Habló, e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa sus ondas. Suben a los cielos, descienden a los abismos; sus almas se derriten con el mal. Salmo 107:25-26
El viento les era contrario. Marcos 6:48
Eran doce hombres en una barca, quienes hacia las tres de la mañana remaban con dificultad. Luchaban tratando de alcanzar la ribera del mar de Galilea, pese a las fuertes olas y al viento contrario. Habían tenido una jornada muy ajetreada y ahora, agotados por el cansancio, debían mantener aún el rumbo en esa noche tempestuosa (Marcos 6:45-52).
¿Por qué el Señor permitía esa situación? Hasta había obligado a sus discípulos a subir a la barca y cruzar el lago.
¿No sabía él que esa tempestad iba a ocurrir? ¿No habría podido, como en otra oportunidad, ordenar al viento que dejase de soplar y a las olas que se calmasen? Los discípulos estaban extenuados. ¿Por qué no detenerse y volver al punto de partida? De todos modos el Maestro estaba ausente y aparentemente no hacía nada para ayudarlos.
Semejantes pensamientos nos vienen a la mente cuando sopla la tempestad. El duelo, la enfermedad, los fracasos escolares o profesionales nos parecen invencibles… Leamos el fin del relato: Jesús les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento” (v. 50-51).
Al pensar que Dios preparó el fin de la prueba antes de que ésta empezara, y que siempre tiene a la vista el bien de sus hijos, ¿No deberíamos apoyarnos confiadamente en esas certezas, aun cuando no entendamos en el primer momento la meta que él persigue?
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© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
http://labuenasemilla.net calendarios@labuenasemilla.net
http://ediciones-biblicas.ch
El viento les era contrario. Marcos 6:48
Eran doce hombres en una barca, quienes hacia las tres de la mañana remaban con dificultad. Luchaban tratando de alcanzar la ribera del mar de Galilea, pese a las fuertes olas y al viento contrario. Habían tenido una jornada muy ajetreada y ahora, agotados por el cansancio, debían mantener aún el rumbo en esa noche tempestuosa (Marcos 6:45-52).
¿Por qué el Señor permitía esa situación? Hasta había obligado a sus discípulos a subir a la barca y cruzar el lago.
¿No sabía él que esa tempestad iba a ocurrir? ¿No habría podido, como en otra oportunidad, ordenar al viento que dejase de soplar y a las olas que se calmasen? Los discípulos estaban extenuados. ¿Por qué no detenerse y volver al punto de partida? De todos modos el Maestro estaba ausente y aparentemente no hacía nada para ayudarlos.
Semejantes pensamientos nos vienen a la mente cuando sopla la tempestad. El duelo, la enfermedad, los fracasos escolares o profesionales nos parecen invencibles… Leamos el fin del relato: Jesús les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento” (v. 50-51).
Al pensar que Dios preparó el fin de la prueba antes de que ésta empezara, y que siempre tiene a la vista el bien de sus hijos, ¿No deberíamos apoyarnos confiadamente en esas certezas, aun cuando no entendamos en el primer momento la meta que él persigue?
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