En mi corazón he guardado tus dichos, para no
pecar contra ti (Salmo 119:11).
Lectura: Salmo 119:17-19, 130-134
La Biblia en un año: 1 Corintios 7:20-40
Un aspecto difícil de envejecer es el temor a
padecer demencia senil y a perder la memoria de corto plazo. Sin embargo, el
Dr. Benjamin Mast, experto en la enfermedad de Alzheimer, brinda cierto ánimo.
Dice que el cerebro de los pacientes suele estar tan «bien trabajado» y
«habituado» que estas personas pueden escuchar canciones antiguas y cantar toda
la letra. También sugiere que las disciplinas espirituales, tales como la
lectura bíblica, la oración y el cantar himnos hacen que la verdad «se
entreteja» en nuestro cerebro y que esté lista para resurgir cuando se la
estimula.
En el Salmo 119:11, leemos que esconder las
palabras de Dios en nuestro corazón nos da poder para que no pequemos. Puede
fortalecernos, enseñarnos a obedecer y dirigir nuestros pasos (vv. 28, 67,
133). Esto, a su vez, nos da esperanza y entendimiento (vv. 49, 130). Aun
cuando empecemos a notar pérdidas de memoria en nosotros mismos o en algún ser
querido, la Palabra de Dios, aprendida tiempo atrás, sigue estando allí,
guardada o atesorada en el corazón (v. 11). Aunque nuestra mente deje de ser
joven, sabemos que las palabras de Dios, escondidas en nuestro corazón, seguirán
hablándonos.
Nada, ni siquiera la pérdida de la memoria, puede
separarnos del amor y el cuidado de Dios.
Señor, gracias porque dependemos de tu fidelidad a
tu Palabra.
Las promesas de Dios nunca fallan.
Con un poco de ayuda
… animaos unos a otros, y edificaos unos a
otros… (1 Tesalonicenses 5:11).
Lectura: Rom. 16:1-3, 13, 21-23
La Biblia en un año: Romanos 16
El verano de 2015, Hunter (de 15 años) llevó en
brazos a su hermano Braden (de 8) unos 90 kilómetros para que la gente tomara
conciencia de las necesidades de quienes padecen parálisis cerebral. Braden
pesa 27 kilos, así que Hunter tuvo que detenerse varias veces para descansar,
mientras otros lo ayudaban a estirar los músculos. Aunque usaba arneses
especiales para ayudarlo a soportar el dolor físico, Hunter dice que lo más
alentador era la gente en el camino: «Me dolían las piernas, pero mis amigos me
levantaban y podía seguir». La madre de estos muchachos llamó la ardua caminata
«El paso decidido de la parálisis cerebral».
El apóstol Pablo, que se consideraba fuerte y
valeroso, también necesitó que lo «levantaran». En Romanos 16, enumera a varias
personas que hicieron exactamente esto. Sirvieron a su lado, lo alentaron,
suplieron sus necesidades y oraron por él. Menciona a Febe; Priscila y Aquila,
sus compañeros de trabajo; la madre de Rufo, que había sido como una madre para
él; Gayo, quien le mostró hospitalidad; y muchos más.
Todos necesitamos amigos que nos levanten, y
conocemos a otros que necesitan que los animemos. Así como Jesús nos ayuda
y nos sostiene, ayudémonos unos a otros.
Señor, que pueda ayudar a otros en la iglesia a la
que asisto y que tú estableciste.
Los entusiastas levantan a otros cuando los
problemas los aplastan.
Nuestro Pan Diario
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