Porque del corazón salen los malos pensamientos, […]
que contaminan al hombre… (vv. 19-20).
Lectura: Mateo 15:7-21
La biblia en un año: Salmos 49–50; Romanos 1
Mientras levantaba botellas vacías de la playa y las
ponía en el cesto de basura que estaba cerca, le refunfuñé a mi esposo: «¿Qué
les cuesta traer la basura hasta aquí? ¿Dejar la playa hecha un desorden los
hace sentir mejor? Espero que sean turistas. No quiero imaginar que las
personas de aquí descuiden tanto nuestra playa».
Al día siguiente, encontré una oración que había
escrito hacía años sobre juzgar a los demás. Mis propias palabras me recordaron
el error de enorgullecerme por haber limpiado el desorden provocado por otras
personas. En realidad, ignoro muchas cosas sobre mí misma; en especial, en lo
espiritual.
Me apresuro a afirmar que el desorden en mi vida se
debe a que los demás hacen las cosas mal, y que la «basura» que genera mal olor
a mi alrededor le pertenece a otras personas y no a mí. Pero nada de esto es
cierto. Nada externo puede contaminarme, sino solo lo que tengo adentro (Mateo
15:19-20). La verdadera basura es la actitud que me lleva a despreciar el
olorcillo del pecado de los demás, mientras ignoro la hediondez del mío.
Señor, perdóname por negarme a desechar mi propia
«basura». Abre mis ojos para que vea el daño que mi orgullo le produce a tu
creación natural y espiritual, y que no participe en ello.
La mayoría es hipermétrope con el pecado: ve el de los
demás, pero no el propio.
Nuestro Pan Diario
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