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domingo, 21 de mayo de 2017

Flores eternas



Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre (v. 8).
La Biblia en un año: 2 Reyes 22–23; Juan 4:31-54
Cuando era pequeño, a mi hijo Xavier le gustaba traerme flores. Yo atesoraba cada uno de estos regalitos, hasta que se marchitaban y tenía que tirarlos.
Un día, me regaló un hermoso ramo de flores artificiales. Sonrió mientras acomodaba las flores en un jarrón de vidrio, y me dijo: «¡Mira, mamá! Durarán para siempre. Así es como te amo».
Desde entonces, mi niño creció y se transformó en un jovencito. Los pétalos de seda se fueron desgastando, pero esas flores todavía me recuerdan su afecto. Además, me traen a la mente algo que dura para siempre: el amor ilimitado y eterno de Dios, revelado en su Palabra infalible y perdurable (Isaías 40:8).
Mientras los israelitas sufrían prueba tras prueba, Isaías los consoló con confianza en las palabras eternas de Dios (40:1). Proclamó que Él había pagado la deuda del pecado de los israelitas (v. 2), asegurando así su esperanza en el Mesías venidero (vv. 3-5). Ellos confiaron en el profeta porque se concentraba en Dios, no en las circunstancias.
En un mundo lleno de incertidumbres y aflicción, las opiniones de los hombres e incluso nuestros propios sentimientos siempre están cambiando y son tan limitados como nuestra existencia (vv. 6-7). Aun así, podemos confiar en el amor y el carácter inalterables de Dios, como aparecen revelados en su Palabra firme y eternamente veraz.
Señor, gracias por darnos el regalo de tu Espíritu eterno.
Dios afirma su amor a través de su Palabra confiable, inmutable y eterna.

Un amigo de verdad
Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino (v. 18).
La Biblia en un año: 2 Reyes 24–25; Juan 5:1-24
El poeta Samuel Foss escribió: «Déjame vivir junto al camino y ser amigo del hombre» (The House by the Side of the Road [La casa junto al camino]). Eso es lo que quiero ser: un amigo para los demás. Quiero estar junto al camino, a la espera de los viajeros cansados. Quiero buscar a los que han sido maltratados, que llevan la carga de un corazón atribulado y desilusionado. Deseo sustentarlos y renovarlos con una palabra de ánimo antes de despedirlos. Quizá no pueda «arreglarlos» a ellos o sus problemas, pero puedo dejarles una bendición.
Melquisedec, rey de Salem y sacerdote, bendijo a Abram cuando este regresó cansado de una batalla (Génesis 14). Una «bendición» es algo más que un buen deseo. Bendecimos a los demás cuando los llevamos a Aquel que es la fuente de toda bendición. Melquisedec bendijo a Abram, diciendo: «Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra» (v. 19).
Podemos bendecir a otros orando con ellos, y llevarlos con nosotros al trono de la gracia para encontrar ayuda en tiempo de necesidad (Hebreos 4:16). Tal vez no podamos cambiar sus circunstancias, pero podemos mostrarles a Dios. Es lo que hace un verdadero amigo.
Jesús, enséñanos a ser un amigo para los demás, como tú eres nuestro amigo.
Una gran parte de amar es escuchar.
Nuestro Pan Diario
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