Mas
el Señor Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? (v. 9).
Lectura:
Génesis 3:8-17
La
Biblia en un año: Mateo 5:1-26
A mi
hijo le encanta escucharme hablar, excepto cuando lo llamo con firmeza y en voz
alta, y pregunto: «¿Dónde estás?». En esos casos, por lo general, lo estoy
llamando porque se metió en algún lío y está tratando de esconderse. En
realidad, mi intención es que mi hijo escuche mi voz porque me preocupo por su
bienestar y no quiero que se haga daño.
Adán
y Eva estaban acostumbrados a escuchar la voz de Dios en el huerto de Edén. Sin
embargo, después de desobedecerlo al comer del fruto prohibido, se escondieron;
pero oyeron que Él llamaba: «¿Dónde estás tú?» (Génesis 3:9). No querían
enfrentarse a Dios porque sabían que habían hecho algo malo; algo que Él les
había dicho que no hicieran (v. 11).
Cuando
Dios llamó a Adán y Eva y los encontró en el huerto, sin duda, sus palabras
incluían una disciplina y sus consecuencias (vv. 13-19). No obstante, Él
también les mostró su bondad y dio esperanza a la humanidad al prometerles un
Salvador (v. 15).
Dios
no necesita buscarnos, ya que sabe dónde estamos y qué intentamos hacer. Pero,
como un Padre amoroso, quiere hablarnos al corazón y brindarnos perdón y
restauración. El Señor anhela que oigamos su voz… y que escuchemos.
Señor,
gracias por tu amor y tu cuidado, y por enviar a tu Hijo Jesús a morir en la
cruz por mis pecados y ofrecerme salvación y vida eterna.
Cuando
Dios llama, debemos contestar.
Amor
multiplicado
…
El que ama a Dios, ame también a su hermano (4:21).
Lectura:
1 Juan 4:20–5:5
La
Biblia en un año: Mateo 4
Cuando
a una mujer de la iglesia de Carolina se le diagnosticó esclerosis lateral
amiotrófica, la perspectiva era desalentadora. Esta cruel enfermedad afecta
nervios y músculos y, finalmente, termina en parálisis. El seguro médico no
cubría la asistencia domiciliaria, y el esposo de esta afligida mujer no
soportaba la idea de ponerla en un centro de cuidados especiales.
Como
enfermera, Carolina sabía cómo ayudarla, y empezó a ir a su casa a cuidarla.
Pero, poco después, se dio cuenta de que no podía ocuparse de su propia familia
y, al mismo tiempo, atender las necesidades de su amiga. Entonces, comenzó a
enseñarles a otras personas de la iglesia cómo ayudar. Durante los siete años
de evolución de la enfermedad, Carolina entrenó a 31 voluntarios, quienes
rodearon a aquella familia de amor, oraciones y ayuda práctica.
«Y
nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su
hermano», dijo el discípulo Juan (1 Juan 4:21). Carolina nos da un ejemplo
magnífico de esta clase de amor. Ella tuvo la habilidad, la compasión y la
visión de movilizar a la familia de la iglesia para asistir a una hermana
afligida. Su amor individual por una persona necesitada se convirtió en un amor
multiplicado que muchos pusieron en práctica.
Señor,
muéstrame dónde puedo ayudar hoy.
«Ama
a tu prójimo como te amas a ti mismo». Jesús
Nuestro
Pan Diana
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