…
mi fortaleza y mi canción es el Señor… (Isaías 12:2).
Lectura:
Job 29:1-6; 30:1-9
La
biblia en un año: Isaías 32–33; Colosenses 1
La
música afecta a las personas de manera diferente. El compositor la oye en el
seno de su imaginación. La audiencia la escucha con sus sentidos y
emociones. Los miembros de la orquesta oyen más claramente el sonido de
los instrumentos que tienen más cerca.
En
un sentido, nosotros integramos la orquesta de Dios. A menudo, solamente
escuchamos la música que está más cerca. Como no captamos la armonía general,
somos como Job, quien clamó en su sufrimiento: «Y ahora yo soy objeto de su
burla, y les sirvo de refrán» (Job 30:9).
El
patriarca rememoraba el respeto que le tenían los príncipes y los oficiales. De
su vida, decía: «Cuando lavaba yo mis pasos con leche, y la piedra me derramaba
ríos de aceite» (29:6). Pero, ahora, era objeto de burla, y se lamentaba: «Se
ha cambiado mi arpa en luto» (30:31). Sin embargo, le faltaban muchísimos
instrumentos a esa sinfonía, y Job no podía escuchar la armonía completa.
Quizá,
hoy solamente oigas las notas melancólicas de tu violín. Pero no te desanimes.
Cada detalle de tu vida está incluido en la partitura divina. O tal vez
escuches una flauta vibrante. Entonces, alaba al Señor por ella y comparte tu
gozo.
Estamos
interpretando la obra maestra de la redención, y Dios es el compositor de
nuestra vida.
—
Señor,
tu música es perfecta. Confío en ti.
Confiar
en la bondad de Dios pone una canción en el corazón.
Nuestro
Pan Diario
Palabras
imprudentes
…
cuando le maldecían, no respondía con maldición… (v. 23).
Lectura:
1 Pedro 2:13-25
La
biblia en un año: Isaías 30–31; Filipenses 4
Hacía
casi media hora que conducía, cuando, de pronto, mi hija empezó a llorar desde
el asiento trasero. Cuando le pregunté qué le pasaba, dijo que su hermano le
había pellizcado el brazo. Entonces, él se defendió reclamando que lo había
hecho porque ella lo había pinchado. Ella, a continuación, explicó que lo había
pinchado porque él le había dicho algo hiriente.
Lamentablemente,
este comportamiento, habitual entre los niños, también puede aparecer en los
adultos. Una persona ofende a otra, y el ofendido reacciona con una explosión
verbal. El ofensor, a su vez, contraataca con otro insulto. Poco después, la
relación queda dañada por el enojo y las palabras crueles.
La
Biblia enseña que «hay gente cuyas palabras son
puñaladas», pero que «la blanda
respuesta quita la ira» (Proverbios 12:18 RVC; 15:1). Además, en ciertas
ocasiones, la mejor manera de actuar ante comentarios feos o crueles es
callarse.
Antes
de la crucifixión de Jesús, las autoridades religiosas intentaron provocarlo
con sus palabras (Mateo 27:41-43). Sin embargo, Él «cuando le maldecían, no
respondía con maldición […], sino encomendaba la causa al que juzga justamente
(1 Pedro 2:23).
El
ejemplo de Jesús nos enseña cómo responder a quienes nos ofenden, y el Espíritu
nos ayuda a hacerlo.
Señor,
ayúdame a controlar mis palabras.
A
menudo, una respuesta suave quebranta un corazón duro.
Nuestro
Pan Diario
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MEDITAR EN ESTO
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