Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
Mateo 16:24-25
¿Sabemos que la liberación que Cristo ha producido por su muerte va más lejos que la liberación del pecado? Trae la liberación de nuestro «yo». Antes de nuestra conversión, nuestro yo ocupaba el primer lugar, nuestro prójimo el segundo y Dios el último de todos. Puede ser que un cristiano no sea liberado de sí mismo. Aun teniendo la certeza del perdón de sus pecados, el motor de su vida todavía es su propia voluntad. Pues bien, Dios quiere darnos la posibilidad de salir también de esta cárcel del «yo». Entonces, en lugar de vivir centrados en nosotros mismos, nos abrimos al Señor. Para lograrlo no tenemos que esforzarnos por mejorarnos a nosotros mismos, sino abandonarnos completamente a Dios, a su bondad, a su poder y a su Espíritu. Es lo que Jesús llama tomar nuestra cruz cada día, es decir, renunciar a nosotros mismos para seguir al Señor Jesús en el camino de obediencia que él nos ha trazado.
Observemos de qué manera vivió Jesús: totalmente libre y al mismo tiempo dando su vida, no solamente en la cruz, sino en cada instante de su servicio. ¿De dónde sacaba el Señor Jesús esta serenidad y esta libertad? Del amor de su Padre con el cual vivía en perfecta armonía. Él nos enseña que nuestro valor y dignidad no se fundan en lo que los demás piensan, sino en el hecho misterioso y profundo de haber sido amado, creado y rescatado por Dios.
(La serie «Libre en Cristo» continuará mañana).
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© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
http://labuenasemilla.net calendarios@labuenasemilla.net
http://ediciones-biblicas.ch
Mateo 16:24-25
¿Sabemos que la liberación que Cristo ha producido por su muerte va más lejos que la liberación del pecado? Trae la liberación de nuestro «yo». Antes de nuestra conversión, nuestro yo ocupaba el primer lugar, nuestro prójimo el segundo y Dios el último de todos. Puede ser que un cristiano no sea liberado de sí mismo. Aun teniendo la certeza del perdón de sus pecados, el motor de su vida todavía es su propia voluntad. Pues bien, Dios quiere darnos la posibilidad de salir también de esta cárcel del «yo». Entonces, en lugar de vivir centrados en nosotros mismos, nos abrimos al Señor. Para lograrlo no tenemos que esforzarnos por mejorarnos a nosotros mismos, sino abandonarnos completamente a Dios, a su bondad, a su poder y a su Espíritu. Es lo que Jesús llama tomar nuestra cruz cada día, es decir, renunciar a nosotros mismos para seguir al Señor Jesús en el camino de obediencia que él nos ha trazado.
Observemos de qué manera vivió Jesús: totalmente libre y al mismo tiempo dando su vida, no solamente en la cruz, sino en cada instante de su servicio. ¿De dónde sacaba el Señor Jesús esta serenidad y esta libertad? Del amor de su Padre con el cual vivía en perfecta armonía. Él nos enseña que nuestro valor y dignidad no se fundan en lo que los demás piensan, sino en el hecho misterioso y profundo de haber sido amado, creado y rescatado por Dios.
(La serie «Libre en Cristo» continuará mañana).
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