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sábado, 18 de julio de 2015

Como yo quiero



… ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel… (v. 15).
Lectura: 2 Reyes 5:1-15
La biblia en un año: Salmos 20–22; Hechos 21:1-17
Dos niños jugaban a un complicado juego de palos y cuerdas. Al rato, el más grande miró al amigo y dijo enojado: «Lo estás haciendo mal. Es mi juego y lo vamos a jugar como yo quiero. ¡No puedes jugar más!». El deseo de hacer las cosas a nuestro modo comienza desde pequeños.
Naamán estaba acostumbrado a que todo se hiciera como él quería, ya que era el capitán del ejército del rey de Siria. Pero también tenía una enfermedad incurable. Un día, la sierva de su esposa, a quien habían capturado en Israel, le sugirió que acudiera a Eliseo, el profeta de Dios, para que lo sanara. Desesperado, Naamán quiso que el profeta fuera a verlo y que lo tratara con gran protocolo y respeto. Por eso, cuando Eliseo simplemente le mandó a decir que se sumergiera siete veces en el río Jordán, ¡Naamán se enfureció!… y se negó (2 Reyes 5:10-12). No se curó hasta que, finalmente, se humilló e hizo las cosas como Dios quería (vv. 13-14).
Es probable que todos le hayamos dicho alguna vez a Dios: «Lo haré como yo quiero», pero su manera es siempre la mejor. Que tengamos un corazón humilde y dispuesto a escoger los métodos del Señor y no los nuestros.
Padre, perdóname por mi orgullo y por pensar que sé más que tú. Dame un corazón humilde y dispuesto a hacer todo a tu manera.
«Humildad es tener una autoestima correcta». Charles Spurgeon
Nuestro Pan Diario

Lágrimas de una joven
… tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón (v. 2).
Lectura: Romanos 9:1-5
La biblia en un año: Salmos 18–19; Hechos 20:17-38
Mientras estaba sentado en un comedor para indigentes en Alaska con cuatro adolescentes y un hombre de unos veintitantos años, el cual vivía en la calle, me conmovió la compasión de aquellos jóvenes. Escucharon lo que él decía sobre sus creencias y, luego, le presentaron amablemente el evangelio, ofreciéndole esperanza en Jesús. Lamentablemente, el hombre se negó a considerar con seriedad el mensaje.
Cuando nos íbamos, una de las chicas expresó entre lágrimas cuánto deseaba que ese hombre no muriera sin conocer a Cristo. De corazón, lamentaba que aquel joven rechazara en ese momento el amor del Salvador.
Las lágrimas de esta joven me recuerdan al apóstol Pablo, quien servía al Señor con humildad y, profundamente angustiado por sus conciudadanos, deseaba que estos confiaran en Cristo (Romanos 9:1-5). Es probable que su compasión y preocupación lo hayan hecho llorar en muchas ocasiones.
Si estamos realmente interesados en aquellos que aún no han aceptado el perdón de Dios por medio de Jesucristo, encontraremos maneras de testificarles. Confiados en nuestra fe y con lágrimas de compasión, llevemos la buena noticia a los que necesitan conocer al Salvador.
¿Hay alguien a quien necesitas hablarle hoy de Jesús?
Compartir el evangelio significa que una persona le da a otra una buena noticia.
Nuestro Pan Diario
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