…
María tomó una libra de perfume […], y ungió los pies de Jesús, y los enjugó
con sus cabellos… (v. 3).
Lectura:
Juan 12:1-8
La
Biblia en un año: 1 Samuel 19–21; Lucas 11:29-54
Poco
antes de que crucificaran a Jesús, una mujer llamada María derramó una botella
de un caro perfume sobre los pies del Señor. Después, en un acto aun más osado,
le secó los pies con su cabello (Juan 12:3). María no solo sacrificó lo que
posiblemente eran los ahorros de toda su vida, sino también su reputación. En
esa cultura, las mujeres respetables nunca se soltaban el cabello
en público. Pero, al verdadero adorador, no le preocupa lo que
piensen los demás (2 Samuel 6:21-22). Para adorar a Jesús, María estuvo
dispuesta a que pensaran que ella era indecente; quizá incluso inmoral.
Tal
vez sintamos la presión de ser perfectos cuando vamos a la iglesia, para
que los demás piensen bien de nosotros. Metafóricamente hablando, nos
esforzamos por mantener cada cabello en su lugar. Sin embargo, en una iglesia
saludable, podemos «soltarnos el cabello» y no esconder nuestras
imperfecciones. Deberíamos poder revelar nuestra debilidad y
encontrar fuerzas.
Adorar
no implica comportarse como si nada estuviera mal; es asegurarnos de que todo
esté bien… con Dios y con los demás. Cuando nuestro mayor temor es soltarnos el
cabello, quizá nuestro mayor pecado sea mantenerlo recogido.
Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos […], y guíame
en el camino eterno. Salmo 139:23-24
Nuestra
adoración es correcta cuando estamos a cuentas con Dios.
¿Por
qué perdonar?
Y
Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… (v. 34).
Lectura:
Lucas 23:32-34
La
Biblia en un año: 1 Samuel 17–18; Lucas 11:1-28
Cuando
una amiga me traicionó, sabía que tendría que perdonarla, pero no estaba segura
de poder hacerlo. Sus palabras me hirieron profundamente, y me sentí aguijonada
por el dolor y el enojo. Aunque hablamos y le dije que la perdonaba,
durante mucho tiempo, cada vez que la veía, sentía puntadas de dolor, y me di
cuenta de que todavía albergaba algo de resentimiento. Sin embargo, un día,
Dios respondió mis oraciones y me dio la capacidad de dejar atrás todo por
completo. Por fin, era libre.
El
perdón es fundamental para la fe cristiana, ya que nuestro Salvador nos
perdonó, incluso mientras moría en la cruz. Jesús perdonó a los que lo clavaron
allí, y oró al Padre para que los perdonara. No guardó amargura ni enojo, sino
que mostró gracia y amor a aquellos que lo habían tratado injustamente.
Es
un buen momento para considerar delante del Señor a cualquiera que tengamos que
perdonar, para seguir el ejemplo de Jesús y extenderles su amor a los que nos
lastiman. Cuando le pedimos a Dios a través de su Espíritu que nos ayude a
perdonar, Él lo hace… aunque nos lleve tiempo perdonar. Cuando lo hacemos,
somos libres de la prisión de no saber perdonar.
Señor
Jesús, a través de tu gracia y tu poder al habitar en mí, ayúdame a perdonar,
para que tu amor me libere.
Aun
en la cruz, Jesús perdonó a los que lo hirieron.
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