Por Poh
Fang Chia
Pon
guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios (v. 3).
Leer: Salmo 141
La
Biblia en un año: Jeremías 43–45; Hebreos 5
Cheung
estaba enojado con su esposa por no haber verificado cómo llegar al restaurante
donde querían cenar. La familia había planeado culminar sus vacaciones en Japón
con una comida deliciosa antes de subir al avión. Ahora, ya era tarde y se
perderían la cena. Frustrado, Cheung criticó a su esposa por su falta de
planificación.
Más
tarde, lamentó sus palabras. Había sido demasiado duro, y se dio cuenta de que
no le había dado gracias a su esposa por los otros siete días tan bien
organizados.
Muchos
podemos identificarnos con Cheung. Nos vemos tentados a explotar cuando nos
enojamos. Tenemos que orar como hizo el salmista: «Pon guarda a mi boca, oh
Señor; guarda la puerta de mis labios» (Salmo 141:3).
Pero
¿cómo podemos hacerlo? Aquí tienes una ayuda: piensa antes de hablar. ¿Tus
palabras son buenas y útiles, cordiales y agradables? (Ver Efesios 4:29-32).
Para
poner guarda a nuestra boca, es necesario que la mantengamos cerrada cuando
estamos irritados y que busquemos la ayuda del Señor para decir las palabras
correctas con el tono adecuado o, quizá, para callar. Controlar nuestras
palabras es una labor de toda la vida. Pero, gracias a Dios, Él nos ayuda y
produce en nosotros «el querer como el hacer, por su buena voluntad»
(Filipenses 2:13).
Señor,
ayúdanos a pensar siempre antes de hablar.
«Panal
de miel son los dichos suaves…». Proverbios 16:24
Un
buen final
Por Amy
Boucher Pye
Leer: Apocalipsis 22:1-5
La
Biblia en un año: Jeremías 46–47; Hebreos 6
Mientras
las luces se atenuaban y nos preparábamos para ver Apollo 13, mi amiga dijo
suspirando: «Qué lástima que todos murieron». Miré la película sobre el vuelo
espacial de 1970 con aprensión, esperando que llegara la tragedia, y, recién
cerca del final, me di cuenta de que me había engañado. No recordaba el final
de la historia verdadera: que, aunque los astronautas enfrentaron muchas
dificultades, regresaron sanos y salvos.
En
Cristo, podemos conocer el final de la historia… que también llegaremos al
hogar celestial a salvo. Es decir, viviremos para siempre con nuestro Padre,
como vemos en el libro de Apocalipsis. El Señor también creará «un cielo nuevo
y una tierra nueva», al hacer nuevas todas las cosas (21:1, 5). En la nueva
ciudad, el Señor recibirá a su pueblo para que viva con Él, sin temor y sin
noche.
Saber
el final de la historia nos llena de esperanza. Puede transformar tiempos de
increíble dificultad, como cuando enfrentamos la muerte de un ser querido o
incluso la propia. Aunque a nadie le gusta la idea de morir, podemos abrazar el
gozo de la promesa de la eternidad. Anhelamos la ciudad donde ya no habrá
maldición, y donde viviremos para siempre a la luz de Dios (22:5).
Señor
Jesús, dame tu esperanza segura, y que pueda descansar en tus promesas y
disfrutar ya la vida eterna.
Dios
promete a su pueblo un final feliz de la historia.
Nuestro
Pan Diario
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