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martes, 4 de julio de 2017

Destruir lo que divide



Por Xochitl Dixon
… No seguiré más con ustedes a menos que destruyan esas cosas […] destinadas para ser destruidas (v. 12 NTV).
La Biblia en un año: Job 25–27; Hechos 12
Se aproximaba una fecha de entrega, y una discusión que había tenido con mi esposo me daba vueltas por la cabeza. Me quedé mirando el cursor parpadeante, mientras pensaba: Él también estuvo equivocado, Señor.
Cuando la pantalla de la computadora se apagó, vi mi reflejo enfadado. Mis errores sin reconocer entorpecían mi trabajo y dañaban mi relación con mi esposo y con Dios.
Tomé el teléfono, me tragué el orgullo y pedí perdón. Saboreando la paz de la reconciliación, le di gracias a Dios y terminé mi artículo a tiempo.
Los israelitas experimentaron el dolor del pecado personal y el gozo de la restauración. Josué les advirtió que no se enriquecieran en la batalla por Jericó (Josué 6:18), pero Acán robó y escondió en su tienda algunas cosas del botín (7:1). Solo después de que su pecado fue descubierto y juzgado (vv. 4-12), la nación pudo reconciliarse con Dios.
Como Acán, no siempre pensamos que «guardar pecado en nuestra tienda» aleja nuestro corazón de Dios y afecta a quienes nos rodean. Reconocer a Jesús como Señor, admitir nuestro pecado y pedir perdón proporciona el cimiento para relaciones saludables con Dios y los demás. Al someternos a diario a nuestro amoroso Creador, podemos servirlo y disfrutar de su presencia… juntos.
Señor, ayúdanos a reconocer y confesar nuestro pecado y alejarnos de él.
El pecado en el corazón arruina nuestra intimidad con Dios y los demás.

Saber tomar atajos
Por Tim Gustafson
… Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (v. 23).
La Biblia en un año: Job 22–24; Hechos 11
Mientras bebía su té, Nancy miró por la ventana de su amiga y suspiró al ver una exuberante extensión de colores en un cantero de flores bien cuidado.
«Quiero lucir así —dijo con melancolía— sin tanto trabajo».
Algunos atajos están bien; incluso, son prácticos. Otros hacen que nuestro espíritu entre en cortocircuito y nos insensibilizan. Queremos romance sin comprometernos con alguien tan distinto de nosotros. Queremos grandeza sin los riesgos y el fracaso necesarios en la vida real. Deseamos agradar a Dios, pero no si nos resulta inconveniente.
Jesús aclaró que no hay atajos para evitar la decisión difícil de consagrarle nuestra vida. Le advirtió a un posible discípulo: «Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (Lucas 9:62). Seguir a Cristo requiere que alteremos radicalmente nuestras lealtades.
Cuando ponemos nuestra fe en Jesús, la obra recién empieza. Pero vale la pena, porque Él también dijo que no hay quien sacrifique algo «por causa de [Él] y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora […] y en el siglo venidero la vida eterna» (Marcos 10:29-30). Seguir a Cristo es difícil, pero Él nos ha dado su Espíritu y la recompensa de una vida plena ahora y siempre.
Padre, ayúdame a hacer en dependencia de tu Espíritu la obra que me encomendaste.
La mayoría de las cosas que valen la pena son difíciles.

Limpiar la casa
Por mb
Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones… (2:1).
La Biblia en un año: Job 20–21; Hechos 10:24-48
Hace poco, cambié de habitación en casa. Me llevó más tiempo de lo que esperaba, porque no solo quería transferir mi desorden; deseaba empezar de cero. Después de horas de limpiar y clasificar —un proceso agotador—, tenía una hermosa habitación donde me entusiasmaba estar.
Mi proyecto me dio una perspectiva renovada de 1 Pedro 2:1: «Entonces, ¡limpien la casa! Descarten por completo la malicia y el fingimiento, la envidia y las palabras hirientes» (The Message, trad. libre). Es interesante que, después de celebrar su nueva fe en Cristo (1:1-12), Pedro animara a los creyentes a desechar hábitos destructivos (1:13–2:3). Cuando nuestro caminar con el Señor parece desordenado y hay tensión en nuestro amor por los demás, esto no debe llevarnos a cuestionar nuestra salvación. No cambiamos nuestras vidas para ser salvos, sino porque ya lo somos (1:23).
Los malos hábitos no desaparecen de la noche a la mañana. Así que, a diario, necesitamos «limpiar la casa» y desechar cualquier cosa que evite que amemos plenamente a los demás (1:22) y que crezcamos (2:2). Entonces, en ese espacio nuevo y limpio, podemos experimentar la maravilla de ser edificados y renovados (v. 5) por el poder y la vida de Cristo.
Padre celestial, ayúdanos a acudir a ti para limpiarnos y renovarnos.
Rechacemos los hábitos destructivos y experimentemos la nueva vida en Jesús.
Nuestro Pan Diario
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