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domingo, 28 de diciembre de 2014

¿Sigue Jesús aquí?

Lectura: Romanos 8:31-39
… ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. —Romanos 8:39
La casa de Eduardo era una entre las más de 500 destruidas por un incendio forestal. Cuando le permitieron volver y revisar entre las cenizas y los escombros, esperaba encontrar un precioso recuerdo familiar que había hecho su esposa: una pequeña estatuilla de cerámica del niño Jesús, del tamaño de un sello postal. Mientras buscaba entre los restos carbonizados de su hogar, seguía preguntándose: ¿El niño Jesús seguirá estando aquí?
Cuando nuestra vida se sacude frente a decepciones y pérdidas, tal vez nos preguntamos si Jesús sigue estando con nosotros. La respuesta de la Biblia es un rotundo: ¡«Sí!». «…ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir […] nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:38-39).
En un rincón de lo que solía ser su garaje, Eduardo encontró los restos quemados de una escena del pesebre. Y allí también estaba la estatuilla del niño Jesús, sin que las llamas la hubieran dañado. En una entrevista que le hicieron por televisión, declaró: «Pasamos del temor a la esperanza […] de recobrar algunas partes de nuestra vida, que pensábamos que estaban perdidas».
¿Sigue Jesús allí? Sin ninguna duda, y esta es la maravilla eternamente perdurable de Navidad.
—DCM 
Si conoces a Jesús, nunca caminarás solo.
Nuestro Pan Diario

La salida de Egipto
Lectura: Mateo 2:13-21
… Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto… —Mateo 2:13
Un año, mientras viajaba con mi familia a la casa de la abuela, llegamos a una zona donde acababa de anunciarse una alerta de tornado. De pronto, al darnos cuenta de que nuestros hijos podían estar en peligro, todo cambió.
Menciono esta historia para que nos ayude a pensar cómo se habrá sentido la familia de José cuando él, María y su pequeño hijo iban hacia Egipto. Herodes, no un tornado, los amenazaba con su deseo de matar al niño. Imagina lo asustados que estarían, ya que sabían que «Herodes [buscaba] al niño para matarlo» (Mateo 2:13).
Por lo general, tenemos una perspectiva más idílica de la primera Navidad: una escena pacífica, con el ganado recostado y los pastores arrodillados. Pero la familia de Jesús no estaba en paz mientras procuraba escapar del horror de Herodes. Solo cuando un ángel les dijo que no había peligro, salieron de Egipto para volver a su casa en Nazaret (vv. 20-23).
Piensa en el asombro que debería producirnos la encarnación: Jesús, quien disfrutaba de la majestad del cielo en compañía de su Padre, dejó todo de lado para nacer en la pobreza, enfrentar muchos peligros y ser crucificado por nosotros. Salir de Egipto es una cosa, pero dejar el cielo por nosotros… ¡esto sí que es la parte extraordinaria y asombrosa de esta historia!
—JDB 
Jesús vino a la Tierra a buscarnos para que pudiéramos ir al cielo con Él.
Nuestro Pan Diario

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REFLEXIONAR
¿Por qué no somos Reubenitas, Shimonitas o Levitas, sino Lehudim (Judios)?
Por. Uriel Romano, Argentina*
¿Por qué no somos Reubenitas, Shimonitas o Levitas? ¿Por qué recibimos el nombre de Iehudim (judíos)? Como todos sabemos, en el mundo antiguo, y la Torá no es la excepción, el primogénito era el privilegiado. El primogénito recibía la doble porción de la herencia, la bendición del padre y el legado del mando y la administración de las tierras y la tribu de su progenitor. Sin embargo, el espíritu revolucionario bíblico subvierte el orden en toda ocasión. No será “primogénito” quien primero nace sino que será quien se lo merece. Abraham no era el primogénito, sin embargo fue el elegido y el que eligió a Dios. Ishmael era el primogénito biológicamente mas la continuidad del pueblo estuvo en manos de Itzjak. Yaakov no era el sucesor natural sino que con artimañas y engaños tomó la primogenitura de su hermano Esav, convirtiéndose así, tiempo después en Israel, quien le da uno de los nombres a nuestro pueblo.
Y entonces ¿quién era el heredero de Yaakov? El primogénito de Yaakov fue Reuben sin embargo no tomamos su nombre, no somos reubenitas. Tampoco tomamos el nombre del segundo o del tercer hijo que Yaakov tuvo con Lea. No somos ni Shimonitas ni Levitas. Tomamos el nombre de Iehudim, judíos, por el cuarto hijo de Yaakov: Iehudá. La pregunta que nos debe inquietar es ¿Por qué? ¿Por qué ni Reuben, Shimon o Levi pudieron ser los dignos sucesores y continuadores de Israel?
La propia Torá, a su manera particular, nos explica este fenómeno. Ni Reuben, ni Shimon ni Levi estuvieron a la altura moral para convertirse en el nombre del pueblo de Dios. Reuben comete dos grandes trasgresiones en el libro de Bereshit: se acuesta con la concubina de su padre, con Bilah, y en segundo lugar sugiere tirar al pozo a Iosef para que allí muera. Reuben toma lo que no le pertenece y sugiere asesinar sin mancharse las manos de sangre. Por esta razón cuando Iaakov está por morir y bendice (o maldice, como veremos) a cada uno de sus hijos a Reuben le dice lo siguiente: Rubén, tú eres mi hijo mayor; eres mi primer hijo, la primera prueba de mi fuerza; tienes el primer lugar de honor y el primer lugar en poder. 4 Pero me ofendiste gravemente, pues te acostaste con una de mis mujeres. Por eso ya no serás el primero, pues eres como el mar, que no se puede controlar. (Bereshit 49:3-4)
Si Reuben no podía ser el sucesor del pueblo elegido podrían haber sido tanto Shimon como Levi, sus sucesores naturales. Sin embargo ellos también son descartados por la propia Torá para dirigir al pueblo de Israel. Shimon y Levi, algunos capítulos atrás, asesinan a un pueblo completo, a los habitantes de Shjem, por la violación de su hermana Dina. Su hermana fue mancillada por el príncipe de aquella ciudad pero ellos en represaría no sólo se cobraron la vida de aquel soberano sino que también de todos sus súbditos y luego saquearon la ciudad. No podían dejar impune el crimen de su hermana pero, al hacer justicia por mano propia, se convirtieron en asesinos y saqueadores. Por eso Iaakov al fin de sus días les dice: »Simeón y Leví son como fieras que atacan siempre con violencia. 6 No quiero estar con ellos, ni andar en su compañía, porque en un arranque de enojo mataron gente y despedazaron toros. 7 ¡Maldita sea su furia! ¡Maldita sea su crueldad! (Ibíd. 5-7)
Y entonces quedó el cuarto hijo. ¿Cuál fue el mérito de Iehudá? Hace unas semanas leíamos que Iehudá le salva la vida a su hermano Iosef al sugerirles a sus hermanos que no lo maten sino que lo vendan como esclavo. Iehudá sabe que si pide salvarle la vida, sus hermanos no sólo matarán a Iosef sino que a él también, por eso sugiere un punto intermedio, venderlo como esclavo con el fin de salvarle la vida. Nuestra parashá comienza con las palabras: “Vaigash Elav Iehuda – Y se acercó a él (a Iosef) Iehudá”. Esta parashá que marcará el fin de los 22 años de desesperación de la familia de Yaakov tras la desaparición de su hijo Iosef comienza con el acercamiento de Iehudá. Iehudá se aproxima a Iosef y le cuenta las vicisitudes de su familia y arriesga su propia vida al sugerirle a Iosef que en vez de dejar a Biniamim en Egipto, él mismo tomará aquel lugar para evitarle más sufrimientos a su padre. En ese instante Iosef irrumpe en llantos y no puede controlarse más y le dice a sus hermanos: “Ani Iosef – Yo soy Iosef”.
Por el mérito de Iehudá, Yosef recobra su identidad. Por el mérito de Iehudá nuestra identidad se ve marcada con un nombre: Iehudim. Somos judíos por la valentía y la mesura de Iehudá.  Yosef solamente puede volver a ser parte de su pueblo cuando encuentra en su hermano Iehudá la viva imagen de un hombre de bien, de un hombre de Dios.
Ser judío, tal como el ser primogénito en la Biblia, no es una cuestión de sangre, no es un privilegio por haber nacido primero o haber nacido de un vientre judío. Ser judío es actuar a imagen y semejanza de quien dio nombre a nuestro pueblo. Hay que ganarse el titulo de ser Iehudí. Ser judío es aprender a actuar con mesura, a buscar el punto medio y la conciliación. Ser judío es arriesgarse por lo que uno cree, es preocuparse y ocuparse del semejante. Ser judío es aprender a acércanos con la palabra y no con la espada. Solamente cuando somos y actuamos como judíos, en vez de sólo llamarnos judíos, es que el otro –quien está alejado- encontrará su camino de vuelta a su pueblo porque encontrará en él un pueblo digno de ser llamado “el pueblo de Dios”.
¡Shabat Shalom!

* Uriel Romano. Estudiante del Instituto de Formación Rabínica Abraham J. Heschel, Seminario Rabínico Latinoamericano.

El rincón de la Halajá
  El Shabat anterior a Pesaj es llamado Shabat HaGadol por el milagro que ocurrió aquel día. AGA Es costumbre recitar en Minjá la Hagada desde “Avadim Hainu” hasta “Lejaper al kol avonoteinu”. (Shulján Aruj, Oraj Jaim, 430:1)
La Mishná Brura nos cuenta cuál fue aquel milagro que ocurrió en aquel Shabat. Cuenta el Midrash que en el año de la salida de Egipto, el 10 de Nisán cayó Shabat, y según la Torá desde aquel día el pueblo de Israel comenzó a tomar los carneros para el sacrificio pascual que tendría lugar el día de la salida de Egipto el 14 del mismo mes. Es por eso que el Shabat previo a Pesaj recibe el nombre de “el gran Shabat”. Sin embargo otras autoridades sugieren que recibe este nombre porque era una de las pocas instancias en el año donde el rabino se extendía largamente en su prédica anunciando y repasando todas las leyes sobre Pesaj, ya que como dijimos la última vez, es la festividad con más indicaciones y detalles de todas las festividades del pueblo de Israel.
Moshe Isserles en su glosa agrega que aquel Shabat previo a Pesaj no sólo nos preparamos “legalmente” repasando todas las halajot (leyes) de la festividad sino que también debemos comenzar un trabajo espiritual preparándonos para la mitzvá más importante: la narración de la salida de Egipto. Los comentaristas enseñan que tal como aquel Shabat fue el comienzo de la preparación, el comienzo de la redención y los milagros, debemos entonces comenzar a repasar la narración que como cada año repetimos en nuestras mesas familiares. 
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