Por Dave
Branon
… todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (v. 13).
Leer: Romanos 10:1-13
La
Biblia en un año: Jeremías 22–23; Tito 1
Rut
siempre llora cuando relata su historia. Con más de 80 años y sin poder
hacer mucho, no parece ser una figura central en la vida de nuestra iglesia.
Depende de los demás para trasladarse y, como vive sola, su círculo de
influencia es limitado.
Pero,
cuando nos relata la historia de cómo fue salva —lo cual hace con frecuencia—,
sobresale como un ejemplo notable de la gracia de Dios. Cuando tenía unos
30 años, una amiga la invitó a una reunión. Rut no sabía que iba a
escuchar a un predicador. «De haberlo sabido, no habría ido», dice ella. Ya
tenía una «religión» que no le servía para nada. Pero fue, y esa noche, escuchó
la buena noticia sobre Jesús.
Ahora,
más de 50 años después, derrama lágrimas de gozo cuando habla de cómo el Señor
transformó su vida. Aquella noche, se convirtió en hija de Dios. Su historia
nunca envejece.
No
importa si nuestra historia se parece a la de Rut o no. Lo que sí importa es
que tomemos el simple paso de poner nuestra fe en Jesús y en su muerte y
resurrección. El apóstol Pablo declaró: «si confesares con tu boca que Jesús es
el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo» (Romanos 10:9).
Eso
hizo Rut, y tú puedes hacer lo mismo. Jesús redime, da nueva vida y transforma.
Jesús,
hoy pongo mi fe en ti y en tu obra por mí en la cruz.
Pertenecer
a Cristo no te rehabilita; te re-crea.
¿Quién
es éste?
Por AJ
Entonces
temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el
viento y el mar le obedecen? (v. 41).
Leer: Marcos 4:41
La
Biblia en un año: Jeremías 24–26; Tito 2
«Guarden
todo y saquen una hoja y un lápiz». Cuando estudiaba, esas temidas palabras
anunciaban que había llegado «la hora de la prueba».
En
Marcos 4, leemos que Jesús empezó su día enseñando en la costa (v. 1) y terminó
con un tiempo de prueba en el mar (v. 35). La barca que había servido de
plataforma para enseñar, transportaba a Jesús y a algunos de sus seguidores
hacia la otra ribera. Durante el viaje, y mientras un Jesús exhausto
dormía en la popa, los discípulos se vieron en medio de una gran tempestad (v.
37). Empapados, despertaron a Jesús, diciendo: «Maestro, ¿no tienes cuidado que
perecemos?» (v. 38). Entonces, sucedió algo extraordinario. El mismo que, más
temprano, había exhortado a las multitudes a oír (v. 3), ordenó con poder al
viento: «Calla, enmudece» (v. 39).
El
viento obedeció y el asombro de los aterrados discípulos se evidenció cuando
dijeron: «¿Quién es éste?» (v. 41). Era una buena pregunta, pero les llevaría
un tiempo llegar a la conclusión sincera y correcta de que Jesús era el Hijo de
Dios. Hoy, las preguntas sinceras y la experiencia llevan a las personas a la
misma conclusión. Jesús es más que un maestro a quien escuchar; es el Dios a
quien adorar.
Padre,
gracias por tu Palabra que nos ayuda a ver que Jesús es tu Hijo. Ayúdame a
confiar en que tienes el control.
«Maestro,
te seguiré adondequiera que vayas». Mateo 8:19
Nuestro Pan Diario
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