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lunes, 7 de septiembre de 2015

El poder de la gente



Todo el cuerpo, […] según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento… (v. 16).
Un hombre estaba subiendo a un tren en Perth, Australia, cuando resbaló y la pierna le quedó atrapada en el espacio entre el vagón y la plataforma de la estación. Decenas de personas se acercaron rápidamente para ayudarlo. Con todas sus fuerzas, empujaron el vagón hacia el costado, ¡y el hombre fue liberado! En una entrevista, el vocero del servicio ferroviario declaró: «De algún modo, todos participaron. Fue el poder de la gente que salvó a alguien de un posible daño grave».
En Efesios 4, leemos que el poder de la gente es el plan de Dios para desarrollar su familia. Él ha dado a cada creyente un don especial de su gracia (v. 7) para un propósito específico: «todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor» (v. 16).
Cada persona tiene una tarea que realizar en la familia de Dios; no hay espectadores. Lloramos y reímos juntos; compartimos las cargas; oramos unos por otros y nos alentamos; nos desafiamos y nos ayudamos a alejarnos del pecado. Pidámosle a nuestro Padre celestial que nos muestre cuál es nuestra función en su familia.
¿Eres un espectador o un participante? ¿Qué dones tienes? ¿Cómo puede utilizarte Dios para ayudar a otros?
Nos necesitamos mutuamente para llegar adonde Dios quiere que vayamos.
Nuestro Pan Diario

La tiranía de la perfección
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos… (v. 8).
Lectura: 1 Juan 1:5–2:2
Al Dr. Goldman lo obsesionaba ser perfecto al tratar a sus pacientes. Sin embargo, en un programa de amplia difusión, admitió que había cometido errores. Reveló que, luego de tratar a una mujer en la sala de primeros auxilios, decidió darle el alta. Más tarde, una enfermera le preguntó: «¿Recuerda a esa paciente que mandó a su casa? Bueno, volvió». La habían vuelto a internar y murió. La situación lo devastó. Se esforzó aun más para ser perfecto, pero aprendió lo inevitable: es imposible ser perfecto.
El apóstol Juan escribió: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). La solución no es esconder los pecados y esforzarse por mejorar, sino colocarnos bajo la luz de Dios y confesarlos. «Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (v. 7).
En medicina, el Dr. Goldman propone la idea de un «médico redefinido», el cual, en una cultura donde se vacila para admitir los errores, ya no luche contra la tiranía de la perfección, sino que los reconozca y respalde a los colegas que lo hacen. Todo esto para mejorar.
¿Qué pasaría si, a pesar del riesgo, los creyentes fuéramos sinceros entre nosotros y con el mundo?
Padre, que seamos transparentes.
Ser sinceros con Dios sobre nuestro pecado trae perdón.
Nuestro Pan Diario
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