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martes, 14 de febrero de 2017

Amor revelado



En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo… (v. 9).
Lectura: 1 Juan 4:9-16
La Biblia en un año: Mateo 27:1-26
Cuando una serie de carteles rosa que decían «Te amo» aparecieron misteriosamente en un pueblo de Canadá, una reportera local decidió investigar, pero no tuvo resultados. Semanas después, aparecieron otros carteles con el nombre de un parque, una fecha y una hora.
Junto con una multitud de lugareños curiosos, la reportera fue al parque a la hora señalada. Allí se encontró con un hombre vestido con un traje y la cabeza tapada. ¡Imagina la sorpresa cuando él le dio un ramo de flores y le propuso matrimonio! El misterioso hombre era su novio… y ella aceptó felizmente la propuesta.
Esta expresión de amor puede parecer un poco exagerada, ¡pero la manifestación del amor de Dios sí que fue insólita! «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él» (1 Juan 4:9).
Jesús no es una simple muestra de amor, como una rosa que alguien le da a otra persona. Jesucristo es el Dios-hombre que entregó voluntariamente su vida para que todo aquel que cree en Él sea salvo y viva para la eternidad con Dios. Nada puede separar a un creyente «del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:39).
Querido Dios, gracias por mostrarme tu amor por medio de Cristo. Ayúdame a mostrarte con mi vida que te amo.
Sabemos cuánto nos ama Dios porque envió a su Hijo para salvarnos.

La muerte de la duda
Si no viere […], no creeré (Juan 20:25).
Lectura: Juan 11:1-16
La Biblia en un año: Mateo 26:51-75
Catalogar a Tomás como «el discípulo que dudó» (ver Juan 20:24-29) no es justo. ¿Cuántos habríamos creído que nuestro ejecutado líder había resucitado? Deberíamos llamarlo «Tomás el valiente», ya que demostró un coraje impresionante mientras Jesús disponía intencionalmente los hechos que llevarían a su muerte.
Cuando murió Lázaro, Jesús había dicho: «Vamos a Judea otra vez» (Juan 11:7). Aunque los demás discípulos intentaron persuadirlo de no volver allí —«Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?» (v. 8)—, Tomás declaró: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (v. 16).
Las intenciones de Tomás eran más nobles que sus acciones. Cuando arrestaron a Jesús, huyó con el resto de los discípulos (Mateo 26:56) y dejó que solo Pedro y Juan acompañaran al Señor ante el sumo sacerdote.
Aunque había sido testigo de la resurrección de Lázaro (Juan 11:38-44), no podía creer que el Señor crucificado hubiera conquistado la muerte. Solamente al verlo resucitado, pudo exclamar: «¡Señor mío, y Dios mío!» (Juan 20:28). La respuesta que quitó las dudas de Tomás es inmensurablemente consoladora para nosotros: «Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (v. 29).
Señor, ayúdame a no dudar de tu bondad.
La duda sincera busca la luz; la incredulidad se conforma con la oscuridad.
Nuestro Pan Diario
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NOTICIAS CRISTIANAS
 





 





 















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