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domingo, 15 de enero de 2012

Una nueva identidad

Léase: Isaías 43.1-7
“Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: «No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío”. (Isaías 43. 1, NVI)
Unos momentos antes de comenzar el servicio de adoración, escuché un susurro: «Cuando anuncie a la organista de hoy, dígales que es Elizabeth». Me sentí confundida. ¿Elizabeth? Siempre la había conocido como Betty. Después del servicio, ella me explicó: «Mi vida es diferente ahora. Dios me ayudó a hacer cambios importantes en mi vida. Me siento como una nueva persona, así que necesitaba un nuevo nombre». Elizabeth había salido de un matrimonio abusivo. Dejó de embriagarse y se unió a un grupo de apoyo. Estaba en un camino de descubrimiento y renovación. Ella estaba reclamando su identidad como hija amada de Dios. Elizabeth no siempre se vio a sí misma como una persona merecedora de amor y respeto. Ahora podía enfrentar su futuro sin temor, confiada en que Dios la conoce y la ama. Ella es un recordatorio viviente de la presencia y la dirección de Dios durante los momentos difíciles de la vida. Dondequiera que la veo la llamo Elizabeth.
Autor: Sra. Susan J. Foster (Connecticut, EUA)
Pensamiento para el día:

Voy a mirar a cada persona que encuentre hoy como hijo/a de Dios.
Oremos: Por alguien rehabilitándose de su adicción.

El Aposento Alto
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No entristecer al Espíritu
Lectura: Efesios 4:25-32
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre. —Juan 14:16
Si el dinero te desapareciera misteriosamente de la billetera, te enojarías. Pero si descubrieras que el que te lo robó fue tu hijo, tu enojo se convertiría de inmediato en tristeza. Un uso de la palabra tristeza describe el dolor que sentimos cuando aquellos que nos aman nos decepcionan.
«No contristéis al Espíritu Santo de Dios» (Efesios 4:30) significa esencialmente que no lastimemos a Aquel que nos ama y que está a nuestro lado para ayudarnos. En Juan 14:26, leemos las palabras de Jesús que nos dicen que el Padre ha enviado al Espíritu Santo para que sea nuestro ayudador.
Cuando nuestras acciones o actitudes entristecen al Espíritu Santo, el resultado puede ser una tremenda tensión. El Espíritu atrae en una dirección, pero las pasiones descontroladas de la carne tiran de nosotros en sentido contrario. Pablo lo describe en Gálatas 5:17: «Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis». Si esta situación continúa, quizá empecemos a sentirnos culpables e insatisfechos con la vida. En breve, el gozo y las fuerzas tal vez disminuyan y sean reemplazados por la apatía y el letargo (Salmo 32:3-4).
Por lo tanto, no entristezcas al Espíritu Santo que te fue dado por amor para ayudarte. Despojémonos de las malas decisiones de la carne (Efesios 4:31) y vivamos fielmente para Dios.
—AL
El corazón del creyente es la casa del Espíritu Santo.

Cada vida es un regalo
Lectura: Salmo 139:1-16
Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras… —Salmo 139:14
Una joven estaba embarazada, pero era soltera, y aunque vivía en una sociedad que no le daba mucho valor a una vida que aún no había nacido, ella, sabiamente, decidió permitir que su bebé viviera.
La niña, a quien ella generosamente puso a disposición para que la adoptaran, pasó a formar parte de una amorosa familia cristiana que crió a esta preciosa hija, la amó y le mostró el camino para llegar a Cristo.
Sin embargo, antes de que llegara a ser adulta, la muchacha murió. Su muerte dejó un tremendo vacío en la vida de su familia, pero también recuerdos de su alegre niñez y de su entusiasmo juvenil. Sin duda, esa muerte generó un insalvable vacío en el corazón de quienes la amaban, pero imagina todo lo que se habrían perdido si nunca la hubiesen sostenido en sus brazos, hablado de Jesús con ella, reído juntos, enseñado y amado.
Cada vida, cada bebé, es un ejemplo maravilloso de la obra de las manos del Señor (Salmo 139). Todo ser humano lleva en sí la imagen de la semejanza a Dios (Génesis 1:27) y es descendiente de nuestro primer padre, que recibió del Señor el aliento de vida: Adán.
La muerte nos roba la posibilidad de concretar ciertos deseos en la vida, pero también nos recuerda el valor de cada ser humano creado por Dios (Colosenses 1:16). Aprecia y ama el regalo de la vida y saborea el gozo de las obras del Señor.
—JDB
Cada vida es creación de Dios y lleva grabado su autógrafo.

NUESTRO PAN DIARIO

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