… fuisteis rescatados […], no con cosas
corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo… (vv.
18-19).
Lectura: 1 Pedro 1:17-23
La Biblia en un año: 2 Pedro 2
Se cuenta que, en el año 75 a.C., un joven de
la nobleza romana llamado Julio César fue secuestrado por piratas, tras lo cual
se pidió un rescate para liberarlo. Cuando exigieron 20 talentos de plata (unos
600.000 dólares hoy), César se rio y dijo que era evidente que no tenían idea
de quién era él. Entonces, insistió en que elevaran el monto del rescate a 50
talentos. ¿Por qué? Porque creía que valía más de 20.
¡Qué diferencia vemos entre la arrogante valoración
personal de César y el precio que Dios le pone a cada ser humano! Nuestro valor
no se mide en términos monetarios, sino en función de lo que el Padre celestial
ha hecho a nuestro favor.
¿Cuál fue el precio del rescate que pagó para
salvarnos? La sangre de su único Hijo al morir en la cruz. Así, el Padre nos
liberó de nuestro pecado: «fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir,
la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o
plata, sino con la sangre preciosa de Cristo» (1 Pedro 1:18-19).
Dios nos amó tanto que entregó a su Hijo para que
muriera en la cruz y resucitara de los muertos para redimirnos y rescatarnos.
Este es el valor que tienes para Él.
Padre, gracias por el precio que pagaste para que
fuera perdonado. Que mi vida sea una expresión constante de gratitud.
Nuestro valor lo determina el precio que Dios
pagó para rescatarnos.
¡Soy rico!
Me he gozado en el camino de tus testimonios más
que de toda riqueza (v. 14).
Lectura: Salmo 119:9-16
La Biblia en un año: 2 Pedro 1
Hay una publicidad por televisión que muestra a una
persona abriendo la puerta y viendo a alguien que le entrega un cheque por una
cantidad enorme de dinero. Ante eso, el sorprendido destinatario empieza a
gritar, cantar, saltar y abrazar a todo el mundo. «¡Gané! ¡Soy rico! ¡No lo
puedo creer! ¡Se terminaron los problemas!». Hacerse rico de repente
desencadena una gran reacción emocional.
En el Salmo 119, encontramos esta notable
declaración: «Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda
riqueza» (v. 14). ¡Qué comparación! ¡Obedecer a Dios en la vida puede ser tan
emocionante como recibir una fortuna! El v. 16 repite la idea cuando el
salmista expresa su gratitud y alegría: «Me regocijaré en tus estatutos; no me
olvidaré de tus palabras».
¿Y si no nos sentimos así? ¿Podemos regocijarnos en
las instrucciones de Dios como si recibiéramos una fortuna? Todo comienza con
ser agradecidos, lo cual implica una actitud y una elección. Nuestra atención
se centra en lo que valoramos; por eso, debemos dar gracias por lo que Dios nos
da para nutrir nuestra alma, y pedirle que nos abra los ojos para apreciar la
sabiduría y la paz que transmite su Palabra.
¡Nos hacemos ricos al amar a Dios cada día más!
Señor, gracias por la riqueza de los consejos
sabios de tu Palabra. Ayúdame a disfrutarla.
Los ricos tesoros de la verdad de Dios están
esperando ser descubiertos en su Palabra.
Nuestro Pan Diario
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