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lunes, 1 de noviembre de 2010

La Oración, el fundamento para crecer

Comentando el pasaje de Hechos 1.12 – 2.42, John McArthur Jr. dice: “los discípulos oraron durante diez días, predicaron durante diez minutos y convirtieron tres mil personas; hoy, nosotros oramos durante diez minutos, predicamos durante diez días y, con suerte, se convierten tres personas.”
Vivimos en una época de inmediatismo y obsesión por la eficacia. Basta una ojeada a los grandes éxitos editoriales para descubrir títulos que hablan sobre liderazgo efectivo, métodos de trabajo y formas de influenciar a las personas. Y todo en forma instantánea, sin más esfuerzo que el poner en marcha la maquinaria.
Como fruto de nuestro tiempo, las iglesias no son ajenas a las tentaciones propias del contexto en que se encuentran. Así hemos visto, a lo largo de las últimas décadas, acentuarse la tendencia hacia la eficacia eclesiástica y la aparición de innumerables “métodos infalibles” para el crecimiento numérico de las congregaciones.
Nos resulta duro admitirlo, pero en el fondo confiamos más en las fórmulas de moda que en el poder de Dios. De la boca para fuera proclamamos la sabiduría y la soberanía de Dios pero nos impacientamos y corremos afanosamente detrás de las metas que nosotros mismo nos hemos propuesto.
Dios es el Señor, el propietario y el que da el crecimiento a la Iglesia. Es nuestra labor, como buenos labradores, preparar la tierra, plantar y regar. El crecimiento lo proporciona el Señor. Preparamos el terreno por medio de la oración, plantamos la semilla de la palabra de Dios y regamos con el testimonio de una vida transformada por Dios.
Si deseamos ver un crecimiento auténtico en nuestras congregaciones, uno que sea no solamente una expansión numérica sino un crecimiento en comunión con el Señor, debemos inclinarnos en oración y rogar por el poder de Dios en nuestros ámbitos de influencia.
Podemos crecer, y vamos a crecer efectivamente, cuando iniciemos nuestra expansión fundamentados en una fuerte dependencia de la gracia divina. Eso lo conseguiremos por medio de una sincera consagración a la oración evangelística. El amor por nuestro prójimo que aún no ha sido alcanzado por las buenas nuevas de Jesucristo debe llevarnos a una intercesión incesante.
Podemos organizar, en cada congregación, pequeños grupos de oración evangelística para interceder por cada persona del barrio, de la ciudad, del país y del mundo. Dios oye el clamor de su pueblo. ¡Es tiempo de experimentar una explosión del poder de Dios en nuestro medio! Oremos, confiemos y veremos la gloria del Señor.
Por Dr. Andrés O. Ayala, restauracionnt@gmail.com
Serie: El método bíblico para el crecimiento de la Iglesia - parte 2/4
Fuente: El Liderazgo pastoral, el blog de la Revista Fuente

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