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sábado, 12 de marzo de 2016

Por favor, entra



Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe… (v. 22).
Lectura: Hebreos 10:19-25
La biblia en un año: Marcos 11:19-33
La casa de una amiga está ubicada junto a una pequeña calle rural que los conductores usan durante las horas de mayor tránsito, para evitar la ruta principal y los semáforos. Hace unas semanas, llegaron unos obreros para reparar el pavimento y colocaron unas barreras con carteles que decían: «Prohibido pasar». Mi amiga contó: «Al principio, me preocupé porque pensé que no podría entrar con mi automóvil. Pero, después, seguí leyendo: “Acceso permitido solo para residentes”. No había desvíos ni barreras para mí. Tenía derecho a entrar y salir cuando quisiera porque vivía allí. ¡Me sentí especial!».
En el Antiguo Testamento, el acceso a Dios en el tabernáculo y en el templo estaba estrictamente restringido. Solamente el sumo sacerdote podía atravesar el velo y entrar a ofrecer sacrificios en el Lugar Santísimo. Además, podía ingresar una sola vez al año (Levítico 16:2-20; Hebreos 9:25-26). Sin embargo, en el mismo momento en que Jesús murió, el velo del templo se rasgó de arriba hacia abajo, mostrando que la barrera que separaba al ser humano de Dios había sido destruida para siempre (Marcos 15:38).
El sacrificio de Cristo por nuestros pecados permite que todos los que le aman puedan entrar en su presencia en cualquier momento. Él nos ha otorgado el derecho de admisión.
Señor, gracias por darme acceso a tu presencia.
Nuestro Pan Diario

Provisión abundante
… tú los abrevarás del torrente de tus delicias (v. 8).
Lectura: Salmo 36:5-12
La biblia en un año: Marcos 11:1-18
En nuestro jardín, tenemos un comedero para aves, y nos encanta ver cuando los pajarillos se acercan y beben del agua dulce. Sin embargo, hace poco, hicimos un viaje breve y olvidamos reponer el alimento y el agua. Cuando volvimos, estaba totalmente seco. ¡Pobres aves! —pensé—. Por mi mala memoria, se quedaron sin comida. Pero luego, recordé que no soy yo quien las alimenta: es Dios.
A veces, nos parece que las demandas de la vida nos han dejado sin fuerzas y que no hay nadie que las reponga. Pero no son las otras personas quienes alimentan nuestra alma, sino Dios.
En el Salmo 36, leemos sobre la bondad del Señor, y allí se describe a los que depositan su confianza en Él y son abundantemente satisfechos. Dios les da de beber «del torrente de sus delicias» (v. 8), porque ¡Él es la fuente de vida!
Podemos acudir al Señor día tras día para que supla nuestras necesidades. Como escribió Charles Spurgeon: «La fuente de mi fe y todas mis gracias; la fuente de mi vida y todos mis placeres; la fuente de mi actividad y todas sus virtudes; la fuente de mi esperanza y todas sus expectativas celestiales; todo yace en ti, Señor mío».
Que su provisión abundante nos llene, ya que su fuente nunca se secará.
— 
Señor, me acerco a ti confiando en que suplirás todas mis necesidades.
Nuestro Pan Diario
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