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sábado, 1 de abril de 2017

Prueba de fuego



Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida… (v. 12).
Lectura: Santiago 1:1-12
La Biblia en un año: Lucas 5:1-16
El invierno pasado, mientras visitaba un museo de historia natural, aprendí algunas cosas notables sobre los álamos. Un bosque entero de estos delgados árboles puede desarrollarse a partir de una sola semilla y compartir el mismo sistema de raíces. Este sistema puede existir miles de años sin producir árboles, dormido bajo tierra, hasta que un incendio, una inundación o una avalancha permite que las raíces perciban el sol y se abran paso entre las sombras del bosque. La savia que sube se convierte en árbol.
Lo que hace posible que crezcan los álamos es la devastación producida por un desastre natural. Santiago también escribe que las dificultades nos hacen crecer en la fe: «tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» (Santiago 1:2-4).
Es difícil tener gozo durante las pruebas, pero podemos hallar esperanza al saber que Dios utilizará las circunstancias problemáticas para ayudarnos a crecer espiritualmente. Como los álamos, cuando las dificultades despejan nuestro corazón para que la luz de Dios nos alcance, la fe puede crecer.
— ap
Señor, gracias por acompañarme en las dificultades. Ayúdame a crecer con ellas.
Las pruebas pueden acercarnos más a Dios.

Dar fruto bueno
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo… (v. 3).
Lectura: Salmo 1:1-3
La Biblia en un año: Jueces 4–6 Lucas 4:31-44
La vista desde la ventanilla del avión era asombrosa: una angosta franja de campos sembrados y huertas se extendía entre dos montañas estériles. A lo largo del valle, corría un río con agua vivificadora, sin la cual, no habría fruto.
Así como una cosecha abundante depende de una fuente de agua limpia, la calidad del «fruto» en mi vida —mis palabras, acciones y actitudes— depende de mi nutrición espiritual. El salmista lo describe en el Salmo 1: «el varón […] que en la ley del Señor está su delicia, […] será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo» (vv. 1-3). Y, en Gálatas 5, Pablo escribe que, a los que andan en el Espíritu, los caracteriza el «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (vv. 22-23).
A veces, las circunstancias me amargan, o mis acciones y palabras se vuelven desagradables. No hay buen fruto. Entonces, me doy cuenta de que no he pasado tiempo escuchando las palabras de mi Dios. Pero, cuando el ritmo de mi vida diaria se arraiga en Él, doy fruto bueno. Al interactuar con los demás, soy paciente y amable, y me resulta más fácil dar gracias que quejarme.
Jesucristo es nuestra fuente del poder, la sabiduría, el gozo, el discernimiento y la paz (Salmo 119:28, 98, 111, 144, 165) que debemos producir.
Señor, riega mi vida con tu Palabra.
El Espíritu de Dios vive en sus hijos para obrar a través de ellos.

Administrador de imagen
Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé… (v. 4).
Lectura: Isaías 43:1-9
La Biblia en un año: Jueces 1–3 Lucas 4:1-30
Para celebrar los 80 años de Winston Churchill, el parlamento británico le encomendó al artista Graham Sutherland que pintara un retrato del célebre estadista. A Churchill no le gustó el resultado, ya que, en vez de mostrarlo como a él le gustaba, aparecía desplomado en una silla y con su característico ceño fruncido; fiel a la realidad, pero nada atractivo. Después de su muestra oficial, Churchill lo escondió en su sótano.
Como él, la mayoría tenemos una imagen de nosotros mismos que queremos que los demás también la tengan; ya sea de éxito, altruismo, belleza o fuerza. Hacemos todo lo posible para esconder nuestros lados «feos». Quizá, en lo profundo, temamos que no nos amen si nos conocen realmente.
La deportación de los israelitas a Babilonia reveló lo peor del pueblo de Dios. Por su pecado, el Señor permitió que los enemigos los conquistaran. Pero les dijo que no temieran; que los conocía por nombre y que estaba con ellos en todas las humillantes pruebas (Isaías 43:1-2). Estaban seguros en sus manos (v. 13) y eran «de gran estima» para Él (v. 4). A pesar de su fealdad, Dios los amaba.
No nos importa tanto que los demás nos aprueben cuando asimilamos esta verdad. Dios sabe cómo somos y, aun así, sigue amándonos sin medida (Efesios 3:18).27
Señor, gracias por amarme como soy.
El profundo amor de Dios significa que podemos ser auténticos con los demás
Nuestro Pan Diario
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