Porque
Dios […] resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento
de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (v. 6).
Lectura:
2 Corintios 4:4-15
La
Biblia en un año: Mateo 14:22-36
Gran
parte de mi carrera como escritor ha girado en torno al tema del sufrimiento.
Vuelvo una y otra vez a la misma pregunta, como si hubiera una antigua herida
que no se ha curado. Quienes leen mis libros parecen ponerles rostro a mis
dudas. Recuerdo a un joven pastor que me llamó tras saber que su esposa y su
hijita morirían de SIDA por una transfusión de sangre infectada, y preguntó:
«¿Cómo puedo hablarles a mis jóvenes del amor de Dios?».
Con
el tiempo, aprendí a no intentar responder los «porqué» de la vida. Sin
embargo, una pregunta que solía hacerme ya no me carcome: «¿A Dios le
importa?». La única manera de contestarla es Jesús. En Él, Dios nos mostró su
faz. Si te preguntas qué siente Dios ante el sufrimiento en este planeta que
gime, mira ese rostro.
«¿A
Dios le importa?». La muerte de su Hijo a nuestro favor —que finalmente
destruirá para la eternidad toda angustia, tristeza, sufrimiento y muerte—
responde esta pregunta; «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas
resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2
Corintios 4:6).
Señor,
ayúdame a entender que todos los porqués de mi vida se explican mediante tu
amor demostrado a través de la Persona y la obra de Jesús a mi favor.
El
amor de Dios por nosotros es tan amplio como los brazos extendidos de Cristo en
la cruz.
Dedicar
todo
Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo… (v. 1).
Lectura:
Romanos 12:1-8
La
Biblia en un año: Mateo 14:1-21
Cuando
jugaba baloncesto en la universidad, cada año, al empezar la temporada, tomaba
la seria decisión de ir al gimnasio y dedicarme por completo a mi
entrenador… es decir, hacer todo lo que me pidiera.
Al
equipo no lo habría beneficiado que yo hubiese dicho: «¡Oye, entrenador! Acá
estoy. Quiero lanzar la pelota al aro y driblar, ¡pero no me pidas que corra,
que juegue en la defensa ni que sude!».
Todo
deportista exitoso tiene que confiar en su entrenador lo suficiente como para
hacer todo lo que este le pida para beneficio del equipo.
En
Cristo, debemos convertirnos en un «sacrificio vivo» (Romanos 12:1). Le decimos
a nuestro Salvador y Señor: «Confío en ti. Estoy dispuesto a hacer todo lo que
me pidas». Entonces, Él nos transforma renovando nuestra mente para que nos
concentremos en las cosas que le agradan.
Es
útil saber que el Señor nunca nos pedirá que hagamos algo para lo cual no nos
haya primeramente equipado. Como nos recuerda Pablo: «Ya que tenemos diferentes
dones, […] [usémoslos] conforme a la medida de la fe» (v. 6).
Podemos
confiarle nuestra vida a Dios y dedicarnos a Él, ya que nos fortalece saber que
nos creó y que nos ayuda a hacer lo que nos pide.
Señor,
tú mereces más que nadie nuestro sacrificio y dedicación. Ayúdame a comprender
que la consagración a ti trae gozo.
Consagrarnos
a Dios no implica ningún riesgo.
Nuestro
Pan Diario
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