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miércoles, 8 de febrero de 2017

Lo bueno, lo malo y lo feo



… No te desampararé, ni te dejaré (Hebreos 13:5).
La Biblia en un año: Mateo 24:29-51
Un amigo querido me mandó un mensaje de texto que decía: «¡Me alegra tanto que podamos contarnos lo bueno, lo malo y lo feo!». Somos amigos desde hace muchos años y hemos aprendido a compartir nuestras alegrías y fracasos. Reconocemos que estamos lejos de ser perfectos, por eso hablamos de nuestras luchas, pero también nos regocijamos en las victorias del otro.
David y Jonatán también tenían una amistad sólida, la cual comenzó en los días buenos, cuando David derrotó a Goliat (1 Samuel 18:1-4). Compartieron sus temores durante los tiempos malos de celos del padre de Jonatán (18:6-11; 20:1-2). Finalmente, sufrieron juntos en la época fea en que Saúl planeaba matar a David (20:42).
Los buenos amigos no nos abandonan cuando las circunstancias externas cambian. Permanecen a nuestro lado en las buenas y en las malas. También nos aconsejan acudir a Dios en los momentos feos, cuando quizá nos sintamos tentados a alejarnos de Él.
Los amigos auténticos son un regalo de Dios porque ejemplifican al Amigo perfecto, el cual permanece fiel en días buenos, malos y feos. Tal como nos recuerda el Señor: «No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5).
Señor, gracias por los buenos amigos que has colocado en mi vida; pero, por sobre todo, te agradezco por ser tú mi amigo.
Un amigo es aquel que aparece cuando todo el mundo desaparece.

¿Me provoca gozo?
… todo lo que es verdadero, […] honesto, […] justo, […] puro, […] amable, […] de buen nombre; […] digno de alabanza, en esto pensad (v. 8).
Lectura: Filipenses 4:4-9
La Biblia en un año: Mateo 24:1-28
El libro de una joven japonesa sobre orden y organización ha vendido dos millones de ejemplares en el mundo entero. La esencia del mensaje de Marie Kondo es ayudar a la gente a despojarse de cosas innecesarias en sus casas y armarios; cosas que los sofocan. Dice: «Levanta cada artículo y pregunta: “¿Me provoca gozo?”». Si la respuesta es «sí», consérvalo. Si es «no», descártalo.
El apóstol Pablo exhortó a los creyentes de Filipo a procurar tener gozo en su relación con Cristo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4:4). En vez de vivir una vida desordenada por la ansiedad, los instaba a orar por todo y dejar que la paz de Dios guardara sus corazones y sus mentes en Cristo (vv. 6-7).
Al considerar nuestras tareas y responsabilidades, vemos que no todo es motivo de gozo. Pero podemos preguntar: «¿Cómo provoca esto gozo en el corazón de Dios y en el mío?». Un cambio en por qué hacemos las cosas puede transformar nuestra manera de verlas.
«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, […] honesto, […] justo, […] puro, […] amable, […] de buen nombre; […] digno de alabanza, en esto pensad» (v. 8).
Las palabras de despedida de Pablo son alimento para la reflexión y una receta para el gozo.
Señor, ayúdame a gozarme en mi tareas de hoy.
Enfocarse en el Señor es el principio del gozo.
Nuestro Pan Diario
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