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lunes, 12 de diciembre de 2016

¿Cuánto vales?



… fuisteis rescatados […], no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo… (vv. 18-19).
Lectura: 1 Pedro 1:17-23
La Biblia en un año: 2 Pedro 2
Se cuenta que, en el año 75 a.C., un joven de la nobleza romana llamado Julio César fue secuestrado por piratas, tras lo cual se pidió un rescate para liberarlo. Cuando exigieron 20 talentos de plata (unos 600.000 dólares hoy), César se rio y dijo que era evidente que no tenían idea de quién era él. Entonces, insistió en que elevaran el monto del rescate a 50 talentos. ¿Por qué? Porque creía que valía más de 20.
¡Qué diferencia vemos entre la arrogante valoración personal de César y el precio que Dios le pone a cada ser humano! Nuestro valor no se mide en términos monetarios, sino en función de lo que el Padre celestial ha hecho a nuestro favor.
¿Cuál fue el precio del rescate que pagó para salvarnos? La sangre de su único Hijo al morir en la cruz. Así, el Padre nos liberó de nuestro pecado: «fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo» (1 Pedro 1:18-19).
Dios nos amó tanto que entregó a su Hijo para que muriera en la cruz y resucitara de los muertos para redimirnos y rescatarnos. Este es el valor que tienes para Él.
Padre, gracias por el precio que pagaste para que fuera perdonado. Que mi vida sea una expresión constante de gratitud.
Nuestro valor lo determina el precio que Dios pagó para rescatarnos.

¡Soy rico!
Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza (v. 14).
Lectura: Salmo 119:9-16
La Biblia en un año: 2 Pedro 1
Hay una publicidad por televisión que muestra a una persona abriendo la puerta y viendo a alguien que le entrega un cheque por una cantidad enorme de dinero. Ante eso, el sorprendido destinatario empieza a gritar, cantar, saltar y abrazar a todo el mundo. «¡Gané! ¡Soy rico! ¡No lo puedo creer! ¡Se terminaron los problemas!». Hacerse rico de repente desencadena una gran reacción emocional.
En el Salmo 119, encontramos esta notable declaración: «Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza» (v. 14). ¡Qué comparación! ¡Obedecer a Dios en la vida puede ser tan emocionante como recibir una fortuna! El v. 16 repite la idea cuando el salmista expresa su gratitud y alegría: «Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras».
¿Y si no nos sentimos así? ¿Podemos regocijarnos en las instrucciones de Dios como si recibiéramos una fortuna? Todo comienza con ser agradecidos, lo cual implica una actitud y una elección. Nuestra atención se centra en lo que valoramos; por eso, debemos dar gracias por lo que Dios nos da para nutrir nuestra alma, y pedirle que nos abra los ojos para apreciar la sabiduría y la paz que transmite su Palabra.
¡Nos hacemos ricos al amar a Dios cada día más!
Señor, gracias por la riqueza de los consejos sabios de tu Palabra. Ayúdame a disfrutarla.
Los ricos tesoros de la verdad de Dios están esperando ser descubiertos en su Palabra.
Nuestro Pan Diario
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