Nada hagáis por contienda o por vanagloria;
antes bien con humildad… (2:3).
Lectura: Filipenses 1:27–2:4
La Biblia en un año: Hebreos 2
«¿Tiene alguna prenda que le gustaría que le
lave?», le pregunté a alguien que nos visitaba en Londres. Se le iluminó el
rostro y, cuando se acercó su hija, le dijo: «Trae la ropa sucia. ¡Amy la va a
lavar!». Me sonreí al ver que mi ofrecimiento había pasado de unas pocas
prendas a varios montones.
Más tarde, mientras colgaba la ropa al aire libre,
me vino a la mente una frase de mi lectura bíblica matinal: «con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a [uno] mismo» (Filipenses 2:3).
Había estado leyendo la carta de Pablo a los filipenses, donde los exhorta a
vivir a la altura del llamado de Cristo, sirviendo y estando unidos los unos
con los otros. Enfrentaban persecución, pero el apóstol quería que tuvieran un
mismo sentir. Sabía que esa unidad, fruto de su unión con Cristo y expresada en
el servicio mutuo, les permitiría mantenerse fuertes en la fe.
Podemos afirmar que amamos a los demás sin
ambiciones egoístas ni vana arrogancia, pero la verdadera condición de nuestro
corazón solo se revela cuando ponemos en práctica ese amor. Aunque estuve
tentada a quejarme, sabía que, como seguidora de Cristo, mi llamado era a poner
en práctica mi amor a mis amigos… con un corazón limpio.
Señor, muéstrame formas de servir a familiares,
amigos y vecinos para tu gloria.
La gracia de la unidad resulta del servicio
mutuo.
Conquistador poderoso
… Mi reino no es de este mundo… (v. 36).
Lectura: Juan 18:10-14, 36-37
La Biblia en un año: Hebreos 1
Casi todos esperamos buenos gobiernos. Votamos,
trabajamos y hablamos por causas que consideramos justas. Sin embargo, las
soluciones políticas no tienen poder para cambiar nuestro corazón.
Muchos de los seguidores de Jesús esperaban la
llegada de un Mesías que enfrentaría con un enérgico poder político a Roma y su
agobiante opresión. Pedro no era la excepción. Cuando los soldados romanos
fueron a arrestar a Jesús, sacó su espada y le cortó la oreja al siervo del
sumo sacerdote.
Jesús lo detuvo, diciéndole: «Mete tu espada en la
vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?» (Juan 18:11).
Horas después, le diría a Pilato: «Mi reino no es de este mundo; si mi reino
fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a
los judíos» (v. 36).
Cuando reflexionamos en el alcance de su misión,
nos asombra el equilibrio de Jesús en aquel momento, ya que, un día, Él liderará
a los ejércitos del cielo a la batalla. Juan escribió: «con justicia juzga y
pelea» (Apocalipsis 19:11).
No obstante, al enfrentar la experiencia terrible
de su arresto, juicio y crucifixión, Jesús aceptó la voluntad de su Padre y
puso en marcha una serie de eventos que transforman el corazón. Así, nuestro
Conquistador poderoso venció la muerte.
Señor, dame sabiduría para controlar mis
reacciones.
El verdadero autocontrol no es debilidad, ya que
surge de una auténtica fortaleza.
Nuestro Pan Diario
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