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miércoles, 25 de enero de 2017

El rostro de Dios



Porque Dios […] resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (v. 6).
La Biblia en un año: Mateo 14:22-36
Gran parte de mi carrera como escritor ha girado en torno al tema del sufrimiento. Vuelvo una y otra vez a la misma pregunta, como si hubiera una antigua herida que no se ha curado. Quienes leen mis libros parecen ponerles rostro a mis dudas. Recuerdo a un joven pastor que me llamó tras saber que su esposa y su hijita morirían de SIDA por una transfusión de sangre infectada, y preguntó: «¿Cómo puedo hablarles a mis jóvenes del amor de Dios?».
Con el tiempo, aprendí a no intentar responder los «porqué» de la vida. Sin embargo, una pregunta que solía hacerme ya no me carcome: «¿A Dios le importa?». La única manera de contestarla es Jesús. En Él, Dios nos mostró su faz. Si te preguntas qué siente Dios ante el sufrimiento en este planeta que gime, mira ese rostro.
«¿A Dios le importa?». La muerte de su Hijo a nuestro favor —que finalmente destruirá para la eternidad toda angustia, tristeza, sufrimiento y muerte— responde esta pregunta; «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4:6).
Señor, ayúdame a entender que todos los porqués de mi vida se explican mediante tu amor demostrado a través de la Persona y la obra de Jesús a mi favor.
El amor de Dios por nosotros es tan amplio como los brazos extendidos de Cristo en la cruz.

Dedicar todo
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo… (v. 1).
Lectura: Romanos 12:1-8
La Biblia en un año: Mateo 14:1-21
Cuando jugaba baloncesto en la universidad, cada año, al empezar la temporada, tomaba la seria decisión de ir al gimnasio y dedicarme por completo a mi entrenador… es decir, hacer todo lo que me pidiera.
Al equipo no lo habría beneficiado que yo hubiese dicho: «¡Oye, entrenador! Acá estoy. Quiero lanzar la pelota al aro y driblar, ¡pero no me pidas que corra, que juegue en la defensa ni que sude!».
Todo deportista exitoso tiene que confiar en su entrenador lo suficiente como para hacer todo lo que este le pida para beneficio del equipo.
En Cristo, debemos convertirnos en un «sacrificio vivo» (Romanos 12:1). Le decimos a nuestro Salvador y Señor: «Confío en ti. Estoy dispuesto a hacer todo lo que me pidas». Entonces, Él nos transforma renovando nuestra mente para que nos concentremos en las cosas que le agradan.
Es útil saber que el Señor nunca nos pedirá que hagamos algo para lo cual no nos haya primeramente equipado. Como nos recuerda Pablo: «Ya que tenemos diferentes dones, […] [usémoslos] conforme a la medida de la fe» (v. 6).
Podemos confiarle nuestra vida a Dios y dedicarnos a Él, ya que nos fortalece saber que nos creó y que nos ayuda a hacer lo que nos pide.
Señor, tú mereces más que nadie nuestro sacrificio y dedicación. Ayúdame a comprender que la consagración a ti trae gozo.
Consagrarnos a Dios no implica ningún riesgo.
Nuestro Pan Diario
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