Todo
el cuerpo, […] según la actividad propia de cada miembro, recibe su
crecimiento… (v. 16).
Lectura:
Efesios 4:7-16
La
biblia en un año: Salmos 143–145; 1 Corintios 14:21-40
Un hombre
estaba subiendo a un tren en Perth, Australia, cuando resbaló y la pierna le
quedó atrapada en el espacio entre el vagón y la plataforma de la estación.
Decenas de personas se acercaron rápidamente para ayudarlo. Con todas sus
fuerzas, empujaron el vagón hacia el costado, ¡y el hombre fue liberado! En una
entrevista, el vocero del servicio ferroviario declaró: «De algún modo, todos
participaron. Fue el poder de la gente que salvó a alguien de un
posible daño grave».
En
Efesios 4, leemos que el poder de la gente es el plan de Dios para desarrollar
su familia. Él ha dado a cada creyente un don especial de su gracia (v. 7) para
un propósito específico: «todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por
todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de
cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor» (v. 16).
Cada
persona tiene una tarea que realizar en la familia de Dios; no hay
espectadores. Lloramos y reímos juntos; compartimos las cargas; oramos unos por
otros y nos alentamos; nos desafiamos y nos ayudamos a alejarnos del pecado.
Pidámosle a nuestro Padre celestial que nos muestre cuál es nuestra función en
su familia.
¿Eres
un espectador o un participante? ¿Qué dones tienes? ¿Cómo puede utilizarte Dios
para ayudar a otros?
Nos
necesitamos mutuamente para llegar adonde Dios quiere que vayamos.
Nuestro
Pan Diario
La
tiranía de la perfección
Si
decimos que no tenemos pecado, nos engañamos… (v. 8).
Lectura:
1 Juan 1:5–2:2
La
biblia en un año: Salmos 140–142; 1 Corintios 14:1-20
Al
Dr. Goldman lo obsesionaba ser perfecto al tratar a sus pacientes. Sin embargo,
en un programa de amplia difusión, admitió que había cometido errores. Reveló
que, luego de tratar a una mujer en la sala de primeros auxilios, decidió darle
el alta. Más tarde, una enfermera le preguntó: «¿Recuerda a esa paciente que
mandó a su casa? Bueno, volvió». La habían vuelto a internar y murió. La
situación lo devastó. Se esforzó aun más para ser perfecto, pero aprendió lo
inevitable: es imposible ser perfecto.
El
apóstol Juan escribió: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). La solución no
es esconder los pecados y esforzarse por mejorar, sino colocarnos bajo la luz
de Dios y confesarlos. «Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado» (v. 7).
En
medicina, el Dr. Goldman propone la idea de un «médico redefinido», el cual, en
una cultura donde se vacila para admitir los errores, ya no luche contra la
tiranía de la perfección, sino que los reconozca y respalde a
los colegas que lo hacen. Todo esto para mejorar.
¿Qué
pasaría si, a pesar del riesgo, los creyentes fuéramos sinceros entre nosotros
y con el mundo?
Padre,
que seamos transparentes.
Ser
sinceros con Dios sobre nuestro pecado trae perdón.
Nuestro
Pan Diario
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