
Hoy quiero hablarle de un ejemplo de fe: la mujer sunamita. ¿Recuerda que ella le hizo un lugar al profeta Eliseo en su casa para que él siempre viniera? Si no lo recuerda lo puede leer en 2 Reyes 4. Eliseo le dio una palabra a través del sirviente y le dijo que de ahí a un año iba a tener un hijo. Ese hijo nació, un milagro sobrenatural por creer en la palabra de Dios. Fue una recompensa a esa mujer de pacto, porque siempre tenía una conexión de honra con el profeta. La Palabra dice que si honramos al profeta, tendremos recompensa de profeta. El hijo creció y vemos por la Palabra de Dios que el hijo muere, y ella tiene una reacción frente a todo eso. La mujer estaba frente a una situación trágica. Sin embargo va a tener una respuesta de confianza en Dios, de esperanza y de seguridad porque era una situación incambiable. Esto no había forma de cambiarlo, pero sin embargo Dios lo transformo en una victoria sobrenatural (2 Reyes 4:32-37) Cuando nosotros estamos declarando estamos trayendo los cielos a la tierra y vamos a entrar en una dimensión poderosa con el Señor.
Estamos diciendo que no hay circunstancias ni situaciones no hay prueba de la vida que nos pueda derrotar. Va a reinar sobre la adversidad y con Cristo va a ver la victoria en cada área de la vida. Cuando la mujer está expresando que su hijo estaba bien y su esposo estaba bien. Lo que ella no quiso hacer es poner en su boca la palabra que tenía que ver con la muerte, ella quería hablar vida y bendición. No es que ignoraba lo que había ocurrido ni tampoco era indiferente, porque la indiferencia no le va a proveer la victoria. Es que ella tenía fe para hablar la Palabra de Dios y creer que lo que estaba mal Dios lo iba hacer finalizar en bien. Tome ese ejemplo para ponerlo en práctica en su propia vida hoy.
Oración: Padre, te doy gracias por enseñarme una vez más lo que debo hacer para caminar en una vida llena de bendiciones y superar todos aquellos obstáculos que aparezcan en el camino. Iré de victoria en victoria. Lo creo, en el nombre de Jesús, amén. Por. Rev. Juan O. Crudo.
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