El hombre se fue, y […] comenzó a contar las
grandes cosas que Jesús había hecho con él… (v. 20 rvc).
Lectura: Marcos 5:1-20
La biblia en un año: Juan 17
Era el año 1975, y me acababa de suceder algo
importante. Fui a buscar a Francis, mi amigo y confidente, para contárselo. Lo
encontré en su apartamento, preparándose para salir de inmediato. Él percibió
que tenía algo importante que decirle, y me preguntó: «¿Qué sucede?». Entonces,
se lo dije sin rodeos: «¡Ayer acepté a Jesús como mi Salvador!».
Francis me miró, dejó escapar un largo suspiro y
dijo: «Hace mucho tiempo que yo quiero hacer lo mismo». Me pidió que le
contara mi experiencia, y le dije que, el día anterior, alguien me había
explicado el evangelio, y yo había invitado a Jesús a mi vida. Todavía recuerdo
las lágrimas en sus ojos mientras él también oró para recibir el perdón de
Cristo. Dejó las prisas a un lado, y nos quedamos hablando largo y tendido
sobre nuestra nueva relación con Jesús.
Después de sanar a un hombre endemoniado, Jesús le
dijo: «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha
hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti» (Marcos 5:19). El hombre no
necesitaba predicar ningún sermón poderoso; solamente, contar su historia.
Al margen de cuál sea nuestra experiencia de
conversión, podemos hacer lo mismo que este hombre: «se fue, y […] comenzó a
contar las grandes cosas que Jesús había hecho con él».
Señor, quiero compartir lo que hiciste por mí.
Díganlo los redimidos del Señor, los que ha
redimido del poder del enemigo. —Salmo 107:2
Romper para restaurar
Señor, yo sé […] que por tu fidelidad me
afligiste (v. 75).
Lectura: Salmo 119:71-75
La biblia en un año: Juan 16
Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre sirvió
en el ejército estadounidense en el Pacífico Sur. En esa época, rechazaba
cualquier idea religiosa, declarando: «No necesito ninguna muleta». Sin embargo,
llegó el día en que su actitud hacia las cuestiones espirituales cambiaría para
siempre. Mi madre estaba por dar a luz a su tercer hijo, y mi hermano y yo nos
fuimos a acostar entusiasmados por conocer a un nuevo hermanito. Cuando me
levanté a la mañana siguiente, le pregunté ansioso a papá: «¿Es un varón o una
nena?». Me respondió: «Era una niña, pero nació muerta». Lloramos juntos y
lamentamos nuestra pérdida.
Por primera vez, mi padre le entregó su corazón
roto a Jesús en oración. En ese momento, sintió una paz y un consuelo
abrumadores de parte de Dios, aunque nada podría reemplazar a su hija. Al poco
tiempo, empezó a interesarse en la Biblia y siguió orando a Aquel que estaba
sanando su corazón destrozado. Su fe fue creciendo con los años, y se transformó
en un seguidor firme de Jesús. Lo sirvió como maestro de estudios bíblicos y
líder en la iglesia.
Jesús no es una muleta para los débiles. ¡Es la
fuente de nueva vida espiritual! Cuando estamos deshechos, Él puede
restaurarnos y sanarnos (Salmo 119:75).
Señor, te entrego mis angustias. Restáurame una vez
más.
El quebrantamiento puede llevar a una vida
plena.
Nuestro Pan Diario
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