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viernes, 29 de enero de 2016

Palabras imprudentes



… la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas… (v. 5).
Lectura: Santiago 3:1-12
La biblia en un año: Mateo 16
Últimamente, mi hija ha tenido muchos problemas de salud, y su esposo la ha cuidado y respaldado de maravilla. «¡Tienes un verdadero tesoro en él!», le dije.
«No pensabas lo mismo cuando lo conocí», dijo ella con una mueca.
Tenía razón. Cuando se comprometieron, yo estaba preocupada. Tenían personalidades tan diferentes. Nuestra familia era grande y ruidosa, y él era más reservado. Además, le había expresado mis dudas a mi hija de manera bastante cortante.
Me horroricé al darme cuenta de que ella todavía recordaba mis comentarios de hacía quince años, que podrían haber destruido una relación que demostró ser tan armoniosa y feliz. Pensé en cuánto debemos cuidar lo que decimos. Muchos somos rápidos para señalar lo que consideramos debilidades en la familia, los amigos o los colegas, o para centrarnos en sus errores. Santiago dice que «la lengua es un miembro pequeño» (3:5), pero que las palabras que emite pueden destruir relaciones, o generar paz y armonía en el trabajo, la iglesia o la familia.
Quizá debamos apropiarnos de la oración de David al comenzar cada día: «Pon guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios» (Salmo 141:3).
Padre, por favor, frena mis palabras inconvenientes, y cuida mi lengua hoy y siempre.
Nuestro Pan Diario
                             
Honrar a Dios
[Jesús dijo:] el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto… (v. 5).
Lectura: Juan 15:1-5
La biblia en un año: Mateo 15:21-39
La reunión en la iglesia estaba en pleno desarrollo. Esa mañana, nos visitaban algunas personas por primera vez. El predicador iba por la mitad del sermón, cuando observé que una de las visitas salía. Sentí curiosidad y preocupación; entonces, salí detrás de ella.
«¡Qué pronto se está yendo! —le dije mientras me acercaba—. ¿Hay algo en que pueda ayudarla?». Fue sincera y directa: «Sí, ¡mi problema es ese sermón! No estoy de acuerdo con lo que dice el predicador». Él había dicho que, sea lo que sea que logremos en la vida, el reconocimiento y la alabanza le pertenecen a Dios. Quejándose, la mujer agregó: «Al menos, ¡merezco que se me atribuya algo de reconocimiento por mis logros!».
Le expliqué lo que el pastor quería decir: las personas sí merecen reconocimiento y aprecio por lo que hacen. No obstante, nuestros dones y talentos provienen de Dios; por eso, la gloria le pertenece a Él. Aun Jesús, el Hijo de Dios, declaró: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre» (Juan 5:19). Y a sus seguidores, les dijo: «separados de mí nada podéis hacer» (15:5).
Reconocemos que el Señor es quien nos ayuda a llevar a cabo todas las cosas.
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Señor, que no olvide reconocer todo lo que haces por mí y que tú eres quien me capacita para concretar mis logros.
Nuestro Pan Diario
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