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viernes, 10 de junio de 2016

¡Cuéntalo!



El hombre se fue, y […] comenzó a contar las grandes cosas que Jesús había hecho con él… (v. 20 rvc).
Lectura: Marcos 5:1-20
La biblia en un año: Juan 17
Era el año 1975, y me acababa de suceder algo importante. Fui a buscar a Francis, mi amigo y confidente, para contárselo. Lo encontré en su apartamento, preparándose para salir de inmediato. Él percibió que tenía algo importante que decirle, y me preguntó: «¿Qué sucede?». Entonces, se lo dije sin rodeos: «¡Ayer acepté a Jesús como mi Salvador!».
Francis me miró, dejó escapar un largo suspiro y dijo: «Hace mucho tiempo que yo quiero hacer lo mismo». Me pidió que le contara mi experiencia, y le dije que, el día anterior, alguien me había explicado el evangelio, y yo había invitado a Jesús a mi vida. Todavía recuerdo las lágrimas en sus ojos mientras él también oró para recibir el perdón de Cristo. Dejó las prisas a un lado, y nos quedamos hablando largo y tendido sobre nuestra nueva relación con Jesús.
Después de sanar a un hombre endemoniado, Jesús le dijo: «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti» (Marcos 5:19). El hombre no necesitaba predicar ningún sermón poderoso; solamente, contar su historia.
Al margen de cuál sea nuestra experiencia de conversión, podemos hacer lo mismo que este hombre: «se fue, y […] comenzó a contar las grandes cosas que Jesús había hecho con él».
Señor, quiero compartir lo que hiciste por mí.
Díganlo los redimidos del Señor, los que ha redimido del poder del enemigo. —Salmo 107:2

Romper para restaurar
Señor, yo sé […] que por tu fidelidad me afligiste (v. 75).
Lectura: Salmo 119:71-75
La biblia en un año: Juan 16
Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre sirvió en el ejército estadounidense en el Pacífico Sur. En esa época, rechazaba cualquier idea religiosa, declarando: «No necesito ninguna muleta». Sin embargo, llegó el día en que su actitud hacia las cuestiones espirituales cambiaría para siempre. Mi madre estaba por dar a luz a su tercer hijo, y mi hermano y yo nos fuimos a acostar entusiasmados por conocer a un nuevo hermanito. Cuando me levanté a la mañana siguiente, le pregunté ansioso a papá: «¿Es un varón o una nena?». Me respondió: «Era una niña, pero nació muerta». Lloramos juntos y lamentamos nuestra pérdida.
Por primera vez, mi padre le entregó su corazón roto a Jesús en oración. En ese momento, sintió una paz y un consuelo abrumadores de parte de Dios, aunque nada podría reemplazar a su hija. Al poco tiempo, empezó a interesarse en la Biblia y siguió orando a Aquel que estaba sanando su corazón destrozado. Su fe fue creciendo con los años, y se transformó en un seguidor firme de Jesús. Lo sirvió como maestro de estudios bíblicos y líder en la iglesia.
Jesús no es una muleta para los débiles. ¡Es la fuente de nueva vida espiritual! Cuando estamos deshechos, Él puede restaurarnos y sanarnos (Salmo 119:75).
Señor, te entrego mis angustias. Restáurame una vez más.
El quebrantamiento puede llevar a una vida plena.
Nuestro Pan Diario
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