…
ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel… (v. 15).
Lectura: 2 Reyes 5:1-15
Lectura: 2 Reyes 5:1-15
La
biblia en un año: Salmos 20–22; Hechos 21:1-17
Dos
niños jugaban a un complicado juego de palos y cuerdas. Al rato, el más grande
miró al amigo y dijo enojado: «Lo estás haciendo mal. Es mi juego y lo vamos a
jugar como yo quiero. ¡No puedes jugar más!». El deseo de hacer las cosas a
nuestro modo comienza desde pequeños.
Naamán
estaba acostumbrado a que todo se hiciera como él quería, ya que era el capitán
del ejército del rey de Siria. Pero también tenía una enfermedad incurable. Un
día, la sierva de su esposa, a quien habían capturado en Israel, le sugirió que
acudiera a Eliseo, el profeta de Dios, para que lo sanara. Desesperado, Naamán
quiso que el profeta fuera a verlo y que lo tratara con gran protocolo y
respeto. Por eso, cuando Eliseo simplemente le mandó a decir que se sumergiera
siete veces en el río Jordán, ¡Naamán se enfureció!… y se negó (2 Reyes
5:10-12). No se curó hasta que, finalmente, se humilló e hizo las cosas como
Dios quería (vv. 13-14).
Es
probable que todos le hayamos dicho alguna vez a Dios: «Lo haré como yo
quiero», pero su manera es siempre la mejor. Que tengamos un corazón humilde y
dispuesto a escoger los métodos del Señor y no los nuestros.
Padre,
perdóname por mi orgullo y por pensar que sé más que tú. Dame un corazón
humilde y dispuesto a hacer todo a tu manera.
«Humildad
es tener una autoestima correcta». Charles Spurgeon
Nuestro
Pan Diario
Lágrimas
de una joven
La
biblia en un año: Salmos 18–19; Hechos 20:17-38
Mientras
estaba sentado en un comedor para indigentes en Alaska con cuatro adolescentes
y un hombre de unos veintitantos años, el cual vivía en la calle, me conmovió
la compasión de aquellos jóvenes. Escucharon lo que él decía sobre sus
creencias y, luego, le presentaron amablemente el evangelio, ofreciéndole
esperanza en Jesús. Lamentablemente, el hombre se negó a considerar con
seriedad el mensaje.
Cuando
nos íbamos, una de las chicas expresó entre lágrimas cuánto deseaba que ese
hombre no muriera sin conocer a Cristo. De corazón, lamentaba que aquel joven
rechazara en ese momento el amor del Salvador.
Las
lágrimas de esta joven me recuerdan al apóstol Pablo, quien servía al Señor con
humildad y, profundamente angustiado por sus conciudadanos, deseaba que estos
confiaran en Cristo (Romanos 9:1-5). Es probable que su compasión y
preocupación lo hayan hecho llorar en muchas ocasiones.
Si
estamos realmente interesados en aquellos que aún no han aceptado el perdón de
Dios por medio de Jesucristo, encontraremos maneras de testificarles. Confiados
en nuestra fe y con lágrimas de compasión, llevemos la buena noticia a los que
necesitan conocer al Salvador.
¿Hay
alguien a quien necesitas hablarle hoy de Jesús?
Compartir
el evangelio significa que una persona le da a otra una buena noticia.
Nuestro
Pan Diario
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