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domingo, 15 de enero de 2017

Perder para encontrar



… el que pierde su vida por causa de mí, la hallará (v. 39).
Lectura: Mateo 10:37-42
La Biblia en un año: Mateo 10:21-42
Cuando me casé con mi novio inglés y me mudé a Gran Bretaña, pensé que sería una aventura de solo cinco años en una tierra extraña. Nunca soñé seguir viviendo aquí casi 20 años después ni que, a veces, sentiría que había perdido todo al despedirme de mi familia y amigos, de mi trabajo y de todo lo conocido. Pero, al perder mi vida anterior, encontré una mejor.
El regalo invertido de encontrar la vida cuando la perdemos es lo que Jesús les prometió a sus discípulos. Cuando envió a los doce a predicar el evangelio, les pidió que lo amaran más que a sus padres y a sus hijos (Mateo 10:37). El Señor pronunció esas palabras en una cultura donde las familias eran el fundamento de la sociedad y altamente valoradas. No obstante, prometió que si perdían su vida por Él, la encontrarían (v. 39).
No tenemos que mudarnos a otro país para hallarnos en Cristo. Mediante el servicio y la consagración —como sucedió con los discípulos al ir a compartir la buena noticia de la salvación en Cristo—, nos encontramos recibiendo más de lo que damos, ya que el Señor derrama su amor abundantemente sobre nosotros. Sin duda, Él nos ama sin importar cuánto lo sirvamos; pero, cuando nos entregamos por el bienestar de otros, encontramos satisfacción, propósito y plenitud.
Señor, te amo y te entrego mi vida para servir a los demás.
Toda pérdida deja un espacio que puede llenarse con la presencia de Dios.

Crecer en el viento
… ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen? (v. 41).
Lectura: Marcos 4:36-41
La Biblia en un año: Mateo 10:1-20
Imagina un mundo sin viento. Lagos calmos; hojas caídas que no vuelan. ¿Esperaría alguien que un árbol cayera de repente? Sin embargo, esto fue lo que sucedió en un gran domo de vidrio construido en un desierto. Los árboles dentro de esa burbuja sin viento, llamada Bioesfera 2, crecían más rápido de lo normal, hasta que, repentinamente, colapsaban por su propio peso. Los investigadores explicaron la razón: esos árboles necesitaban la presión del viento para crecer fuertes.
Jesús permitió que sus discípulos enfrentaran vientos fuertes para que su fe se fortaleciera (Marcos 4:36-41). Mientras cruzaban aguas conocidas, una tormenta repentina fue demasiado aun para estos pescadores experimentados. El viento y las olas agitaban la barca, mientras Jesús, exhausto, dormía en la popa. Aterrorizados, lo despertaron. ¿No le importaba a su Maestro que murieran? Entonces, Jesús ordenó al viento y las olas que se aquietaran, y les preguntó a sus amigos por qué aún no tenían fe en Él.
Si el viento no hubiese soplado, jamás habrían preguntado: «¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?» (Marcos 4:41).
Vivir en una burbuja puede parecer bueno, pero ¿sería firme nuestra fe si no aprendiéramos a superar circunstancias tormentosas?
Señor, ayúdame a recordar tu propósito en las dificultades.
Dios no duerme nunca.
Nuestro Pan Diario
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