Sécase la hierba,
marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre (v.
8).
Leer:
Isaías 40:1-8
La
Biblia en un año: 2 Reyes 22–23; Juan 4:31-54
Cuando
era pequeño, a mi hijo Xavier le gustaba traerme flores. Yo atesoraba cada uno
de estos regalitos, hasta que se marchitaban y tenía que tirarlos.
Un
día, me regaló un hermoso ramo de flores artificiales. Sonrió mientras
acomodaba las flores en un jarrón de vidrio, y me dijo: «¡Mira, mamá! Durarán
para siempre. Así es como te amo».
Desde
entonces, mi niño creció y se transformó en un jovencito. Los pétalos
de seda se fueron desgastando, pero esas flores todavía me recuerdan su
afecto. Además, me traen a la mente algo que dura para siempre: el amor
ilimitado y eterno de Dios, revelado en su Palabra infalible y perdurable
(Isaías 40:8).
Mientras
los israelitas sufrían prueba tras prueba, Isaías los consoló con confianza en
las palabras eternas de Dios (40:1). Proclamó que Él había pagado la deuda del
pecado de los israelitas (v. 2), asegurando así su esperanza en el Mesías
venidero (vv. 3-5). Ellos confiaron en el profeta porque se concentraba en
Dios, no en las circunstancias.
En
un mundo lleno de incertidumbres y aflicción, las opiniones de los hombres e
incluso nuestros propios sentimientos siempre están cambiando y son tan
limitados como nuestra existencia (vv. 6-7). Aun así, podemos confiar en el
amor y el carácter inalterables de Dios, como aparecen revelados en su Palabra
firme y eternamente veraz.
Señor,
gracias por darnos el regalo de tu Espíritu eterno.
Dios
afirma su amor a través de su Palabra confiable, inmutable y eterna.
Un amigo de verdad
Entonces
Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino (v.
18).
Leer:
Génesis 14:17-24
La
Biblia en un año: 2 Reyes 24–25; Juan 5:1-24
El
poeta Samuel Foss escribió: «Déjame vivir junto al camino y ser amigo del
hombre» (The House by the Side of the Road [La casa junto al camino]). Eso es
lo que quiero ser: un amigo para los demás. Quiero estar junto al camino, a la
espera de los viajeros cansados. Quiero buscar a los que han sido maltratados,
que llevan la carga de un corazón atribulado y desilusionado. Deseo
sustentarlos y renovarlos con una palabra de ánimo antes de despedirlos. Quizá
no pueda «arreglarlos» a ellos o sus problemas, pero puedo dejarles una
bendición.
Melquisedec,
rey de Salem y sacerdote, bendijo a Abram cuando este regresó cansado de una
batalla (Génesis 14). Una «bendición» es algo más que un buen deseo. Bendecimos
a los demás cuando los llevamos a Aquel que es la fuente de toda bendición.
Melquisedec bendijo a Abram, diciendo: «Bendito sea Abram del Dios Altísimo,
creador de los cielos y de la tierra» (v. 19).
Podemos
bendecir a otros orando con ellos, y llevarlos con nosotros al trono de la
gracia para encontrar ayuda en tiempo de necesidad (Hebreos 4:16). Tal vez no
podamos cambiar sus circunstancias, pero podemos mostrarles a Dios. Es lo que
hace un verdadero amigo.
Jesús,
enséñanos a ser un amigo para los demás, como tú eres nuestro amigo.
Una
gran parte de amar es escuchar.
Nuestro Pan Diario
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