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viernes, 15 de octubre de 2010

Dios ¿cómplice del mal? (Habacuc)




Por. Wenceslao Calvo, España*
Que Dios permita la existencia del mal es una de las grandes dificultades con la que nos encontramos al tratar de defender su existencia, poder y justicia. Porque la disyuntiva que se plantea es que si Dios existe y es justo y poderoso, pero al mismo tiempo también el mal existe, es que o él no es totalmente poderoso, ya que no acaba con el mal, o no es totalmente justo, ya que ¿cómo puede alguien justo soportar que la maldad siga imperando?
Claro que la conclusión pudiera ser que en verdad no es que no sea ni poderoso ni justo, sino que ni siquiera exista y que se trate solo de una palabra hueca, Dios, que los hombres nos hemos inventado.
Esta coexistencia del bien, que es Dios en su grado supremo, con el mal en el mundo es lo que va a suscitar una y otra vez interrogantes incluso en los corazones de personas temerosas de Dios, estando la Biblia salpicada aquí y allá de estos casos. Ya vimos que Habacuc fue uno de ellos, cuando a bocajarro le hace a Dios, nada más comenzar su libro, las dos preguntas clásicas: ¿Hasta cuándo? y ¿Por qué?
Pero cuando Dios le contesta, la respuesta, lejos de apaciguar la inquietud de Habacuc, lo que hace es provocar otra inquietud más profunda aún, que surge al querer armonizar lo que él sabe sobre Dios y lo que éste se propone hacer. Y aquí es donde nace la perplejidad de Habacuc.
Por un lado, él sabe algunas cosas fundamentales que son inamovibles, porque son propias del ser de Dios. En un solo versículo(1) tenemos concentrada toda una profunda lección de conocimiento de Dios. Es todo un tratado teológico, pero no en el sentido especulativo ni académico, sino en el sentido verdadero que la palabra teología tiene: la ciencia de Dios.
Entre las verdades fundamentales que Habacuc sabe están las siguientes: Una es que Dios es eterno, porque existe desde el principio; otra es su nombre, YHWH, que hace referencia a la igualdad plena entre su identidad y su existencia (Yo soy [identidad] el que soy [existencia]), una igualdad que solo él posee. O lo que es lo mismo, una igualdad entre esencia (naturaleza o atributos) y existencia, lo que supone que él es el ser perfecto, sin nada añadido, circunstancial o accidental. Lo llama también Dios mío, significando que no se trata de un ente abstracto, como el Absoluto de los filósofos, sino que es un ser personal, con el cual es posible tener una relación personal. Otra cosa que proclama Habacuc es su santidad, por la cual está exaltado por encima de todo lo demás, también en el plano moral. Igualmente Habacuc sabe que él es fiel a sus promesas, de ahí el ´No moriremos´; sea lo que sea lo que tenga que pasar, una cosa es evidente: Nuestra continuidad como nación está ligada indisolublemente a la palabra que Dios ha empeñado, la cual no puede fallar, porque si falla es Dios quien falla. A la vez el profeta proclama la justicia y la soberanía de Dios. Justicia, porque para eso ha levantado un instrumento al que va a usar para ejecutarla; soberanía, porque una nación tan imponente debe su surgimiento y avance no a su propia capacidad, sino a que Dios mismo está interviniendo para que así sea. Luego los asuntos de las naciones no le vienen grandes, ni le son ajenos; al contrario, él es quien en realidad mueve los hilos y está al mando de la nave, sin que por eso el libre albedrío humano sea obstaculizado. Finalmente, el profeta emplea un nombre para referirse a Dios, Roca, lo cual indica su inmutabilidad esencial, esto es, que Dios no es inconstante ni fluctúa, como pasa con las criaturas. Si Dios es Roca, todos sus atributos son estables y firmes. Todo esto, nada más y nada menos, es lo que Habacuc conoce sobre Dios. Se trata de toda una confesión, verdadera y ortodoxa.
Sin embargo, por otro lado, y junto a lo que Dios es, está lo que se ha propuesto hacer, que es usar a los caldeos como instrumento de juicio para castigar los pecados de la nación. Y aquí es donde surge la discrepancia entre lo que Dios es y los medios que va a emplear para hacerlo, discrepancia que está expresada en la declaración(2) que viene inmediatamente a continuación de la confesión de fe que Habacuc ha hecho y que se puede resumir en las siguientes palabras: Si eres santo y limpio ¿por qué usas lo perverso para castigar lo perverso?
Hay algo aquí, dice Habacuc, que no acabo de comprender: la contradicción entre tu naturaleza y los medios que vas a emplear para llevar a cabo tus planes. En efecto, si la solución que propone Dios para acabar con el mal viene por medio de lo malo ¿no hace eso a Dios cómplice del mal? ¿No niega eso su santidad? Es más, aunque la nación de Habacuc es radicalmente perversa, en su estimación los caldeos lo son todavía más, hasta el punto de que aquélla sale justa si se la compara con éstos; por lo tanto ¿cómo es posible que Dios castigue a los menos culpables mediante los más culpables?
Esta es la perplejidad en la que Habacuc ha quedado sumido al saber lo que Dios se ha propuesto hacer. Al llegar a este punto es posible que muchos abandonaran todo intento de lograr entender a Dios y simplemente optaran por lo que parece más fácil: impugnarlo o negarlo sin más. Pero Habacuc va a hacer algo diferente: Esperar a que Dios responda a su perplejidad y dé una solución a la contradicción que le ha planteado sobre su naturaleza y sus métodos. Mientras que otros tirarían ´por la calle de en medio´ y simplemente se desentenderían de Dios, al que no pueden comprender, Habacuc tomará la determinación de velar ´para ver lo que se me dirá´(3).
Toda una lección para nosotros, que podemos estar sumidos también en una perplejidad parecida a la suya…

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1) Habacuc 1:12
2) Habacuc 1:13
3) Habacuc 2:1

*Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid

Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2010)

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