Por Kevin
Williams
¿Hasta
cuándo, oh Señor, clamaré…? (v. 2).
Leer: Habacuc 1:2-11
La
Biblia en un año: Isaías 28–29; Filipenses 3
Cuando
me casé, pensé que tendría hijos enseguida. Pero no fue así, y la angustia de
la esterilidad me puso de rodillas. Solía clamar a Dios: «¿Hasta cuándo?».
Sabía que Él podía modificar mi situación, pero ¿por qué no lo hacía?
¿Estás
esperando en Dios? ¿Le preguntas cuánto tiempo falta para que la justicia
prevalezca en este mundo, para que haya una cura para el cáncer, para que
puedas saldar todas tus deudas?
El
profeta Habacuc conocía bien ese sentimiento. En el siglo vii a.C., clamó al
Señor: «¿Hasta cuándo, oh Señor, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa
de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que
vea molestia?» (Habacuc 1:2-3). Oró durante mucho tiempo, luchando para
entender cómo un Dios justo y poderoso podía permitir que la maldad, la
injusticia y la corrupción siguieran en Judá. Según él, el Señor ya tendría que
haber intervenido. ¿Por qué Dios no hacía nada?
Hay
días cuando nosotros sentimos lo mismo. Como Habacuc, le preguntamos
continuamente a Dios: «¿Hasta cuándo?». Pero, como en su caso, Dios escucha
sobre lo que nos agobia. Debemos seguir dejando todo en sus manos porque Él se
ocupa de nosotros. Nos oye y, a su tiempo, nos responderá.
Señor,
gracias porque oyes mi clamor y respondes según tu plan y propósitos perfectos.
No
desesperes ante la maldad; Dios tiene la última palabra.
Suficiente
Por Keila
Ochoa
…
comieron, y les sobró, conforme a la palabra del Señor (v. 14).
Leer: 2 Reyes 4:42-44
La
Biblia en un año: Isaías 30–31; Filipenses 4
Cuando
a mi esposo y a mí nos pidieron recibir y liderar un grupo pequeño de la
iglesia en nuestra casa, lo primero que dije fue que no. Me sentía incapaz. No
teníamos asientos para todos y nuestra casa era pequeña. Tampoco sabía si
estábamos capacitados para dirigir las charlas. Temía que me pidieran que
preparara comida; algo que no me gustaba y para lo que no disponíamos de
fondos. Creía que no teníamos «suficiente» para hacerlo, y me parecía que yo no
era lo «suficiente» como para realizarlo. Pero queríamos servir a Dios y a
nuestra comunidad, así que, a pesar de nuestros temores, accedimos. Durante los
cinco años siguientes, recibimos gozosos al grupo en nuestra sala de estar.
Observo
una actitud similar de reticencia y duda en el hombre que le llevó pan a
Eliseo, el siervo de Dios. Eliseo le había ordenado que lo diera a la gente,
pero él cuestionó si 20 panes podrían alimentar a 100 hombres. Desde su
perspectiva humana, quizá pensó que no era suficiente. Sin embargo, fue más que
suficiente (2 Reyes 4:44) porque Dios tomó esa dádiva, dada en obediencia, e
hizo que bastara.
Cuando
nos sentimos inadecuados o incapaces de ofrecer lo suficiente, recordemos que
Dios nos pide que demos con fidelidad y obediencia lo que tenemos. Él lo hace
«suficiente».
Señor,
toma lo que soy y tengo, y hazlo «suficiente».
Una
ofrenda dada en obediencia fiel es suficiente.
Nuestro
Pan Diario
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