Por Marvin
Williams
… Y
mirándole Jesús, dijo: Tú […] serás llamado Cefas (que quiere decir,
Pedro) (v. 42).
Leer: Juan 1:35-42
La
Biblia en un año: Isaías 41–42; 1 Tesalonicenses 1
En el
artículo titulado El liderazgo y los nombres, Mark Labberton escribió sobre el
poder de un nombre. Dijo: «Todavía siento el impacto que me produjo un amigo
experto en música cuando me llamó “músico”. Nunca nadie me había llamado así.
Yo no tocaba ningún instrumento ni tampoco era solista. Sin embargo, […] al
instante, me sentí conocido y amado […]. Notó, confirmó y valoró algo
profundamente cierto acerca de mí».
Quizá
Simón se sintió así cuando Jesús le cambió el nombre. Cuando Andrés se
convenció de que Jesús era el Mesías, buscó a su hermano Simón y se lo presentó
(Juan 1:41-42). El Señor examinó su corazón, y confirmó y valoró algo sumamente
cierto sobre él: percibió la naturaleza impetuosa y la derrota que lo sumiría
en problemas, pero más allá de eso, vio su potencial para convertirse en líder
de la iglesia. Entonces, lo llamó Cefas (en arameo, Pedro): una piedra (Juan
1:42; Mateo 16:18).
Y así
sucede con nosotros. Dios ve nuestro orgullo, enojo y falta de amor hacia los
demás, pero también sabe quiénes somos en Cristo. Nos llama justificados y
reconciliados (Romanos 5:9-10); perdonados, santos y amados (Colosenses 2:13;
3:12); escogidos y fieles (Apocalipsis 17:14). Recuerda cómo te ve Dios y
permite que eso defina quién eres.
Señor,
ayúdame a ver a los demás con tus ojos.
Nadie
puede robarte tu identidad en Cristo.
Sostenido
por Dios
Por mrb
En
verdad que me he comportado y he acallado mi alma; […] como un niño destetado
de su madre está mi alma (v. 2).
Leer: Salmo 131
La
Biblia en un año: Isaías 43–44; 1 Tesalonicenses 2
Cuando
estábamos terminando de almorzar juntas, mi hermana le dijo a Annica, mi
sobrina de tres años de edad, que era hora de tomar una siesta. Con ojos
alarmados y llenos de lágrimas, la pequeña objetó: «¡Pero tía Mónica todavía no
me sostuvo a upa hoy!». Mi hermana sonrió: «Está bien. Puede hacerlo. ¿Cuánto
tiempo necesitas?». «Cinco minutos», contestó.
Mientras
la abrazaba, di gracias de que, aun sin siquiera intentarlo, ella me recordó lo
que significa amar y ser amado. A veces, pienso que olvidamos que nuestro andar
de fe consiste en aprender a experimentar el amor —el amor de Dios— más
profundamente de lo imaginable (Efesios 3:18). Si lo olvidamos, podemos
parecernos al hermano mayor en la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo,
intentando ganarnos la aprobación del Señor, pero olvidando todo lo que ya nos
ha dado (Lucas 15:25-32).
El
Salmo 131 es una oración bíblica que puede ayudarnos a volvernos «como niños»
(Mateo 18:3) y dejar de luchar mentalmente contra lo que no entendemos (Salmo
131:1). Por eso, al pasar tiempo con el Señor, recuperamos la paz (v. 2) y la
esperanza que necesitamos (v. 3) en su amor… tan arrullados y tranquilos como si
volviéramos a ser niños en brazos de nuestra mamá (v. 2).
Señor,
ayúdanos a refugiarnos más profundamente en tus brazos de amor.
Como
niños, podemos aprender a descansar en el amor de Dios.
Nuestro
Pan Diario
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