Por Xochitl
Dixon
… No
seguiré más con ustedes a menos que destruyan esas cosas […] destinadas para
ser destruidas (v. 12 NTV).
Leer: Josué 7:1-12
La
Biblia en un año: Job 25–27; Hechos 12
Se
aproximaba una fecha de entrega, y una discusión que había tenido con mi esposo
me daba vueltas por la cabeza. Me quedé mirando el cursor parpadeante, mientras
pensaba: Él también estuvo equivocado, Señor.
Cuando
la pantalla de la computadora se apagó, vi mi reflejo enfadado. Mis errores sin
reconocer entorpecían mi trabajo y dañaban mi relación con mi esposo y con
Dios.
Tomé
el teléfono, me tragué el orgullo y pedí perdón. Saboreando la paz de la
reconciliación, le di gracias a Dios y terminé mi artículo a tiempo.
Los
israelitas experimentaron el dolor del pecado personal y el gozo de la
restauración. Josué les advirtió que no se enriquecieran en la batalla por
Jericó (Josué 6:18), pero Acán robó y escondió en su tienda algunas cosas del
botín (7:1). Solo después de que su pecado fue descubierto y juzgado (vv. 4-12),
la nación pudo reconciliarse con Dios.
Como
Acán, no siempre pensamos que «guardar pecado en nuestra tienda» aleja nuestro
corazón de Dios y afecta a quienes nos rodean. Reconocer a Jesús como Señor,
admitir nuestro pecado y pedir perdón proporciona el cimiento para relaciones
saludables con Dios y los demás. Al someternos a diario a nuestro amoroso
Creador, podemos servirlo y disfrutar de su presencia… juntos.
Señor,
ayúdanos a reconocer y confesar nuestro pecado y alejarnos de él.
El
pecado en el corazón arruina nuestra intimidad con Dios y los demás.
Saber
tomar atajos
Por Tim
Gustafson
… Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame (v. 23).
Leer: Lucas 9:57-62
La
Biblia en un año: Job 22–24; Hechos 11
Mientras
bebía su té, Nancy miró por la ventana de su amiga y suspiró al ver una
exuberante extensión de colores en un cantero de flores bien cuidado.
«Quiero
lucir así —dijo con melancolía— sin tanto trabajo».
Algunos
atajos están bien; incluso, son prácticos. Otros hacen que nuestro espíritu
entre en cortocircuito y nos insensibilizan. Queremos romance sin
comprometernos con alguien tan distinto de nosotros. Queremos grandeza sin los
riesgos y el fracaso necesarios en la vida real. Deseamos agradar a Dios, pero
no si nos resulta inconveniente.
Jesús
aclaró que no hay atajos para evitar la decisión difícil de consagrarle nuestra
vida. Le advirtió a un posible discípulo: «Ninguno que poniendo su mano en el
arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (Lucas 9:62). Seguir a
Cristo requiere que alteremos radicalmente nuestras lealtades.
Cuando
ponemos nuestra fe en Jesús, la obra recién empieza. Pero vale la pena, porque
Él también dijo que no hay quien sacrifique algo «por causa de [Él] y del
evangelio, que no reciba cien veces más ahora […] y en el siglo venidero la
vida eterna» (Marcos 10:29-30). Seguir a Cristo es difícil, pero Él nos ha dado
su Espíritu y la recompensa de una vida plena ahora y siempre.
Padre,
ayúdame a hacer en dependencia de tu Espíritu la obra que me encomendaste.
La
mayoría de las cosas que valen la pena son difíciles.
Limpiar
la casa
Por mb
Desechando,
pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las
detracciones… (2:1).
Leer: 1 Pedro 1:22–2:5
La
Biblia en un año: Job 20–21; Hechos 10:24-48
Hace
poco, cambié de habitación en casa. Me llevó más tiempo de lo que esperaba,
porque no solo quería transferir mi desorden; deseaba empezar de cero. Después
de horas de limpiar y clasificar —un proceso agotador—, tenía una hermosa
habitación donde me entusiasmaba estar.
Mi
proyecto me dio una perspectiva renovada de 1 Pedro 2:1: «Entonces, ¡limpien la
casa! Descarten por completo la malicia y el fingimiento, la envidia y las
palabras hirientes» (The Message, trad. libre). Es interesante que, después de
celebrar su nueva fe en Cristo (1:1-12), Pedro animara a los creyentes a
desechar hábitos destructivos (1:13–2:3). Cuando nuestro caminar con el
Señor parece desordenado y hay tensión en nuestro amor por los demás, esto no
debe llevarnos a cuestionar nuestra salvación. No cambiamos nuestras vidas para
ser salvos, sino porque ya lo somos (1:23).
Los
malos hábitos no desaparecen de la noche a la mañana. Así que, a diario,
necesitamos «limpiar la casa» y desechar cualquier cosa que evite que amemos
plenamente a los demás (1:22) y que crezcamos (2:2). Entonces, en ese espacio
nuevo y limpio, podemos experimentar la maravilla de ser edificados y renovados
(v. 5) por el poder y la vida de Cristo.
Padre
celestial, ayúdanos a acudir a ti para limpiarnos y renovarnos.
Rechacemos
los hábitos destructivos y experimentemos la nueva vida en Jesús.
Nuestro
Pan Diario
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