…
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (27:46).
Lectura:
Mt. 26:39-42; 27:45-46
La
biblia en un año: Mateo 4
«A
veces, me parece que Dios no me escucha». Estas palabras de una mujer que
intentaba mantenerse firme en su andar con Dios mientras lidiaba con un esposo
alcohólico reflejan el clamor de muchos creyentes. Durante años, le pidió al
Señor que lo cambiara, pero eso nunca sucedió.
¿Qué
debemos pensar cuando le pedimos una y otra vez a Dios algo bueno, algo que
podría glorificarlo con facilidad, pero la respuesta no llega? ¿Nos escucha o
no?
Observemos
la vida del Salvador. En el huerto de Getsemaní, agonizó durante horas en
oración, derramando su corazón y rogando: «pase de mí esta copa» (Mateo 26:39).
Sin embargo, la respuesta del Padre fue un claro «no». Para proveer salvación,
Dios tenía que enviar a su Hijo a morir en la cruz. Aunque Jesús estaba atravesando
una prueba durísima, oró con intensidad y pasión porque confiaba en que su
Padre lo estaba escuchando.
Cuando
oramos, quizá no veamos cómo está obrando Dios ni entendamos que haya algo
bueno en lo que nos pasa. Por eso, debemos confiar en el Señor, renunciando a
nuestros derechos y dejando que Él haga lo más apropiado.
Debemos
dejar lo desconocido en manos del Omnisciente. Él oye y lleva a cabo las cosas
a su manera.
Señor,
no necesitamos saber por qué a veces parece que no respondes. Ayúdanos a
esperar tu tiempo, porque eres bueno.
Nuestro
Pan Diario
Todos
sus beneficios
Bendice,
alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios… (v. 2).
Lectura:
Salmo 103
La
biblia en un año: Mateo 3
Un
problema recurrente en nuestra vida es que nos concentramos tanto en las
necesidades del momento que nos olvidamos de lo que ya tenemos. Esto me vino a
la mente cuando el coro de nuestra iglesia cantó un himno hermoso basado en el
Salmo 103: «Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus
beneficios» (v. 2). El Señor es quien nos perdona, sana, redime, provee,
satisface y renueva (vv. 4-5). ¿Cómo podemos olvidar todo esto? Sin embargo,
solemos hacerlo cuando la vida cotidiana desvía nuestra atención a las
necesidades apremiantes, los fracasos constantes y las circunstancias que
parecen fuera de control.
El
escritor de este salmo nos llama a recordar: «Misericordioso y clemente es el
Señor […]. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha
pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos
sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen» (vv.
8, 10-11).
En
la vida de fe, nuestra indignidad nos hace acercar a Jesucristo con humildad.
Cuando recibimos su gracia y nos maravillamos ante la abundancia de su amor,
nos damos cuenta de que no merecemos nada. Todo esto nos trae a la mente
sus beneficios.
«Bendice,
alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre» (v. 1).
Señor,
que recordemos siempre tus bendiciones.
Nuestro
Pan Diario
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