Por. Cindy
Hess Kasper
Camina en su integridad el justo; sus hijos son
dichosos después de él (v. 7).
Leer:
Proverbios 20:3-7
La
Biblia en un año: Nehemías 10–11; Hechos 4:1-22
Una vez, mi padre admitió: «Cuando eras pequeña, no
estuve muy presente».
La verdad, no lo recuerdo. Además de trabajar a tiempo
completo, algunas noches se iba a dirigir el ensayo de coro en la iglesia, y a
veces, viajaba una o dos semanas con su cuarteto masculino. Pero, en todos
los momentos significativos (grandes y pequeños) de mi vida, estuvo allí.
Por ejemplo, cuando tenía ocho años, actué en una obra
escolar. Todas las madres asistieron, pero había solo un papá… el mío. De
muchas maneras, siempre nos ha dejado saber a mí y a mis hermanas que somos
importantes para él y que nos ama. Además, verlo cómo cuidaba con ternura a mi
mamá los últimos años de su vida me enseñó exactamente cómo es el amor
abnegado. Papá no es perfecto, pero siempre me permitió vislumbrar a mi Padre
celestial. Idealmente, es lo que un padre cristiano debería hacer.
A veces, los padres terrenales desilusionan o lastiman
a sus hijos. Sin embargo, nuestro Padre celestial es «misericordioso y clemente
[…]; lento para la ira, y grande en misericordia» (Salmo 103:8). Cuando un
padre que ama al Señor corrige, consuela, instruye y provee para las
necesidades de sus hijos, les muestra algo de nuestro Padre celestial perfecto.
Padre celestial, gracias por ser tan fiel. Ayúdame a
dejar un legado de fidelidad y amor.
Vivir para Cristo es el mejor legado que podemos
dejarles a nuestros hijos.
Tiempo juntos
Por. Alyson
Kieda
Se complace el Señor en los que le temen, y en los que
esperan en su misericordia (v. 11).
Leer:
Salmo 147:1-11
La
Biblia en un año: Nehemías 7–9; Hechos 3
Camino a casa, después de la boda de un familiar, mi
mamá me preguntó por tercera vez qué novedades había en mi trabajo. Una vez
más, repetí algunos de los detalles, como si fuera la primera vez que se los
contaba, mientras me preguntaba cómo podía lograr que mis palabras fueran más
recordables. Mi mamá tiene Alzheimer, una enfermedad que va destruyendo la
memoria, puede afectar la conducta y termina en la pérdida del habla… y
más.
Me duele que mi mamá esté enferma, pero doy gracias
porque sigue aquí y podemos pasar tiempo juntas… incluso conversar. Me emociona
que, cada vez que voy a verla, ella resplandece de alegría y exclama: «¡Alyson,
qué sorpresa encantadora!». Disfrutamos de la compañía mutua, y, aun en los
silencios, cuando ella no encuentra las palabras, tenemos comunión.
Quizá sea una pequeña imagen de nuestra relación con
Dios. La Escritura afirma: «Se complace el Señor en los que le temen, y en los
que esperan en su misericordia» (Salmo 147:11). A los que creen en Jesús como
Salvador, Dios los llama sus hijos (Juan 1:12). Y, aunque quizá pidamos lo
mismo una y otra vez o nos falten las palabras, al Señor le agrada que
conversemos con Él en oración… incluso cuando no sabemos qué decir.
Señor, gracias por poder aprender de ti a través de la
Biblia y de hablar contigo en oración.
¡A Dios le encanta escucharnos!
Nuestro Pan Diario
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