Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti
fijaré mis ojos (v. 8).
Lectura: Salmo 32:1-11
La Biblia en un año: Mateo 21:1-22
El día en que mi hija menor volaba de Múnich a Barcelona, abrí mi página
favorita de seguimiento de vuelos, para ver por dónde iba. Después de ingresar
el número de vuelo, la pantalla de mi computador mostró que su avión había
cruzado Austria y bordeaba la parte norte de Italia. De allí, sobrevolaría el
Mediterráneo, al sur de la costa francesa, en dirección a España, y llegaría
puntualmente. ¡Solo faltaba que me dijeran qué estaban sirviendo para comer las
aeromozas!
¿Por qué me interesaba dónde y cómo estaba mi hija? Porque la amo. Me
importa quién es, qué hace y hacia dónde se proyecta su vida.
En el Salmo 32, David celebra la maravilla del perdón, la guía y el interés
de Dios para con nosotros. A diferencia de un padre humano, el Señor conoce
cada detalle de nuestra vida y las necesidades más profundas de nuestro ser.
Nos promete: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar;
sobre ti fijaré mis ojos» (v. 8).
Independientemente de cuáles sean las circunstancias hoy, podemos descansar
tranquilos en la presencia y el cuidado de Dios porque «al que espera en el
Señor, le rodea la misericordia» (v. 10).
Querido Señor, gracias porque, en tu amor, me cuidas y me guías cada día
por tus caminos.
Nunca estamos fuera de la mirada y el cuidado amoroso de Dios.
El árbol que
habla
Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… (1
Pedro 2:24).
Lectura: Colosenses 1:15-20
La Biblia en un año: Mateo 20:17-34
Uno de los poemas cristianos más antiguos de la literatura inglesa es The
Dream of the Rood [El sueño del crucifijo]. Un crucifijo es la imagen de Cristo
crucificado. En esa antigua poesía, la historia de la crucifixión se narra
desde la perspectiva de la cruz. Cuando el árbol se entera de que lo
convertirán en una cruz para matar al Hijo de Dios, rechaza la idea. Pero
Cristo consigue la ayuda de ese árbol para dar redención a todos los que creen.
En el huerto de Edén, un árbol fue el origen del fruto prohibido que
comieron nuestros primeros padres, haciendo que el pecado entrara en el género
humano. Cuando el Hijo de Dios derramó su sangre como el sacrificio supremo por
el pecado de toda la humanidad, también fue clavado en un árbol. Cristo «llevó
él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 Pedro 2:24).
La cruz es el punto de inflexión para todos los que reciben a Cristo para
ser salvos. Desde aquella crucifixión, ese madero se ha convertido en un
símbolo notable de la muerte sacrificial del Hijo de Dios para rescatarnos del
pecado y de la muerte. La cruz de Cristo es la prueba maravillosa e inefable
del amor de Dios por nosotros.
Señor, que cada vez que vea una cruz, mi corazón te alabe al recordar que
me amas y que moriste en la cruz en mi lugar.
Cristo dio su vida sobre el árbol de la cruz para salvarnos.
Nuestro Pan
Diario
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