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tú, oh Señor, no desamparaste a los que te buscaron (v. 10).
Lectura:
Salmo 9:1-10
La
biblia en un año: Isaías 56–58; 2 Tesalonicenses 2
Cuando
nuestra hija tenía quince años, se fugó de casa. Fueron las tres semanas más
largas de nuestra vida. La buscamos por todos lados y pedimos ayuda a nuestros
amigos y a las fuerzas de seguridad. Durante esos días desesperantes, mi esposa
y yo aprendimos cuán importante es esperar en Dios en oración. Habíamos llegado
al límite de nuestras fuerzas y recursos. Teníamos que depender de Él.
Justo
la encontramos cuando se celebraba el Día del padre. Estábamos en el
estacionamiento de un restaurante, cuando sonó el teléfono. Una camarera de
otro restaurante la había visto. Nuestra hija estaba a solo tres cuadras. De
inmediato, la llevamos a casa, sana y salva.
Debemos
descansar en Dios cuando oramos. Tal vez no sepamos cómo ni cuándo contestará
Él, pero podemos derramarle permanentemente nuestro corazón. A veces, las
respuestas no llegan cuando lo esperamos. Incluso, es probable que las cosas
vayan de mal en peor. Pero debemos perseverar, y seguir creyendo y pidiendo.
Nunca
es fácil esperar, pero, cualquiera que sea el resultado, valdrá la pena. David
lo expresó así: «En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh
Señor, no desamparaste a los que te buscaron» (Salmo 9:10).
Sigue
buscando; sigue confiando; sigue pidiendo; sigue orando.
¿Qué
pesa hoy en tu corazón? Ora al Señor.
El
tiempo dedicado a la oración nunca es malgastado.
Nuestro
Pan Diario
La
cruz y la corona
…
el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25).
Lectura:
Juan 19:21-30
La
biblia en un año: Isaías 53–55; 2 Tesalonicenses 1
La
Abadía de Westminster, en Londres, tiene un enorme trasfondo histórico. En el
siglo x, los monjes benedictinos dieron inicio a la tradición de adorar
diariamente en ese lugar, la cual continúa hasta hoy. Allí también están
sepultadas muchas personas famosas; y todos los monarcas ingleses, desde 1066,
han sido coronados en su interior. Incluso, 17 de esos reyes están enterrados
ahí mismo… sus reinados terminaron donde empezaron.
Al
margen de los honores de sus funerales, los gobernantes ascienden y caen; viven
y mueren. Pero hay otro Rey, Jesús, quien, aunque estuvo muerto, ya
no está más en la tumba. En su primera venida, fue coronado con
espinas y crucificado como «rey de los judíos» (Juan 19:3, 19). Como resucitó
victorioso, los que creemos en Él tenemos esperanza más allá del sepulcro y la
seguridad de que viviremos en su presencia para siempre. Jesús afirmó: «Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente»
(11:25-26).
¡Servimos
a un Rey resucitado! Consagremos alegremente nuestra vida a su soberanía
mientras aguardamos el día en que «el Señor nuestro Dios Todopoderoso» reine
por la eternidad (Apocalipsis 19:6).
Señor,
gracias por resucitar y estar vivo para siempre.
La
resurrección de Jesús significó la muerte de la muerte.
Nuestro
Pan Diario
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