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domingo, 2 de enero de 2011

El silencio de Dios

Se ha puesto a pensar, después de un tiempo de haber orado y puesto las cosas en las manos de Dios, y nada ha ocurrido. Comenzamos a cuestionarnos y tratamos de buscar algun justificativo: pecado, será que me falta ayuno, oración, hacer guerra espiritual, que sé yo. Pero, sé que Dios en el silencio nos habla, es alli donde se mide nuestro aceite de confianza en él.
No necesitamos que nos profeticen nada, no necesitamos sumergirnos en un rio de ayuno, es seguir confiando en Su Palabra: La Biblia.
En esta misma linea de pensar, quisiera compartir el siguiente mensaje que me lo envió una hna en la Fe Darry Sanchez, ella se pregunta sobre el silencio de Dios y nos da su respuesta:

¿Qué quiere decir el silencio de Dios?

Muchas veces nos preguntamos ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué razón se queda callado Dios?

A muchos nos gustaría que Él nos respondiera según nuestra voluntad y deseos... pero, la forma de actuar de Dios es diferente. El conoce el pasado, el presente, y el futuro (Heb 13:8)
Dios nos responde aún con el silencio... Debemos estar dispuestos a escucharle y esperar en Él.

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos, dice el Señor. Cuanto son los cielos mas altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros.” (Is 55:8-9)

“Pues Yo conozco mis designios para con vosotros, dice el Señor, designios de paz y no desgracia, de daros un porvenir y una esperanza” (Jer 29:11)

Un hombre debe comprender lo que significa el divino silencio y rendirse a los caminos del Señor y orar como el Salmista,

“Te amo Señor, mi fortaleza. El Señor es mi roca, mi fortaleza, mi libertador, mi Dios, mi roca, a quien me acojo; mi escudo, mi fuerza de salvación, mi asilo” (Sal. 18:1-2)
«Cuenta una antigua leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien cuidaba una Ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor a Cristo crucificado, impulsado por un sentimiento generoso. Se arrodillo ante la cruz y dijo:

- Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz
Y se quedo Fijo con la mirada puesta en la Efigie, como esperando la respuesta.
El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:

- Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición.
-¿Cual, Señor? - pregunto con acento suplicante Haakon. - ¿Es una condición difícil? Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, - respondió el viejo ermitaño.
- Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre.
Haakon contesto:

-¡Os, lo prometo, Señor! - Y se efectuó el cambio.

Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz y a su vez el Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y este por largo tiempo cumplió el compromiso al pie de la letra, a nadie dijo nada.

Pero un día, llego un comerciante rico a la ermita; después de haber orado, dejo allí olvidada su bolsa de dinero. Haakon lo vio y callo. Tampoco dijo nada cuando un campesino pobre, que vino dos horas después, encontró la bolsa de oro del comerciante y, al verla sin dueño, se apropio de ella. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postro ante el poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.
Pero en ese momento volvió a entrar el comerciante en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:

- ¡Dame la bolsa que me has robado!
El joven sorprendido, replicó:
¡No he robado ninguna bolsa!.
No mientas, ¡devuélvemela enseguida!.
¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa!
Fue la rotunda afirmación del muchacho. El rico arremetió, furioso contra el. Sonó entonces una voz fuerte: Detente!


El rico miro hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, y gritó, defendió al joven, e increpó al rico por la falsa acusación. Este quedo anonadado, y salio de la Ermita. El joven salio también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedo a solas, Cristo Se dirigió a su siervo y le dijo:

- Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.
- Señor, - dijo Haakon - ¿Como iba a permitir esa injusticia?

Se cambiaron los oficios. Jesús ocupo la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedo ante la Cruz. El Señor, siguió hablando:

- Tú no sabías que al comerciante le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El campesino, por el contrario, tenia necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para el resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo si. Por eso escucho las plegarias y calló. Y el Señor nuevamente guardó silencio.» (1)
Abel B. Veiga Copo, autor de la nota “El silencio de Dios”, del Jueves 30 de agosto de 2007, escrita en el portal de la fe católica “Radio Evangelización”, escribe que «Muchas veces nos preguntamos: ¿por que razón Dios no nos contesta? ¿Por que razón se queda callado Dios ante nuestras oraciones? Muchos de nosotros quisiéramos que El nos respondiera lo que deseamos oír pero Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio. Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, El sabe lo que esta haciendo. En su silencio nos dice con amor: ¡Confiad en mi, que se bien lo que debo hacer!

Por Darry Sánchez

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