…
así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la
justicia para vida eterna mediante Jesucristo… (v. 21).
Lectura:
Romanos 5:12-21
La
Biblia en un año: Mateo 27:27-50
L a
madre vio que Elías, de cuatro años, se alejaba corriendo de los gatitos recién
nacidos. Ella le había dicho que no los tocara. Entonces, le preguntó: «Elías,
¿tocaste los gatitos?».
«No»,
dijo él con decisión. A lo que la mamá agregó: «¿Eran suaves?».
«Sí
—contestó entusiasmado—, y el negro dijo “miau”».
En un
niño, esto nos hace sonreír, pero la desobediencia de Elías revela nuestra
condición humana. Nadie tiene que enseñarle a un niño de cuatro años a mentir.
Como confesó David: «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me
concibió mi madre» (Salmo 51:5). El apóstol Pablo dijo: «como el pecado entró
en el mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte, así la muerte pasó
a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12). Esta deprimente
noticia se aplica a todos por igual: reyes, niños de cuatro años, tú y yo.
Pero
¡hay esperanza! Pablo agregó: «Pero la ley se introdujo para que el pecado
abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Romanos 5:20)
Dios
no está esperando que hagamos algo malo para abalanzarse sobre nosotros. Su
tarea es otorgar gracia, perdón y restauración. Lo único que tenemos que hacer
es reconocer que nuestro pecado es desagradable e inexcusable, y acudir a Él
arrepentidos y con fe.
Dios,
soy pecador, ten misericordia de mí.
«…
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…». Romanos 8:1
Nuestro
Pan Diario
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PENSAR EN ESTO
¿Quieres ver cómo está obrando Dios?
El
2017 en perspectiva:
NUEVOS RECURSOS
Un
tiempo de esperanza: Ánimo para los que están tras las rejas
El
autor Lennie Spitale se apoya en su propia experiencia en la cárcel y comparte
cómo todos tenemos un dolor en el corazón que solo Jesús puede calmar. Estos
alentadores devocionales y pasajes de la Escritura se concentran en enfrentar
el pasado, vivir cada día en la gracia de Dios y encontrar esperanza para el
futuro. Este librito apunta a una relación personal con Jesús y su poder
transformador. (Disponible en formato digital)
¿CUANDO
PERDONADOS SOMOS?
Por.Dr. Les Thompson
En
Mateo 13:44 y 45-46 encontramos dos breves pero importantes parábolas de Jesús:
(1) El hombre que vendió todo para llegar a poseer el gran tesoro (ejemplo de
lo que significa el Reino de los cielos), y (2) el hombre que gastó todo lo que
tenía para comprar la perla de gran precio (nuevamente, el valor de poseer el
tesoro que es el Reino de los cielos). Las dos parábolas nos dejan preguntando:
¿Qué es lo que tiene el Reino de los cielos que es de tanto valor? Si poseer lo
que tiene el Reino de los cielos es de tanta importancia, ¿qué valor le doy
como cristiano normal?
Uno
se beneficia en proporción directa a lo que invierte. Ya que nos declaramos
cristianos y reclamamos ser “creyentes que regularmente vamos a la iglesia”,
¿es eso todo lo requerido para beneficiarnos del Reino de los Cielos? Por
cierto, sabemos que nuestra relación con Dios es algo relacionado con el
corazón y que debemos manifestar fidelidad a Dios en cuanto a las cosas
espirituales. A la vez, reconocemos el ineludible dualismo que lucha en nuestro
ser: deseos espirituales altísimos junto con deseos totalmente nefastos y
contrarios a Dios. ¿No es cierto que gran parte de nuestra lucha espiritual se
deba tanto a pequeños como a graves pecados que cometemos continuamente contra
Dios (Ro 7)? ¿Cómo podemos reclamar cercanía a Dios y amor por su reino cuando
ruge tal tipo de conflicto interno en nuestras vidas?
He
aquí el meollo de lo que significa el Evangelio: que Jesucristo en la cruz hizo
efectivo el perdón de Dios para esos mismos pecados con los cuales hoy
luchamos. Merece explicación.
No
hay ser humano que no haya pecado gravemente ante Dios. No hay quién pueda
levantar la cabeza y decir: Yo he sido un cristiano fiel, ideal y sin pecado.
Dice el mismo Jesucristo, quien murió por nuestros pecados, que nuestras
justicias —lo bueno que hacemos— son “como trapos de inmundicia” (Isa 54:6). No
hay nada bueno en ninguno de nosotros (Ro 3:10-18). Lo bueno que tenemos viene
de Él y no de nosotros. Todos hemos pecado; todos hemos ofendido a Dios (Ro
3:23). Todos merecemos el más severo castigo. Todos merecemos el infierno (Ro
6:23).
A su
vez, por lo que hemos hecho —y seguimos haciendo— nos sentimos mal en nuestro
interior, indignos, sin derechos, y malos cristianos (aunque pretendamos ante
los demás ser santos y puros). La realidad es que cuando vino la tentación; no
la resistimos, más bien caímos. Como resultado, ir y servir en la iglesia nos
molesta, porque nos damos cuenta de lo indigno que somos a cuenta del pecado
que hemos cometido, o que estamos contemplando cometer. Interesantemente, esa
actitud y ese pesar es lo que el diablo quiere que sintamos. Si él nos puede
mantener en esa condición de cristiano fracasado, de cristiano indigno, de
persona quebrantada ante nuestros pecados, él sale ganando. Sucede porque tal
actitud de derrota tras derrota nos hace alejarnos de Cristo — ¡nos sentimos
tan indignos! En lugar de abrazarnos de Jesús para recibir el fruto de lo que
logró por nosotros en el Calvario, nos sumimos en auto acusación, auto
desprecio y derrota.
¿Qué
es lo que debemos hacer? Tomemos un ejemplo bíblico: La mujer pecadora
(prostituta) de Lucas 7:36-50. Tomemos un momento para abrir nuestra Biblia en
esa historia. Allí, en todo lugar donde dice “mujer” o “ella”, escribamos
nuestro propio nombre. Hagámoslo ahora, sin leer otra palabra. Ahora, leamos la
historia entera. Al llegar al versículo 38, donde ya hemos puesto nuestro
nombre, leamos detenidamente: “Y a ________ Él le dijo: Tus pecados te son
perdonados”. ¿Qué recibió la mujer? ¡Perdón! ¿Qué hizo la mujer? ¡Nada! Sus
lágrimas y su expresión de amor solo eran consecuencias de su gran
agradecimiento a Jesús por aceptarla y totalmente perdonarla a pesar de su
terrible vida de pecado.
¿Hubo
algún requisito especial que pidió Jesucristo para después de su perdón? ¿Hubo
una disciplina que ahora ella tuviera que cumplir antes de ser perdonada? ¿Puso
Él alguna restricción o condición ante la mujer? No, no lo hubo. Jesús no le
pidió una penitencia. No la mandó a la banca trasera de la iglesia. No pidió
vigilias. No pidió una ofrenda. No pidió ayunos. No pidió absolutamente nada de
parte del pecador como condición del perdón. Solo pidió que ella tomara por
sentado que estaba perdonada —un desafío a la fe.
¿Por
qué el frasco de perfume? ¿Por qué las lágrimas? ¿Por qué ese enjuague de los
pies con el cabello? ¿Contribuyeron en algo para que Cristo tuviera piedad de
ella y la perdonara? No, en nada. Esas lágrimas no crearon la condición para el
perdón; eran sólo genuinas expresiones de agradecimiento y profundo amor.
Saltaban de un corazón que ya al fin había encontrado ese incomparable tesoro
que pertenece a los que son del Reino de los cielos —la satisfacción de pecados
totalmente perdonados, junto con la aceptación incondicional del Salvador. En
la casa de Simón el fariseo solo una cosa estaba en juego ese día: la cruenta cruz
donde el bendito Hijo de Dios recibía de su amado Padre todo el juicio y todo
el castigo merecido por cada pecador individual en todo el mundo. Si tal perdón
—perdón completo e incondicional— no le hubiera incluido a esta pobre pecadora,
algo le hubiera faltado a la muerte de Cristo en la cruz.
El
“Evangelio” es el anuncio que hemos recibido por parte de Dios: ¡HAY PERDÓN
TOTAL PARA TODO PECADOR NO IMPORTA EL PECADO COMETIDO! Es la única verdadera
buena noticia, ya que viene en respuesta a nuestro reconocimiento de fracaso,
fallas y miseria. Nuestro pecado es innegable; nuestra necesidad es el perdón
por parte del Dios santo al que hemos ofendido. El “Evangelio” nos informa que
porque no podíamos cambiar de carácter, porque no podíamos evadir el pecado, el
eterno hijo de Dios, Jesucristo, tomó nuestro juicio y castigo ante Dios. En el
Calvario, Dios le castigó a Él para no tener que castigarnos a nosotros. Allí
en la cruz, cuando exclamó «Consumado es», declaró que había completado todo el
proceso del juicio divino para perdonar a cualquiera completa y totalmente —no
importa la profundidad de su pecado.
Jesús
«herido fue por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados», nos
recuerda Isaías. Llevó toda nuestra pena, toda nuestra vergüenza, todo nuestro
castigo, todo nuestro juicio y maldición. Lo hizo absolutamente todo. A
nosotros no nos queda nada por hacer. Solo nos queda, como la mujer de Lucas 7,
lavar los pies de Jesús (figurativamente, por supuesto) con nuestras lágrimas,
y agradecidamente besar sus pies en increíble gratitud por tan inmerecido amor.
Todo lo que Jesucristo pide es que ahora en este instante aceptemos el hecho
que nuestros pecados todos han sido totalmente perdonados —¡sin quedar siquiera
uno!
Cuando
descubrimos la profundidad del amor y el perdón de Dios es que comprendemos por
qué el hombre de la parábola mencionada anteriormente fue y vendió todo lo que
tenía para comprar tal tesoro. Comprendemos por qué el evangelio de salvación y
perdón es la perla de gran precio que vale toda nuestra inversión. Esta es la
perla que proclamamos, la perla en la que nos glorificamos, la perla que
protegemos, la perla que nos lleva a la victoria. Este es el único y verdadero
“Evangelio”. No permitamos que ningún otro mensaje —sea de sanidades, ni de
buenas obras, ni de milagros, ni de prosperidad, ni de demonios— ensombrezca la
proclamación de este glorioso y real Evangelio. Puesto que es el anuncio que
nace del mismo corazón de Dios, este es Evangelio que realmente necesita
escuchar todo pecador.
Fuente:
Ministerio Logoi
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