Fuerte es como la muerte el amor.
Cantar de los Cantares 8:6
En 1 Corintios 13:4-7 hallamos la enumeración de las diferentes cualidades del verdadero amor, que viene a ser la descripción del Señor Jesús. El amor de Cristo es perfecto. Su deseo es que lo imitemos en nuestra vida de creyente. La serie de siete hojas que siguen nos ayudarán a proseguir en esta perspectiva.
El amor no piensa en sí mismo, sino en los demás. Para nosotros a menudo nuestro «yo» ocupa el primer lugar. Sólo después pensamos en alguna otra persona. ¡Qué distinto es lo que vemos en la cruz! El Señor Jesús vendió todo lo que tenía (Mateo 13:46). Se dio a sí mismo por nosotros, para salvarnos de la eterna perdición. Él es el Hijo de Dios, “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). ¿Se puede hallar ejemplo más perfecto del amor que no busca lo suyo, como el que se observa en la cruz de Jesús? El Señor murió por nosotros a fin de que no fuéramos alcanzados por el juicio de un Dios santo y justo.
¿No tenía el Señor motivo para amargarse, cuando constató: “Me devuelven mal por bien, y odio por amor”? (Salmo 109:5). ¿Cómo nos comportaríamos si un amigo nuestro, con quien compartimos durante tres años una íntima amistad, hubiese jurado que no nos conoce? Además, todos los discípulos abandonaron al Señor, ¡y Judas Iscariote lo traicionó!
¡Cuánto bien había hecho el Salvador a su prójimo! Sin embargo, terminaron gritando: “Crucifícale”. El amor no se dejó amargar, y Jesús oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
(mañana continuará)
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Fuente: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
http://labuenasemilla.net calendarios@labuenasemilla.net
http://ediciones-biblicas.ch
Cantar de los Cantares 8:6
En 1 Corintios 13:4-7 hallamos la enumeración de las diferentes cualidades del verdadero amor, que viene a ser la descripción del Señor Jesús. El amor de Cristo es perfecto. Su deseo es que lo imitemos en nuestra vida de creyente. La serie de siete hojas que siguen nos ayudarán a proseguir en esta perspectiva.
El amor no piensa en sí mismo, sino en los demás. Para nosotros a menudo nuestro «yo» ocupa el primer lugar. Sólo después pensamos en alguna otra persona. ¡Qué distinto es lo que vemos en la cruz! El Señor Jesús vendió todo lo que tenía (Mateo 13:46). Se dio a sí mismo por nosotros, para salvarnos de la eterna perdición. Él es el Hijo de Dios, “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). ¿Se puede hallar ejemplo más perfecto del amor que no busca lo suyo, como el que se observa en la cruz de Jesús? El Señor murió por nosotros a fin de que no fuéramos alcanzados por el juicio de un Dios santo y justo.
¿No tenía el Señor motivo para amargarse, cuando constató: “Me devuelven mal por bien, y odio por amor”? (Salmo 109:5). ¿Cómo nos comportaríamos si un amigo nuestro, con quien compartimos durante tres años una íntima amistad, hubiese jurado que no nos conoce? Además, todos los discípulos abandonaron al Señor, ¡y Judas Iscariote lo traicionó!
¡Cuánto bien había hecho el Salvador a su prójimo! Sin embargo, terminaron gritando: “Crucifícale”. El amor no se dejó amargar, y Jesús oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
(mañana continuará)
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