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No te desampararé, ni te dejaré (Hebreos 13:5).
Lectura:
1 Samuel 20:35-42
La
Biblia en un año: Mateo 24:29-51
Un
amigo querido me mandó un mensaje de texto que decía: «¡Me alegra tanto que
podamos contarnos lo bueno, lo malo y lo feo!». Somos amigos desde hace muchos
años y hemos aprendido a compartir nuestras alegrías y fracasos. Reconocemos
que estamos lejos de ser perfectos, por eso hablamos de nuestras luchas, pero
también nos regocijamos en las victorias del otro.
David
y Jonatán también tenían una amistad sólida, la cual comenzó en los días
buenos, cuando David derrotó a Goliat (1 Samuel 18:1-4). Compartieron sus
temores durante los tiempos malos de celos del padre de Jonatán (18:6-11;
20:1-2). Finalmente, sufrieron juntos en la época fea en que Saúl planeaba
matar a David (20:42).
Los
buenos amigos no nos abandonan cuando las circunstancias externas cambian.
Permanecen a nuestro lado en las buenas y en las malas. También nos aconsejan
acudir a Dios en los momentos feos, cuando quizá nos sintamos tentados a
alejarnos de Él.
Los
amigos auténticos son un regalo de Dios porque ejemplifican al Amigo perfecto,
el cual permanece fiel en días buenos, malos y feos. Tal como nos recuerda el
Señor: «No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5).
Señor,
gracias por los buenos amigos que has colocado en mi vida; pero, por sobre
todo, te agradezco por ser tú mi amigo.
Un
amigo es aquel que aparece cuando todo el mundo desaparece.
¿Me
provoca gozo?
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todo lo que es verdadero, […] honesto, […] justo, […] puro, […] amable, […] de
buen nombre; […] digno de alabanza, en esto pensad (v. 8).
Lectura:
Filipenses 4:4-9
La
Biblia en un año: Mateo 24:1-28
El
libro de una joven japonesa sobre orden y organización ha vendido dos millones
de ejemplares en el mundo entero. La esencia del mensaje de Marie Kondo es
ayudar a la gente a despojarse de cosas innecesarias en sus casas y
armarios; cosas que los sofocan. Dice: «Levanta cada artículo y pregunta: “¿Me
provoca gozo?”». Si la respuesta es «sí», consérvalo. Si es «no», descártalo.
El
apóstol Pablo exhortó a los creyentes de Filipo a procurar tener gozo en su
relación con Cristo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
¡Regocijaos!» (Filipenses 4:4). En vez de vivir una vida desordenada por la
ansiedad, los instaba a orar por todo y dejar que la paz de Dios guardara sus
corazones y sus mentes en Cristo (vv. 6-7).
Al
considerar nuestras tareas y responsabilidades, vemos que no todo es motivo de
gozo. Pero podemos preguntar: «¿Cómo provoca esto gozo en el corazón de Dios y
en el mío?». Un cambio en por qué hacemos las cosas puede transformar nuestra
manera de verlas.
«Por
lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, […] honesto, […] justo, […] puro,
[…] amable, […] de buen nombre; […] digno de alabanza, en esto pensad» (v. 8).
Las
palabras de despedida de Pablo son alimento para la reflexión y una receta para
el gozo.
Señor,
ayúdame a gozarme en mi tareas de hoy.
Enfocarse
en el Señor es el principio del gozo.
Nuestro
Pan Diario
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