Por. Dr. René Krüger, Argentina*
En ocasión de esta Semana Santa, me permito enviarte estas breves líneas sobre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua de Resurrección.
A pesar de que todas las mañanas salga el sol y de que la electricidad y el bullicio permanente hayan convertido las noches en días, con frecuencia tenemos la sensación de vivir envueltos en OSCURIDADES. Uso el plural, pues son tantas y de tan diverso tipo que no caben en un singular de “oscuridad”. Además, eso sería demasiado simplista. Para superarlas, primero hay que identificarlas, nombrarlas, analizarlas, denunciarlas.
Las tinieblas forman gruesas cortinas que nos rodean y encierran por todos lados. Cortinas de dureza personal; individualismo promovido desde hace dos décadas por el sistema cruel del neoliberalismo globalizado; explotación liberalizada y flexibilizada sin control; mentiras proclamadas por quienes deben difundir la verdad; creciente agresividad y espíritu de venganza; pérdida de credibilidad de tantos políticos y devastación de las instituciones; soberbia oficializada y corrupción que ya no tiene nombre y se ha instalado como algo habitual en tantas instancias de nuestra sociedad; clientelismo político combinado con la pérdida de la ética del trabajo honesto; postergación y olvido de los miembros más débiles del cuerpo social; enriquecimiento con la muerte de tantas personas por parte de los malditos narcos; la tragedia del alcohol; marginación de nuestros pueblos originarios; impunidad, impunidad y otra vez impunidad; destrucción de la solidaridad; pecados individuales, sociales y estructurales; violencia doméstica y terrible inseguridad en las calles; confusión y desorientación; propuestas antievangélicas de empresas religiosas que venden la “teología” de la prosperidad y engañan a millones; silencio cómplice e irresponsabilidad masiva… y muchísimas cortinas más, las que si se describieran una por una, pienso que ni aún en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir…
Dios nuestro, ¿nos has abandonado? ¿Por qué tantas cruces?
En medio de la oscuridad dramática de todas esas cruces, brilla la cruz de Jesucristo. En Viernes Santo, el Señor se hace solidario con todas sus criaturas que sufren, lloran y exclaman con desesperación “¿Por qué me has abandonado?” Asume la pesadez de nuestras tinieblas, males, maldades y pecados. Carga todo ello sobre sus hombros, su conciencia, sus manos, su espíritu. La concentración de dolor formada por la tiranía del imperio romano, la envidia de las autoridades religiosas locales, el abandono de sus discípulos, la denuncia, la traición, hace que derrame su sangre y entregue su vida. Por nosotros. Por nuestros dolores y nuestras culpas. Su vida concluyó en la cruz. Fue dejado en una tumba. Muy pocas personas –un grupo de mujeres y quizá dos o tres discípulos– le dieron el último adiós. Llegó la noche del viernes, y el pesado manto de la oscuridad del mundo bajó sobre el Gólgota, su tumba, Jerusalén y el mundo entero.
Pasó el Sábado de Gloria, sin gloria ni esperanza. La tumba estaba bien asegurada con una pesada piedra que tapaba la entrada. Llevaba sellos oficiales y, además, había una guardia que debía asegurar que no pasara nada raro. Las autoridades estaban segurísimas de haber acabado con quien había cuestionado y trastornado el “orden” vigente, actuado en nombre de Dios a favor de los débiles y excluidos, anunciado el reinado de Dios y transformado a tantas personas.
Llegó el Domingo y se produjo lo incomprensible. No hay palabras para describirlo. Fue y es desconcertante y tremendo en todo sentido. Con fuerza inesperada y extraordinaria, Dios resucitó a Jesucristo de la muerte. Arruinó el poder destructor de este enemigo final de la vida. Convalidó la obra que había realizado Jesús. Dijo y dice “¡No!” a quienes se le oponen, hayan sido y sean personas, fuerzas o estructuras.
La LUZ irrumpió e irrumpe a través de las pesadas cortinas de la oscuridad que hemos creado en este mundo. Nadie nos obliga a dejarnos iluminar, a diferencia de la naturaleza, donde el sol no pide permiso para derramar su claridad. En cambio, recibir la luz del Resucitado no es algo automático. Depende de nuestra disposición y requiere de nuestra decisión. Está en ti permitir que esta LUZ única, inagotable e inapagable te ilumine, te transforme, nos transforme y transforma este mundo a través de nosotros. Con deseos de bendición en esta Semana tan especial,
*Prof. Dr. René Krüger
Instituto Universitario ISEDET
(Aut. Prov. Decr. PEN Nº 1340/2001)
Camacuá 282
C1406 DOF Buenos Aires
ARGENTINA
Tel ISEDET + 54-11-4632 5030
Fax ISEDET + 54-11-4633 2825
Tel Part + 54-11-4671 4351
renekruger@isedet.edu.ar
renekruger@infovia.com.ar
www.isedet.edu.ar
En ocasión de esta Semana Santa, me permito enviarte estas breves líneas sobre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua de Resurrección.
A pesar de que todas las mañanas salga el sol y de que la electricidad y el bullicio permanente hayan convertido las noches en días, con frecuencia tenemos la sensación de vivir envueltos en OSCURIDADES. Uso el plural, pues son tantas y de tan diverso tipo que no caben en un singular de “oscuridad”. Además, eso sería demasiado simplista. Para superarlas, primero hay que identificarlas, nombrarlas, analizarlas, denunciarlas.
Las tinieblas forman gruesas cortinas que nos rodean y encierran por todos lados. Cortinas de dureza personal; individualismo promovido desde hace dos décadas por el sistema cruel del neoliberalismo globalizado; explotación liberalizada y flexibilizada sin control; mentiras proclamadas por quienes deben difundir la verdad; creciente agresividad y espíritu de venganza; pérdida de credibilidad de tantos políticos y devastación de las instituciones; soberbia oficializada y corrupción que ya no tiene nombre y se ha instalado como algo habitual en tantas instancias de nuestra sociedad; clientelismo político combinado con la pérdida de la ética del trabajo honesto; postergación y olvido de los miembros más débiles del cuerpo social; enriquecimiento con la muerte de tantas personas por parte de los malditos narcos; la tragedia del alcohol; marginación de nuestros pueblos originarios; impunidad, impunidad y otra vez impunidad; destrucción de la solidaridad; pecados individuales, sociales y estructurales; violencia doméstica y terrible inseguridad en las calles; confusión y desorientación; propuestas antievangélicas de empresas religiosas que venden la “teología” de la prosperidad y engañan a millones; silencio cómplice e irresponsabilidad masiva… y muchísimas cortinas más, las que si se describieran una por una, pienso que ni aún en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir…
Dios nuestro, ¿nos has abandonado? ¿Por qué tantas cruces?
En medio de la oscuridad dramática de todas esas cruces, brilla la cruz de Jesucristo. En Viernes Santo, el Señor se hace solidario con todas sus criaturas que sufren, lloran y exclaman con desesperación “¿Por qué me has abandonado?” Asume la pesadez de nuestras tinieblas, males, maldades y pecados. Carga todo ello sobre sus hombros, su conciencia, sus manos, su espíritu. La concentración de dolor formada por la tiranía del imperio romano, la envidia de las autoridades religiosas locales, el abandono de sus discípulos, la denuncia, la traición, hace que derrame su sangre y entregue su vida. Por nosotros. Por nuestros dolores y nuestras culpas. Su vida concluyó en la cruz. Fue dejado en una tumba. Muy pocas personas –un grupo de mujeres y quizá dos o tres discípulos– le dieron el último adiós. Llegó la noche del viernes, y el pesado manto de la oscuridad del mundo bajó sobre el Gólgota, su tumba, Jerusalén y el mundo entero.
Pasó el Sábado de Gloria, sin gloria ni esperanza. La tumba estaba bien asegurada con una pesada piedra que tapaba la entrada. Llevaba sellos oficiales y, además, había una guardia que debía asegurar que no pasara nada raro. Las autoridades estaban segurísimas de haber acabado con quien había cuestionado y trastornado el “orden” vigente, actuado en nombre de Dios a favor de los débiles y excluidos, anunciado el reinado de Dios y transformado a tantas personas.
Llegó el Domingo y se produjo lo incomprensible. No hay palabras para describirlo. Fue y es desconcertante y tremendo en todo sentido. Con fuerza inesperada y extraordinaria, Dios resucitó a Jesucristo de la muerte. Arruinó el poder destructor de este enemigo final de la vida. Convalidó la obra que había realizado Jesús. Dijo y dice “¡No!” a quienes se le oponen, hayan sido y sean personas, fuerzas o estructuras.
La LUZ irrumpió e irrumpe a través de las pesadas cortinas de la oscuridad que hemos creado en este mundo. Nadie nos obliga a dejarnos iluminar, a diferencia de la naturaleza, donde el sol no pide permiso para derramar su claridad. En cambio, recibir la luz del Resucitado no es algo automático. Depende de nuestra disposición y requiere de nuestra decisión. Está en ti permitir que esta LUZ única, inagotable e inapagable te ilumine, te transforme, nos transforme y transforma este mundo a través de nosotros. Con deseos de bendición en esta Semana tan especial,
*Prof. Dr. René Krüger
Instituto Universitario ISEDET
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Camacuá 282
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ARGENTINA
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