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Lávame, y seré más blanco que la nieve (Salmo 51:7).
Lectura:
Isa. 1:18-20; Sal. 51:7
La biblia
en un año: Zacarías 1–4; Apocalipsis 18
Durante
un helado invierno en la zona donde vivimos, había sentimientos encontrados
respecto al clima. A medida que las nevadas se agudizaban, muchos ya se habían
cansado de la nieve y se quejaban de las bajas temperaturas pronosticadas.
Sin
embargo, yo seguía maravillándome ante la majestuosa belleza de la nieve.
Aunque no dejaba de quitarla de la entrada a mi garaje y amontonarla en
pilas más altas que yo, esa cosa blanca me cautivaba. Un día, cristales de
hielo cayeron sobre la nieve ya vieja, y parecía como si el paisaje hubiese
sido rociado con polvo de diamantes.
En
la Escritura, la nieve tiene diversos propósitos. Dios la envía como una
muestra de su majestad creadora (Job 37:6; 38:22-23). Los montes nevados
irrigan los áridos valles. Sin embargo, lo más importante es que Dios emplea la
nieve como una imagen del perdón. El evangelio de Jesús ofrece la manera de ser
limpiados de nuestros pecados y que nuestro corazón se vuelva «más blanco que
la nieve» (Salmo 51:7; Isaías 1:18).
La
próxima vez que veas nieve, directamente o en fotos, da gracias a Dios por el
perdón y la liberación del castigo del pecado que este hermoso regalo de la
naturaleza representa para todos los que hemos puesto nuestra fe en Cristo para
ser salvos.
Señor,
ayúdame a compartir con otros la belleza de tu perdón.
Nuestro
Pan Diario
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