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lunes, 5 de junio de 2017

Honor en todo momento



Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos… (v. 1).
Leer: Mateo 6:1-6
La Biblia en un año: 2 Crónicas 7–9; Juan 11:1-29
Siempre me llamó la atención el cambio de la guardia en la Tumba al Soldado Desconocido en el Cementerio Nacional de Arlington. La ceremonia con una esmerada coreografía es un tributo a los soldados cuyos nombres y sacrificio «solo Dios conoce». Igualmente conmovedor es ver a los que caminan por allí cuando las multitudes ya no están: van y vienen, día tras día, incluso con mal clima.
En septiembre de 2003, el huracán Isabel avanzaba amenazante sobre Washington y se les dijo a los guardias que podían refugiarse durante la peor parte de la tormenta. Como era de esperar, ¡los guardias se negaron! Con nobleza y altruismo, permanecieron en sus puestos para honrar a sus camaradas caídos.
En la enseñanza de Jesús de Mateo 6:1-6, creo que hay un deseo subyacente de que vivamos con una devoción incesante y abnegada a Él. La Biblia nos llama a hacer buenas obras y a vivir en santidad, pero estos deben ser actos de adoración y obediencia (vv. 4-6), no momentos orquestados para enaltecerse a uno mismo (v. 2). El apóstol Pablo apoya esta fidelidad absoluta al instarnos a transformar nuestro cuerpo en un «sacrificio vivo» (Romanos 12:1).
Que nuestros momentos en privado y en público revelen nuestra devoción y compromiso sincero a ti, Señor.
Señor, quiero perseverar y honrarte donde me toque servir.
Cuanto más servimos a Cristo, menos buscamos nuestros propios intereses.

Esperar y ofrecer misericordia
Mas el publicano […] se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador (v. 13).
La Biblia en un año: 2 Crónicas 10–12; Juan 11:30-57
Cuando me quejé por cómo me afectaban las decisiones pecaminosas de una amiga, la mujer con la que oraba todas las semanas respondió: «Oremos por todas nosotras».
—¿Por todas nosotras? —respondí, confundida.
—Sí —me dijo—. ¿Acaso no dices siempre que Jesús es nuestro estándar de santidad y que no tenemos que compararnos con los demás?
—Esa verdad duele —reflexioné—, pero tienes razón. Mi actitud sentenciosa y mi orgullo espiritual también son pecados.
—Y, al hablar de tu amiga, estamos chismeando. Entonces…
—Estamos pecando —dije bajando la cabeza—. Por favor, ora por nosotras.
En Lucas 18, Jesús relató una parábola sobre dos hombres que oraron de maneras muy distintas (vv. 9-14). Al igual que el fariseo, podemos compararnos con los demás, presumir de nuestra conducta (vv. 11-12) y vivir como si tuviéramos el derecho a juzgar y la responsabilidad de cambiar a otros.
Sin embargo, cuando miramos a Jesús como nuestro ejemplo de santidad y experimentamos su bondad, al igual que el publicano, nuestra necesidad desesperada de la gracia de Dios es aún mayor (v. 13). Cuando hacemos nuestra la compasión amorosa y el perdón del Señor de manera personal, cambiamos para siempre y empezamos a esperar y otorgar misericordia, en lugar de condenar.
Señor, evita que caigamos en la trampa de compararnos con los demás.
Al ver nuestra necesidad de misericordia, podemos ser misericordiosos.
Nuestro Pan Diario
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