…
Y Pedro le seguía de lejos (v. 54).
Lectura:
Lucas 22:54-65
La
biblia en un año: Salmo 35–36; Hechos 25
Cuando
escucho historias de jóvenes que han sido acosados socialmente, noto que hay,
al menos, dos niveles de daño. El primero y más evidente surge de la naturaleza
malintencionada de quienes los acosan. Esto es esencialmente terrible. Pero hay
otra herida más profunda que puede terminar siendo más dañina que la primera:
el silencio de los demás.
Daña
al intimidado porque lo abruma que nadie quiera ayudarlo. A menudo, esto
intensifica el descaro y la maldad de los amedrentadores. Y, peor aun, aumenta
la vergüenza, el sentimiento de culpa y la soledad de la víctima. Por eso, es
imperativo defender al que sufre y condenar el comportamiento de los agresores
(ver Proverbios 31:8a).
Jesús
sabe perfectamente lo que se siente al ser acosado y abandonado en el
sufrimiento. Sin causa, lo arrestaron, lo golpearon y se burlaron de Él (Lucas
22:63-65). Mateo 26:56 declara que «todos los discípulos, dejándole, huyeron».
Incluso Pedro, uno de sus amigos más cercanos, negó tres veces conocerlo (Lucas
22:61). Aunque otros no puedan entender por completo, Jesús sí lo hace.
Cuando
veamos que hieren a otros, podemos pedirle al Señor que nos dé valor para
hablar sin temor.
Señor,
haznos valientes para defender a los que lo necesitan. Ayúdanos a mostrarles
que tú entiendes su dolor y soledad.
La
voz de un creyente valiente es el eco de la voz de Dios.
Nuestro Pan Diario
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