Lectura: Proverbios 4:10-19
… el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma… —Santiago 5:20
Los hermanos Dalton fueron unos forajidos que vivieron a finales del siglo xix en los Estados Unidos. Comenzaron siendo agentes, del lado correcto de la ley. Pero, más tarde, empezaron a hundirse gradualmente en actividades criminales y se hicieron famosos por los robos a trenes y bancos. Su día de ajustar cuentas llegó cuando trataron de asaltar dos bancos al mismo tiempo. Al enterarse del robo, la gente del pueblo tomó sus armas y comenzó a dispararle a la banda de los Dalton. Cuando el humo se disipó, el único sobreviviente fue Emmett Dalton.
Después de pasar 15 años en un centro penitenciario, fue perdonado y dejado en libertad. Mientras estaba preso, llegó a tomar conciencia del error de su proceder. Por eso, cuando fue liberado, quiso disuadir a los jóvenes de caer en una vida delictiva. Basado en su experiencia, Emmett escribió y protagonizó una película donde mostraba la insensatez de ser un delincuente. De muchas maneras, su filme estaba diciéndoles a los demás: «No entres por la vereda de los impíos, ni vayas por el camino de los malos» (Proverbios 4:14).
Asimismo, cuando nosotros pecamos, pero nos arrepentimos sinceramente y experimentamos el perdón de Dios, podemos contarles a otros nuestra historia e instarlos a que no cometan los mismos errores que nosotros. Santiago escribió: «… el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma…» (5:20).
—HDF
Cuando aprendemos de nuestros errores, es más probable que no los repitamos.
El perro Dingo
Lectura: Filipenses 2:1-4
No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. —Filipenses 2:4
Donde yo vivo, Harry Tupper es una leyenda de la pesca. En el Lago Henry, en la zona este del estado de Idaho, en los Estados Unidos, hay un lugar que lleva su nombre: «El agujero de Tupper».
Lo que más recuerdo de Harry, aparte de su extraña habilidad para pescar esas inmensas truchas del lago, es su perro: Dingo. ¡Ese sí que era un perro! Dingo solía sentarse al lado de su amo en el bote y observaba fijamente mientras él pescaba. Cuando el viejo pescador enganchaba una trucha, Dingo ladraba furiosamente hasta que el pez se atrapaba con una red y, después, era liberado.
El entusiasmo de Dingo me enseñó algo: Es mejor entusiasmarse con lo que hacen los demás que con lo que uno hace.
Así que, cuando leo Filipenses 2:4 y pienso en Dingo, me pregunto: ¿Dedico tiempo a pensar en «lo de los otros»? ¿Me entusiasmo con lo que Dios está haciendo en y a través de un amigo como lo hago con lo que hace en y a través de mí? ¿Anhelo ver a otros crecer en la gracia y triunfar, aunque quizá hayan prosperado como resultado de mis esfuerzos?
Esta es la medida de la grandeza, porque somos más semejantes a Dios cuando nuestros pensamientos sobre nosotros mismos se pierden en medio de las reflexiones sobre los demás. Pablo lo expresó mejor, al decir: «… estimando cada uno a los demás como superiores a [uno] mismo» (2:3). ¿Vivimos de este modo?
—DHR
Una vida que satisface es aquella que está llena de amor al Señor y a los demás.
NUESTRO PAN DIARIO
… el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma… —Santiago 5:20
Los hermanos Dalton fueron unos forajidos que vivieron a finales del siglo xix en los Estados Unidos. Comenzaron siendo agentes, del lado correcto de la ley. Pero, más tarde, empezaron a hundirse gradualmente en actividades criminales y se hicieron famosos por los robos a trenes y bancos. Su día de ajustar cuentas llegó cuando trataron de asaltar dos bancos al mismo tiempo. Al enterarse del robo, la gente del pueblo tomó sus armas y comenzó a dispararle a la banda de los Dalton. Cuando el humo se disipó, el único sobreviviente fue Emmett Dalton.
Después de pasar 15 años en un centro penitenciario, fue perdonado y dejado en libertad. Mientras estaba preso, llegó a tomar conciencia del error de su proceder. Por eso, cuando fue liberado, quiso disuadir a los jóvenes de caer en una vida delictiva. Basado en su experiencia, Emmett escribió y protagonizó una película donde mostraba la insensatez de ser un delincuente. De muchas maneras, su filme estaba diciéndoles a los demás: «No entres por la vereda de los impíos, ni vayas por el camino de los malos» (Proverbios 4:14).
Asimismo, cuando nosotros pecamos, pero nos arrepentimos sinceramente y experimentamos el perdón de Dios, podemos contarles a otros nuestra historia e instarlos a que no cometan los mismos errores que nosotros. Santiago escribió: «… el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma…» (5:20).
—HDF
Cuando aprendemos de nuestros errores, es más probable que no los repitamos.
El perro Dingo
Lectura: Filipenses 2:1-4
No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. —Filipenses 2:4
Donde yo vivo, Harry Tupper es una leyenda de la pesca. En el Lago Henry, en la zona este del estado de Idaho, en los Estados Unidos, hay un lugar que lleva su nombre: «El agujero de Tupper».
Lo que más recuerdo de Harry, aparte de su extraña habilidad para pescar esas inmensas truchas del lago, es su perro: Dingo. ¡Ese sí que era un perro! Dingo solía sentarse al lado de su amo en el bote y observaba fijamente mientras él pescaba. Cuando el viejo pescador enganchaba una trucha, Dingo ladraba furiosamente hasta que el pez se atrapaba con una red y, después, era liberado.
El entusiasmo de Dingo me enseñó algo: Es mejor entusiasmarse con lo que hacen los demás que con lo que uno hace.
Así que, cuando leo Filipenses 2:4 y pienso en Dingo, me pregunto: ¿Dedico tiempo a pensar en «lo de los otros»? ¿Me entusiasmo con lo que Dios está haciendo en y a través de un amigo como lo hago con lo que hace en y a través de mí? ¿Anhelo ver a otros crecer en la gracia y triunfar, aunque quizá hayan prosperado como resultado de mis esfuerzos?
Esta es la medida de la grandeza, porque somos más semejantes a Dios cuando nuestros pensamientos sobre nosotros mismos se pierden en medio de las reflexiones sobre los demás. Pablo lo expresó mejor, al decir: «… estimando cada uno a los demás como superiores a [uno] mismo» (2:3). ¿Vivimos de este modo?
—DHR
Una vida que satisface es aquella que está llena de amor al Señor y a los demás.
NUESTRO PAN DIARIO
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