Por Dave Branon
La Biblia en un año: Sofonías 1–3; Apocalipsis
16
Diversas tradiciones de Navidad caracterizan a los
países donde se celebra. Al ver las flores de poinsetia, deberíamos agradecerle
a México; al comer turrones, dar gracias a Italia y España; al decir o escuchar
la palabra «Noel», expresar gratitud a Francia.
Pero, al disfrutar de nuestras tradiciones
navideñas, costumbres recolectadas de todo el mundo, debemos dar nuestro mayor
y más profundo «gracias» a nuestro Dios bueno, misericordioso y amoroso. De Él,
vino la razón de nuestra celebración: el bebé nacido en aquel pesebre de Judea
hace más de dos mil años. Un ángel anunció la llegada de este regalo a la
humanidad, diciendo: «os doy nuevas de gran gozo […]: que os ha nacido hoy […]
un Salvador, que es CRISTO el Señor» (Lucas 2:10-11).
Esta Navidad, aun a la luz del iluminado árbol de
Navidad y rodeados de regalos recién abiertos, el verdadero entusiasmo se
manifiesta al dirigir nuestra atención al bebé llamado Jesús, quien vino para
salvar «a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21). Su nacimiento trasciende las
tradiciones; es el foco de nuestra gratitud al alabar a Dios por este regalo
indescriptible de Navidad.
Señor, gracias por venir a habitar con nosotros
aquella primera Navidad. En esta época de tantas tradiciones, ayúdanos a
ponerte en primer lugar.
«… el Dios de esperanza os llene de todo gozo y
paz…». Romanos 15:13
¿Cómo se le ocurre?
Por Tim Gustafson
Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta
conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Filipenses 4:19).
La Biblia en un año: Hageo 1–2; Apocalipsis 17
Cuando un turista perdió su teléfono celular en la
playa, pensó que no lo volvería a ver. Sin embargo, a la semana, un
pescador lo llamó. Había encontrado el teléfono —que, tras secarse, seguía
funcionando— en un bacalao de unos once kilos.
La vida está llena de historias insólitas, y, en la
Biblia, encontramos varias. Un día, un recaudador de impuestos se acercó a
Pedro y le preguntó: «¿Su maestro no paga el impuesto del templo?» (Mateo 17:24
NVI). Jesús convirtió esa situación en un momento aleccionador al explicarle a
Pedro su rol como Rey. Los hijos de un rey no pagaban impuestos, y el Señor
dejó claro que ni Él ni sus hijos debían impuestos al templo (vv. 25-26).
Pero, «para no ofenderles» (v. 27), le dijo a Pedro
que fuera a pescar (esta es la parte insólita de la historia). Pedro encontró
una moneda en el primer pez que pescó.
¿Cómo se le ocurre intervenir así a Jesús? Mejor
dicho: Nadie mejor que Jesús para intervenir, ya que Él es el verdadero Rey…
aunque muchos no lo reconozcan así. Cuando aceptamos a Jesús como Salvador, nos
convertimos en hijos de Dios.
La vida será exigente con nosotros, pero el Señor
proveerá lo que necesitemos. Como lo expresa el pastor David Pompo:
«Cuando pescamos para nuestro Padre, podemos depender de su provisión».
Señor, gracias por proveer todo lo necesario.
¡Somos hijos del Rey!
Nuestro Pan Diario
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