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jueves, 29 de junio de 2017

Aquí para servir


Por. Dave Branon
[Jesús] puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos… (v. 5).
Leer: Juan 13:3-17
La Biblia en un año: Job 1–2; Hechos 7:22-43
Era hora de que nuestra iglesia designara a un nuevo grupo de líderes. Para representar su función como líderes siervos, los ancianos de la iglesia participaron en una memorable ceremonia de lavado de los pies. Cada uno de los líderes, incluido el pastor, le lavó los pies a otro mientras la congregación observaba.
Jesucristo fue el primero en darnos el ejemplo de esto, como vemos en Juan 13. En esa ocasión, durante lo que llamamos la última cena, Jesús «se levantó de la cena […], puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos» (Juan 13:4-5). Más tarde, Jesús les explicó a los discípulos por qué lo había hecho y les dijo: «El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió» (v. 16). Además, les dijo: «Yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Lucas 22:27).
Si Jesús no consideró humillante realizar una tarea tan despreciable, nosotros también debemos servir a los demás. ¡Qué ejemplo maravilloso que nos dejó el Señor! Sin duda, Él «no vino para ser servido, sino para servir» (Marcos 10:45), y nos mostró lo que significa ser líder y siervo. Ese es Jesús, el que sirve.
Querido Señor, ayúdame a servir a otros. Guíame a dejar de lado mis intereses y deseos para ayudar a los necesitados.
Nada de lo que hagamos es insignificante si es para Cristo.

Empaparnos de la Palabra
Por. Xochitl Dixon
Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos… (vv. 6-7 NVI).
La Biblia en un año: Job 3–4; Hechos 7:44-60
Cuando nuestro hijo Xavier era pequeño, visitamos el acuario de la bahía de Monterey. Al entrar, señalé una escultura colgante. «Miren. Una ballena jorobada».
Xavier la miró, asombrado. «Enorme», musitó.
Mi esposo me miró y dijo: «¿Cómo sabe esa palabra?».
«Seguramente, nos escuchó decirla». Me encogí de hombros, sorprendida de que nuestro pequeño hubiera absorbido vocabulario que no le habíamos enseñado intencionalmente.
En Deuteronomio 6, Dios animó a su pueblo a enseñar a los más jóvenes a conocer y obedecer la Escritura. A medida que conocieran más a Dios, ellos y sus hijos respetarían al Señor y disfrutarían de las recompensas de conocerlo íntimamente, amarlo y obedecerle (vv. 2-5).
Si saturamos nuestro corazón y nuestra mente de la Escritura (v. 6), estaremos mejor preparados para compartir el amor y la verdad de Dios con nuestros hijos durante las actividades cotidianas (v. 7). Al guiar con el ejemplo, podemos preparar y animar a los jóvenes a reconocer y a respetar la autoridad y la relevancia de la verdad inmutable de Dios (vv. 8-9).
Si las palabras de Dios fluyen con naturalidad de nuestro corazón y nuestra boca, podemos dejar un legado sólido de fe para transmitir de generación en generación (4:9).
Señor, ayúdanos a derramar de tu amor y tus palabras en las vidas de otros.
Las palabras que adoptamos determinan lo que decimos y transmitimos.
Nuestro Pan Diario
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