Por. Dave Branon
[Jesús]
puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos… (v. 5).
Leer: Juan 13:3-17
La
Biblia en un año: Job 1–2; Hechos 7:22-43
Era
hora de que nuestra iglesia designara a un nuevo grupo de líderes. Para
representar su función como líderes siervos, los ancianos de la iglesia
participaron en una memorable ceremonia de lavado de los pies. Cada uno de los
líderes, incluido el pastor, le lavó los pies a otro mientras la congregación
observaba.
Jesucristo
fue el primero en darnos el ejemplo de esto, como vemos en Juan 13. En esa
ocasión, durante lo que llamamos la última cena, Jesús «se levantó de la cena
[…], puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos»
(Juan 13:4-5). Más tarde, Jesús les explicó a los discípulos por qué lo había
hecho y les dijo: «El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor
que el que le envió» (v. 16). Además, les dijo: «Yo estoy entre vosotros como
el que sirve» (Lucas 22:27).
Si
Jesús no consideró humillante realizar una tarea tan despreciable, nosotros
también debemos servir a los demás. ¡Qué ejemplo maravilloso que nos dejó el
Señor! Sin duda, Él «no vino para ser servido, sino para servir» (Marcos
10:45), y nos mostró lo que significa ser líder y siervo. Ese es Jesús, el que
sirve.
Querido
Señor, ayúdame a servir a otros. Guíame a dejar de lado mis intereses y deseos
para ayudar a los necesitados.
Nada
de lo que hagamos es insignificante si es para Cristo.
Empaparnos
de la Palabra
Por. Xochitl
Dixon
Grábate
en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus
hijos… (vv. 6-7 NVI).
Leer: Deuteronomio 6:1-9
La
Biblia en un año: Job 3–4; Hechos 7:44-60
Cuando
nuestro hijo Xavier era pequeño, visitamos el acuario de la bahía de Monterey.
Al entrar, señalé una escultura colgante. «Miren. Una ballena jorobada».
Xavier
la miró, asombrado. «Enorme», musitó.
Mi
esposo me miró y dijo: «¿Cómo sabe esa palabra?».
«Seguramente,
nos escuchó decirla». Me encogí de hombros, sorprendida de que nuestro
pequeño hubiera absorbido vocabulario que no le habíamos
enseñado intencionalmente.
En
Deuteronomio 6, Dios animó a su pueblo a enseñar a los más jóvenes a conocer y
obedecer la Escritura. A medida que conocieran más a Dios, ellos y sus hijos
respetarían al Señor y disfrutarían de las recompensas de conocerlo
íntimamente, amarlo y obedecerle (vv. 2-5).
Si
saturamos nuestro corazón y nuestra mente de la Escritura (v. 6), estaremos
mejor preparados para compartir el amor y la verdad de Dios con nuestros hijos
durante las actividades cotidianas (v. 7). Al guiar con el ejemplo, podemos
preparar y animar a los jóvenes a reconocer y a respetar la autoridad y la
relevancia de la verdad inmutable de Dios (vv. 8-9).
Si las
palabras de Dios fluyen con naturalidad de nuestro corazón y nuestra boca,
podemos dejar un legado sólido de fe para transmitir de generación en
generación (4:9).
Señor,
ayúdanos a derramar de tu amor y tus palabras en las vidas de otros.
Las
palabras que adoptamos determinan lo que decimos y transmitimos.
Nuestro
Pan Diario
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