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miércoles, 16 de noviembre de 2016

Presta mucha atención



… los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley (Nehemías 8:3).
La Biblia en un año: Hebreos 10:1-18
Sentado en el auditorio, miraba fijamente al pastor. Mi postura sugería que estaba absorbiendo todo lo que decía. De pronto, escuché que todos se reían y aplaudían, y quedé sorprendido. Aparentemente, el pastor había dicho algo cómico, pero yo no tenía idea de qué era. Aunque parecía que estaba escuchando atentamente, mi mente estaba en otra parte.
Es posible oír lo que se dice, pero sin escuchar, mirar sin ver, estar presente aunque ausente. Así, podemos perdernos mensajes destinados a nosotros.
Cuando Esdras leyó las instrucciones de Dios al pueblo de Judá, «los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley» (Nehemías 8:3). Esa atención hizo que entendieran (v. 8), lo que los llevó al arrepentimiento y el avivamiento. Siglos después, en Samaria, tras la persecución de los creyentes en Jerusalén (Hechos 8:1), Felipe llegó a esa región, donde la gente no solo observó sus milagros, sino que «escuchaba atentamente las cosas que decía» (v. 6), «así que había gran gozo en aquella ciudad» (v. 8).
La mente puede divagar y perderse gran parte de la emoción que la rodea. Nada merece más atención que aquello que nos ayuda a descubrir el gozo y la maravilla de nuestro Padre celestial.
Señor, quiero prestar atención a todos lo que me instruyen en tus caminos.
«Recibir la Palabra implica dos aspectos: atención de la mente e intención de la voluntad». William Ames

Un lugar seguro
… ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (6:11).
La Biblia en un año: Hebreos 3
Un joven japonés tenía miedo de salir de su casa. Para evitar a la gente, dormía de día y pasaba toda la noche mirando televisión. Era un hikikomori; o sea, un ermitaño moderno. El problema empezó cuando dejó de ir a la escuela por sus malas calificaciones. Cuanto más alejado estaba de la sociedad, más inadaptado social se sentía. Al final, dejó de comunicarse por completo con sus amigos y parientes. No obstante, para recuperarse, lo ayudó visitar un club juvenil llamado ibasho, un lugar seguro donde personas quebrantadas comenzaban a reinsertarse en la sociedad.
¿No podríamos pensar en la iglesia como un ibasho… y como mucho más? Sin duda, somos una comunidad de personas quebrantadas. Cuando Pablo les escribió a los corintios, describió su antiguo estilo de vida como antisocial, perjudicial y peligroso para ellos mismos y los demás (1 Corintios 6:9-10). Sin embargo, en Jesús, fueron transformados y sanados. Entonces, instó a estas personas rescatadas a amarse mutuamente, ser pacientes y amables, y a no tener celos, soberbia ni rudeza (13:4-7).
La iglesia debe ser un ibasho donde todos, independientemente de las luchas o las angustias que enfrentemos, conozcamos y experimentemos el amor de Dios.
Señor, ayúdame a honrar tu santo nombre y a amar a los demás como tú me amas.
Solo Dios puede transformar un alma manchada por el pecado en una obra maestra de su gracia.
Nuestro Pan Diario

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