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martes, 14 de noviembre de 2017

Piensa antes de hablar



Por Poh Fang Chia
Pon guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios (v. 3).
Leer: Salmo 141
La Biblia en un año: Jeremías 43–45; Hebreos 5
Cheung estaba enojado con su esposa por no haber verificado cómo llegar al restaurante donde querían cenar. La familia había planeado culminar sus vacaciones en Japón con una comida deliciosa antes de subir al avión. Ahora, ya era tarde y se perderían la cena. Frustrado, Cheung criticó a su esposa por su falta de planificación.
Más tarde, lamentó sus palabras. Había sido demasiado duro, y se dio cuenta de que no le había dado gracias a su esposa por los otros siete días tan bien organizados.
Muchos podemos identificarnos con Cheung. Nos vemos tentados a explotar cuando nos enojamos. Tenemos que orar como hizo el salmista: «Pon guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios» (Salmo 141:3).
Pero ¿cómo podemos hacerlo? Aquí tienes una ayuda: piensa antes de hablar. ¿Tus palabras son buenas y útiles, cordiales y agradables? (Ver Efesios 4:29-32).
Para poner guarda a nuestra boca, es necesario que la mantengamos cerrada cuando estamos irritados y que busquemos la ayuda del Señor para decir las palabras correctas con el tono adecuado o, quizá, para callar. Controlar nuestras palabras es una labor de toda la vida. Pero, gracias a Dios, Él nos ayuda y produce en nosotros «el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
Señor, ayúdanos a pensar siempre antes de hablar.
«Panal de miel son los dichos suaves…». Proverbios 16:24

Un buen final
Por Amy Boucher Pye
La Biblia en un año: Jeremías 46–47; Hebreos 6
Mientras las luces se atenuaban y nos preparábamos para ver Apollo 13, mi amiga dijo suspirando: «Qué lástima que todos murieron». Miré la película sobre el vuelo espacial de 1970 con aprensión, esperando que llegara la tragedia, y, recién cerca del final, me di cuenta de que me había engañado. No recordaba el final de la historia verdadera: que, aunque los astronautas enfrentaron muchas dificultades, regresaron sanos y salvos.
En Cristo, podemos conocer el final de la historia… que también llegaremos al hogar celestial a salvo. Es decir, viviremos para siempre con nuestro Padre, como vemos en el libro de Apocalipsis. El Señor también creará «un cielo nuevo y una tierra nueva», al hacer nuevas todas las cosas (21:1, 5). En la nueva ciudad, el Señor recibirá a su pueblo para que viva con Él, sin temor y sin noche.
Saber el final de la historia nos llena de esperanza. Puede transformar tiempos de increíble dificultad, como cuando enfrentamos la muerte de un ser querido o incluso la propia. Aunque a nadie le gusta la idea de morir, podemos abrazar el gozo de la promesa de la eternidad. Anhelamos la ciudad donde ya no habrá maldición, y donde viviremos para siempre a la luz de Dios (22:5).
Señor Jesús, dame tu esperanza segura, y que pueda descansar en tus promesas y disfrutar ya la vida eterna.
Dios promete a su pueblo un final feliz de la historia.
Nuestro Pan Diario

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