… la
lengua de los sabios es medicina (v. 18).
¿Cuál es
el músculo más fuerte del cuerpo humano? Algunos dicen que es la lengua, pero
es difícil determinar cuál tiene más fuerza, ya que no trabajan separados.
De todos
modos, sabemos que la lengua es poderosa. Aunque es un músculo pequeño, puede
hacer mucho daño. Este activo órgano que nos ayuda a comer, tragar, saborear, y
que inicia la digestión, tiende también a ayudarnos a decir lo que no
deberíamos. La lengua es culpable de lisonjear, maldecir, mentir, jactarse y
lastimar a otros. Y la lista podría continuar.
Pareciera
ser un músculo bastante peligroso, ¿no? Pero aquí está lo bueno: no tiene por
qué ser así. Cuando el Espíritu Santo nos controla, nuestra lengua puede
convertirse en algo muy bueno. Podemos hablar de la justicia de Dios (Salmo
35:28; 37:30), decir la verdad (15:2), mostrar amor (1 Juan 3:18) y confesar el
pecado (1 Juan 1:9).
El
escritor de Proverbios 12:18 revela uno de los mejores usos de la lengua: «… la
lengua de los sabios es medicina». Imagina cuánto podríamos glorificar a Aquel
que hizo nuestra lengua si la usáramos para sanar (no para dañar) a todos aquellos
con quienes hablamos.
…
animaos unos a otros, y edificaos unos a otros… 1 Tesalonicenses 5:11
Nuestro Pan Diario
¡Levanta la vista!
Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la
tierra (v. 2).
Un parque cerca de casa tiene un sendero por donde me
gusta caminar. Hay un lugar desde donde puede avistarse el Jardín de los
Dioses, con formaciones rocosas de color rojizo por delante del monte Pikes
Peak, de unos 4.300 metros de altura. Sin embargo, de vez en cuando, paso de
largo, sumido en algún problema y mirando hacia abajo. Si no hay nadie cerca, a
veces me detengo y digo en voz alta: «¡David, levanta la vista!».
El pueblo de Israel solía entonar los «cánticos
graduales» (Salmos 120–134) mientras subía el camino que llevaba a Jerusalén,
para asistir a las tres fiestas anuales de los peregrinos. El Salmo 121
comienza diciendo: «Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?»
(v. 1), a lo cual le sigue la respuesta: «Mi socorro viene del Señor, que hizo
los cielos y la tierra» (v. 2). El Creador no es un ser lejano, sino un
compañero permanente y siempre atento a nuestras circunstancias (vv. 3-7),
quien nos guía y protege en nuestro viaje por la vida «desde ahora y para
siempre» (v. 8).
¡Cuánto necesitamos mantener la mirada fija en Dios,
nuestra fuente de ayuda, en el sendero de la vida! Y, al estar abrumados y
desanimados, decir: «¡Levanta la vista!».
Mantén
la mirada en Dios… tu fuente de ayuda.
Nuestro Pan Diario
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