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somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el
Espíritu del Señor (3:18).
Leer:
2 Corintios 3:17–4:2
La
Biblia en un año: 1 Crónicas 22–24; Juan 8:28-59
Dicen
que todos tenemos un doble. Algunos los llaman doppelgängers [dobles andantes].
Son personas que se parecen mucho a nosotros aunque no tienen ninguna conexión
de sangre.
El
mío es una estrella de la música. Cuando fui a uno de sus recitales, muchos de
los fanáticos me confundieron con él durante el intermedio. Lamentablemente, no
soy ningún James Taylor a la hora de cantar y tocar la guitarra. El parecido es
tan solo físico.
¿A
quién te pareces? Mientras lo consideras, reflexiona en 2 Corintios 3:18, donde
Pablo nos dice que «somos transformados […] en la misma imagen […] del Señor».
Al buscar honrar a Jesús con nuestra vida, uno de nuestros objetivos es adoptar
su imagen. Por supuesto, no significa que tenemos que dejarnos crecer la barba
y usar sandalias… En cambio, el Espíritu Santo nos ayuda a demostrar rasgos de
Cristo; por ejemplo, en actitud (humildad), en carácter (amor) y en compasión
(acompañar a los que están caídos y solos), debemos parecernos a Jesús
e imitarlo.
Mientras
miramos «a cara descubierta […] la gloria del Señor» al fijar los ojos en
Jesús, podemos parecernos cada vez más a Él. ¡Qué maravilloso sería si los
demás pudieran observarnos y decir: «Veo a Jesús en ti»!
Señor,
transfórmanos a tu imagen. Que los demás puedan verte en nosotros.
El
amor es el rasgo que debería distinguir a los seguidores de Cristo.
El
remedio para los celos
De
aquel día en adelante Saúl miró a David con recelo (v. 9 LBLA).
Leer:
1 Samuel 18:5-15
La
Biblia en un año: 1 Crónicas 25–27; Juan 9:1-23
Durante
una visita de mis nietos, les pregunté qué habían hecho el fin de semana.
Bridger, de tres años de edad, contó que lo habían dejado pasar la noche con
sus tíos… ¡y había tomado helado y andado en un carrusel y mirado una película!
Después, fue el turno de su hermano de cinco años, Samuel. Cuando le pregunté
qué había hecho, contestó: «Acampé». «¿Te divertiste?», pregunté. «No tanto»,
respondió, apesadumbrado.
Samuel
experimentó el antiguo sentimiento de los celos. Al escuchar el emocionante
relato de su hermano, olvidó cuánto se había divertido acampando con su papá.
El
rey Saúl cedió ante el monstruo de la envidia y los celos cuando los elogios
para David fueron mayores que los suyos: «Saúl hirió a sus miles, y David a sus
diez miles» (1 Samuel 18:7). Desde ese momento, «Saúl no miró con buenos ojos a
David» (v. 9). ¡Estaba tan enfurecido que quiso matarlo!
El
juego de la comparación es insensato y autodestructivo. Los demás siempre
tendrán algo que queramos, pero Dios ya nos ha dado muchas bendiciones,
incluida la vida en esta Tierra y la promesa de la vida eterna para los que
creen. Depender de su ayuda y concentrarnos en Él con gratitud puede ayudarnos
a superar los celos.
Señor,
te alabamos por darnos vida y la promesa de vida eterna si te aceptamos como
nuestro Salvador.
El
remedio para los celos es la gratitud a Dios.
Nuestro
Pan Diario