En
esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo
unigénito al mundo… (v. 9).
Lectura:
1 Juan 4:9-16
La
Biblia en un año: Mateo 27:1-26
Cuando
una serie de carteles rosa que decían «Te amo» aparecieron misteriosamente en
un pueblo de Canadá, una reportera local decidió investigar, pero no tuvo
resultados. Semanas después, aparecieron otros carteles con el nombre de un
parque, una fecha y una hora.
Junto
con una multitud de lugareños curiosos, la reportera fue al parque a la hora
señalada. Allí se encontró con un hombre vestido con un traje y la cabeza
tapada. ¡Imagina la sorpresa cuando él le dio un ramo de flores y le propuso
matrimonio! El misterioso hombre era su novio… y ella aceptó felizmente la
propuesta.
Esta
expresión de amor puede parecer un poco exagerada, ¡pero la manifestación
del amor de Dios sí que fue insólita! «En esto se mostró el amor de Dios para
con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos
por él» (1 Juan 4:9).
Jesús
no es una simple muestra de amor, como una rosa que alguien le da a otra
persona. Jesucristo es el Dios-hombre que entregó voluntariamente su vida para
que todo aquel que cree en Él sea salvo y viva para la eternidad con Dios. Nada
puede separar a un creyente «del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro»
(Romanos 8:39).
Querido
Dios, gracias por mostrarme tu amor por medio de Cristo. Ayúdame a mostrarte
con mi vida que te amo.
Sabemos
cuánto nos ama Dios porque envió a su Hijo para salvarnos.
La
muerte de la duda
Si
no viere […], no creeré (Juan 20:25).
Lectura:
Juan 11:1-16
La
Biblia en un año: Mateo 26:51-75
Catalogar
a Tomás como «el discípulo que dudó» (ver Juan 20:24-29) no es justo. ¿Cuántos
habríamos creído que nuestro ejecutado líder había resucitado? Deberíamos
llamarlo «Tomás el valiente», ya que demostró un coraje impresionante mientras
Jesús disponía intencionalmente los hechos que llevarían a su muerte.
Cuando
murió Lázaro, Jesús había dicho: «Vamos a Judea otra vez» (Juan 11:7). Aunque
los demás discípulos intentaron persuadirlo de no volver allí —«Rabí, ahora
procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?» (v. 8)—, Tomás
declaró: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (v. 16).
Las
intenciones de Tomás eran más nobles que sus acciones. Cuando arrestaron a
Jesús, huyó con el resto de los discípulos (Mateo 26:56) y dejó que solo Pedro
y Juan acompañaran al Señor ante el sumo sacerdote.
Aunque
había sido testigo de la resurrección de Lázaro (Juan 11:38-44), no podía creer
que el Señor crucificado hubiera conquistado la muerte. Solamente al verlo
resucitado, pudo exclamar: «¡Señor mío, y Dios mío!» (Juan 20:28). La respuesta
que quitó las dudas de Tomás es inmensurablemente consoladora para nosotros:
«Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y
creyeron» (v. 29).
Señor,
ayúdame a no dudar de tu bondad.
La
duda sincera busca la luz; la incredulidad se conforma con la oscuridad.
Nuestro
Pan Diario
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NOTICIAS CRISTIANAS
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