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sábado, 16 de octubre de 2010

Segunda respuesta de Dios a Habacuc

Por. Wenceslao Calvo, España*
La difícil cuestión que el profeta Habacuc le planteó a Dios sobre la contradicción entre su naturaleza y sus métodos, que aparentemente es insoluble, va a tener respuesta por parte de Dios. Pero antes de nada es digna de tener en cuenta la actitud del profeta que, además de preguntar, espera. De no haber habido esa espera no habría habido respuesta. Por esto muchos se quedan a oscuras, porque no están dispuestos a esperar. La respuesta es doble; en primer lugar determinando la actitud que ha de tener quien quiera ser reputado como justo y por tanto salir a flote en esa situación de naufragio generalizado y en segundo lugar manifestando que su justicia va a ejecutarse no solo sobre la nación de Habacuc, sino también sobre el instrumento que castigará a esa nación, lo cual quiere decir que Dios no es cómplice de la maldad, aunque la use.
Cuando Dios le prometió a Abraham un hijo, siendo él viejo y su mujer también vieja y estéril, seguramente eso provocó en el primer momento una reacción de perplejidad por su parte, porque ¿cómo era posible reconciliar la promesa con los medios para realizarla? La promesa era magnífica: ´Cuenta la estrellas, si las puedes contar… Así será tu descendencia.´(1), pero los medios eran la negación de la promesa. Muchos, de haber estado en el lugar de Abraham, hubieran tomado la promesa como una burla o una bella historieta para embaucar a ingenuos. Y desde luego, procesando los datos con el entendimiento, no les hubiera faltado razón, pues la evidencia contradecía la magnificencia. Sin embargo, la respuesta de Abraham fue: No lo entiendo, pero lo creo. De esta manera, su fe venció la perplejidad que le producía compaginar el poder de Dios con la impotencia humana, es decir, la falta de armonía entre fines y medios en el plan de Dios. Porque si cualquiera de nosotros hubiera estado en el lugar de Dios, seguramente habría escogido una pareja joven, fértil y sana, para de esa manera iniciar un propósito tan grande, estando los medios a la altura del propósito.
A un nivel inferior es así también: Cualquier ganadero sensato y que pretenda sacar una buena raza, escoge cuidadosamente los ejemplares, pues de ellos depende la calidad y cantidad de la descendencia. Sin embargo, Dios escoge lo que no es viable para hacer de ello su plan maestro. Y así se lo hace saber al interesado, quien, a su vez, dejando a un lado su entendimiento, le da el crédito a Dios. Esa confianza que le otorga a Dios le valdrá la imputación de justicia(2). De manera similar, Dios le pide a Habacuc que tenga la misma actitud que tuvo Abraham. Es decir, hay cuestiones en las que nuestra mente se ve desbordada al no poder ubicar las piezas en su lugar, pero Dios no dice que el justo por su entendimiento vivirá, sino que ´por su fe vivirá´(3). Eso no significa que tenemos que rechazar el entendimiento y adoptar el fideísmo o la ´fe del carbonero´ como guía maestra en nuestra vida, pues si lo hacemos corremos grave peligro de ser víctimas de toda clase de supersticiones y engaños. Pero una vez dicho eso es necesario agregar que nuestro entendimiento tiene graves limitaciones y deficiencias y una de ellas tiene que ver con su capacidad para abarcar y armonizar los métodos y propósitos de Dios. Por eso lo que él le pide a Habacuc, y por extensión a cada uno de nosotros, es que a pesar de no entenderlos, le creamos. En esa fe en Dios, que se sobrepone al razonamiento, está el fundamento de la salvación, ya que quiere decir que le damos la confianza a Dios, como hizo Abraham, en lugar de dársela a nuestra razón.
Después de todo es algo que hacemos continuamente en la vida, aunque en otras esferas. La confianza (fe) es el punto de partida para el funcionamiento en muchas relaciones y negocios. El niño ha de confiar en sus padres, aunque no entienda, porque no puede, sus porqués ni sus métodos o propósitos. Continuamente se nos dice que tengamos confianza en la estabilidad de los sistemas financieros o del mercado, aunque la inmensa mayoría de los mortales no tenemos ni idea de cómo funcionan los entresijos de esas cosas. También se nos pide que otorguemos nuestra confianza a tal o cual candidato que se presenta a unas elecciones, si bien lo que sabemos de él o de ella en el terreno personal o familiar es nada. Cerrar negocios, firmar contratos, hacer transacciones legales de cierto calado son cosas que requieren que haya buena fe (término empleado constantemente en los documentos legales y notariales) por ambas partes, la cual se da por supuesta a priori. La otra respuesta que Dios le da a Habacuc es que aunque ha levantado a los caldeos y los va a usar como instrumento de juicio, eso no significa que él sea cómplice de sus maldades, de la misma manera que usó a Judas, Pilato o Caifás para que su plan fuera cumplido, sin que eso quiera decir que es autor o colaborador de la maldad que esos personajes cometieron. Pues aunque ellos querían lo mismo que Dios quería, la muerte de Jesús, es evidente que los motivos y propósitos eran totalmente diferentes. La misma coincidencia y diferencia que existe entre los caldeos y Dios en cuanto a la nación de Habacuc.
En el caso de los caldeos su maldad será visitada a su debido tiempo, lo cual está expresado en los cinco ayes del capítulo 2. Son ayes en los que se enumeran sus pecados, de los cuales cuatro son contra sus semejantes: robo, codicia, violencia y ultraje. Es decir, son violaciones de los principios más elementales del respeto debido a la dignidad humana. El quinto tiene que ver con la falsa religión de los caldeos. Así pues, Dios no dejará impune a los que en un momento dado se sirvió de ellos. El establecimiento de la justicia, al castigar lo perverso y castigar a lo perverso que castigó lo perverso, pareciera ser una obra suficientemente grande. Sin embargo, si solo fuera así quedarían otros atributos divinos sin manifestarse. Por eso el propósito último de Dios es más grande que el juicio…

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1) Génesis 15:5
2) Génesis 15:6
3) Habacuc 2:4

*Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid

Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2010)

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