron mis huesos». Sin embargo, confesar
nuestros errores restaura la comunión con el Señor: «Mi pecado te declaré, […]
y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (v. 5). Mediante la confesión, podemos
disfrutar del perdón divino.
Los
cristianos pueden borrar de su memoria lo que Dios ha borrado del registro.
Nuestro
Pan Diario
Una
vida coherente
…
[Daniel] se arrodillaba […], y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo
solía hacer antes. —Daniel 6:10
Lectura:
Daniel 6:1-10
La
biblia en un año: Números 17–19Marcos 6:30-56
Mientras
estudiaba el libro de Daniel, me llamó la atención la facilidad con que él
podría haber evitado que los arrojaran al foso de los leones. Los celosos
rivales de Daniel, que trabajaban para el gobierno de Babilonia, le tendieron
una trampa relacionada con su costumbre de orar diariamente a Dios (Daniel
6:1-9). Daniel era plenamente consciente del complot, y podría haber decidido
orar en forma privada durante un mes, hasta que todo se tranquilizara. Pero él
no era esa clase de persona.
«Cuando
Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las
ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día,
y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes» (v. 10).
Daniel no tuvo miedo ni negoció con el Señor, sino que continuó «como
acostumbraba hacerlo» (v. 10 rvc). La presión de la persecución no lo intimidó.
Aprendí
que el poder de la vida de Daniel estaba en su constante devoción al Señor. Su
fortaleza venía de Dios, a quien Daniel quería agradar todos los días. Cuando
surgía una crisis, no necesitaba cambiar su práctica diaria para superarla,
sino que, simplemente, seguía comprometido con su Señor.
Dios
nos da el poder para defender su causa cuando nos arrodillamos a orar.
Nuestro Pan
Diario
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