… los que esperan al Señor tendrán nuevas
fuerzas… (v. 31).
Lectura: Isaías 40:27-31
La biblia en un año: Juan 13:21-38
Un hermoso día soleado, iba caminando por un parque
con el corazón fatigado y desanimado. No era una sola cosa lo que me agobiaba…
todo parecía andar mal. Me senté en un banco y observé que tenía una placa para
recordar a un «esposo, padre, hermano y amigo devoto». Además, decía: «Pero los
que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas;
correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (Isaías 40:31).
Esas conocidas palabras fueron para mí un toque
personal del Señor. Todos experimentamos cansancio… ya sea físico, emocional o
espiritual. Isaías nos recuerda que, aunque nos fatiguemos, el Señor, el Dios
eterno y Creador de toda la Tierra, «no desfallece, ni se fatiga con cansancio»
(v. 28). ¡Con qué facilidad había olvidado que, en toda situación, «[el Señor]
da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas» (v.
29)!
¿Cómo te sientes hoy? Si la fatiga te ha llevado a
olvidar la presencia y el poder de Dios, podrías hacer una pausa y recordar su
promesa: «Los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas» (v. 31). Aquí.
Ahora. Exactamente donde estamos.
Señor, ¡qué bueno que no te fatigas! Dame la fuerza
que necesito para enfrentar hoy cualquier situación.
Cuando te sientas cansado por las luchas de la
vida, encuentra fuerzas en el Señor.
¡Señor, ayúdame!
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la
gracia, […] para el oportuno socorro. (v. 16).
Lectura: Hebreos 4:14-16
La biblia en un año: Juan 13:1-20
Cuando mi amiga me contó que sería mamá, ¡me puse
feliz! Juntas, contamos los días hasta el nacimiento. Pero, cuando el bebé
sufrió daño cerebral durante el parto, me sentí desolada y no sabía cómo orar.
Lo que sí sabía era a quién debía hacerlo: a Dios. Él es nuestro Padre, y
siempre nos escucha.
Estaba segura de que Dios puede hacer milagros. Le
devolvió la vida a la hija de Jairo (Lucas 8:49-55) y, al hacerlo, la sanó de
la enfermedad que le había robado la vida. Así que, le pedí que también sanara
al bebé de mi amiga.
Sin embargo, me pregunté: ¿Y si Dios no lo sana?
Poder no le falta, pero ¿podría acaso no interesarle? Pensé en el sufrimiento
de Jesús en la cruz y en la explicación de que «Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos
5:8). Después, recordé las preguntas de Job y cómo aprendió a ver la sabiduría
de Dios revelada en la creación (Job 38–39).
Poco a poco, fui entendiendo cómo Dios nos llama
con los pequeños detalles de nuestra vida, para que nos acerquemos a Él. Por la
gracia divina, mi amiga y yo aprendimos lo que significa acudir al Señor y
confiar en Él… sin importar cuál sea el resultado.
Señor, gracias por escucharme siempre. Te confío mi
vida y la de mis seres queridos.
Cuando la vida te golpea y te derriba, ¡estás en
la posición perfecta para orar!
Nuestro Pan Diario
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