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viernes, 3 de junio de 2016

Fortaleza para el cansado



… los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas… (v. 31).
Lectura: Isaías 40:27-31
La biblia en un año: Juan 13:21-38
Un hermoso día soleado, iba caminando por un parque con el corazón fatigado y desanimado. No era una sola cosa lo que me agobiaba… todo parecía andar mal. Me senté en un banco y observé que tenía una placa para recordar a un «esposo, padre, hermano y amigo devoto». Además, decía: «Pero los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (Isaías 40:31).
Esas conocidas palabras fueron para mí un toque personal del Señor. Todos experimentamos cansancio… ya sea físico, emocional o espiritual. Isaías nos recuerda que, aunque nos fatiguemos, el Señor, el Dios eterno y Creador de toda la Tierra, «no desfallece, ni se fatiga con cansancio» (v. 28). ¡Con qué facilidad había olvidado que, en toda situación, «[el Señor] da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas» (v. 29)!
¿Cómo te sientes hoy? Si la fatiga te ha llevado a olvidar la presencia y el poder de Dios, podrías hacer una pausa y recordar su promesa: «Los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas» (v. 31). Aquí. Ahora. Exactamente donde estamos.
Señor, ¡qué bueno que no te fatigas! Dame la fuerza que necesito para enfrentar hoy cualquier situación.
Cuando te sientas cansado por las luchas de la vida, encuentra fuerzas en el Señor.

¡Señor, ayúdame!
 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, […] para el oportuno socorro. (v. 16).
Lectura: Hebreos 4:14-16
La biblia en un año: Juan 13:1-20
Cuando mi amiga me contó que sería mamá, ¡me puse feliz! Juntas, contamos los días hasta el nacimiento. Pero, cuando el bebé sufrió daño cerebral durante el parto, me sentí desolada y no sabía cómo orar. Lo que sí sabía era a quién debía hacerlo: a Dios. Él es nuestro Padre, y siempre nos escucha.
Estaba segura de que Dios puede hacer milagros. Le devolvió la vida a la hija de Jairo (Lucas 8:49-55) y, al hacerlo, la sanó de la enfermedad que le había robado la vida. Así que, le pedí que también sanara al bebé de mi amiga.
Sin embargo, me pregunté: ¿Y si Dios no lo sana? Poder no le falta, pero ¿podría acaso no interesarle? Pensé en el sufrimiento de Jesús en la cruz y en la explicación de que «Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Después, recordé las preguntas de Job y cómo aprendió a ver la sabiduría de Dios revelada en la creación (Job 38–39).
Poco a poco, fui entendiendo cómo Dios nos llama con los pequeños detalles de nuestra vida, para que nos acerquemos a Él. Por la gracia divina, mi amiga y yo aprendimos lo que significa acudir al Señor y confiar en Él… sin importar cuál sea el resultado.
Señor, gracias por escucharme siempre. Te confío mi vida y la de mis seres queridos.
Cuando la vida te golpea y te derriba, ¡estás en la posición perfecta para orar!
Nuestro Pan Diario
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